“La
seguridad no ocurre sola, es el resultado del consenso colectivo y la inversión
pública. Debemos a nuestros niños, el recurso más valioso de nuestra sociedad,
una vida libre de violencia y miedo” (Nelson
Mandela).
¿Hermosillo es una ciudad segura? ¿Lo
son Guaymas o Ciudad Obregón, entre otras? ¿Qué ha pasado desde que usted yo
podíamos transitar a media noche sin riesgo por las calles de la ciudad? Lo
anterior a propósito de las balaceras, persecuciones, asaltos o levantones que
se escenifican en cualquier lugar y hora ¿Somos territorio por conquistar o
marcar para tal o cual grupo delictivo? ¿La Iniciativa Mérida que derrama sumas
millonarias actúa en sentido inverso a lo declarado por el gobierno? ¿Nos
parecemos a Colombia, pero sin la ostensible presencia de bases militares
gringas, aunque contamos con sus agencias actuando en territorio nacional? ¿La
DEA debe seguir manteniendo su presencia en México, al igual que otras agencias
extranjeras o, como en el caso de Bolivia, ser conminada a abandonar el país por
un gobierno que trabaja para hacer posible la recuperación de la soberanía
nacional y el progreso de su pueblo? ¿Tiene un gobierno extranjero que meterse
en asuntos de competencia exclusiva de los nacionales, a ciencia y paciencias
de las autoridades que actúan como sus subordinadas?
Si piensa que estoy revolviendo patas
con bofe le aclaro que no es así. Sucede que la policía municipal es el
aterrizaje, o primer frente de batalla de políticas que trascienden al gobierno
local y que tienen como origen la filosofía política y las medidas prácticas
del gobierno nacional en turno. La prevención del crimen y la delincuencia
parte de una concepción del espacio vital y de la responsabilidad que el
gobierno asume de preservarlo. Usted recordará que Fox firmó el TLCAN Plus, que
abarcaba asuntos de seguridad y que Calderón abrió lo que quedaba por abrir a
la injerencia de los gringos al desatar una “guerra” contra el crimen
organizado que dejó cientos de miles de cadáveres regados en el país y puso en
primera plana la virulenta presencia de los capos de la droga y sus
organizaciones, la cobertura territorial y la lucha por el espacio vital de sus
negocios. Paralelamente, usted recordará que el trasiego de armas fluyó como un
río caudaloso y hubo experimentos de una estupidez increíble de parte de los
gringos que permitieron el ingreso de armas que finalmente se perdieron de
vista y, ya fuera de “control” terminaron en los arsenales de los cárteles, al
parecer los beneficiarios reales de la política de control de drogas acordada,
por no decir impuesta a nuestro gobierno por los gringos.
En otras palabras, las calenturas del
expansionismo militar gringo las hemos sudado nosotros, los vecinos de al lado,
los que firman acuerdos y pactan cesiones de soberanía a cambio de una palmada
en el hombro, un guiño de millones de dólares y la soterrada venta de
protección que suelen ofrecer los terroristas internacionales y los mafiosos
empoderados en el sistema financiero-militar que regentean en Washington.
Si usted se ha fijado, el marco legal y
la configuración de la seguridad pública se ha reformateado al gusto de
nuestros vecinos del norte, las leyes han cambiado y los sistema de procuración
de justicia por consecuencia lógica también. Vea que cada vez nos parecemos
tanto a las viejas series policiacas como a las actuales en el lenguaje, las
prácticas y la histeria mediática; a las explicaciones, los hallazgos y las
pifias de los teleculebrones de importación y a la sanguinolenta cotidianidad
de una ciudad y un estado que falla por pérdida clara de autoridad y coherencia
histórica y normativa. Tenemos una oleada de asesinatos, que recuerdan a un
perro marcando territorio y gruñendo al oponente, y a autoridades de seguridad
que buscan el refugio de la declaración en medios, de la carencia de recursos,
de propósitos de “coordinación” con otras “agencias” y de fortalecer la
presencia de afectivos militares en tareas de seguridad en el medio urbano y rural
del municipio afectado.
Me parece que es tiempo de revalorar
nuestros verdaderos compromisos con la legalidad y la justicia, con la
protección de los ciudadanos y la tranquilidad del municipio, lo que supone
replantear la presencia de agencias extranjeras de cuya injerencia dan cuenta
los acuerdos, pactos y memorándums ejecutivos que funcionan por gravedad, es
decir, de arriba hacia abajo, del gobierno federal a los estatales y
municipales, considerando que México es también en esa materia el traspatio y
campo de juegos y experimentos sociales del oligofrénico que despacha en la
Casa Blanca, se entiende que la de Washington.
No es posible ignorar que detrás de una
medida política está un interés económico, de suerte que el tema de la
seguridad pública no está tan lejano del de la seguridad nacional y esto nos
lleva por fuerza a revisar críticamente el sistema económico y las medidas de
política que de él se derivan. ¿Podemos ignorar qué tenemos una población
asalariada que sufre el alza de los precios en bienes y servicios y que ve
mermado su derecho a la seguridad social, a quien se regatea el acceso a la
salud y que padece el saqueo de sus ahorros mediante las afores y el robo
descarado de los fondos pensionarios? Si al terrorismo económico le agregamos
la inseguridad lo que tenemos es un coctel explosivo que en cualquier rato
estalla.
El nuevo gobierno debe rectificar la
ruta, corregir el rumbo, enfrentar los intereses y grupos de siempre y
atreverse a hacer la diferencia. Es claro que no es fácil, que se tendrán que
librar batallas internas y externas, habida cuenta la realidad de tener un
vecino vicioso, hipócrita, traicionero, perverso y fuertemente armado y una
clase política acostumbrada a las componendas, complicidades y corruptelas.
Quizá se planteen cambios pensando en el largo plazo, pero es un paso que se
debe dar en la ruta de la recuperación de la república, hoy traicionada,
vendida, saqueada y reducida a su expresión más patética: ser una especie de
protectorado gringo, una colonia de experimentación social y de explotación
económica. Ya basta.
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