Soplan los aires del cambio en las
arideces locales y nacionales y se avizoran eventos importantes que suponen lisa
y llanamente un golpe de timón en la conducción de la nave nacional. El buen
deseo ocupa un lugar estelar en el marco de las expectativas que la población
se genera con motivo del cambio de gobierno. La pregunta clave es si se podrán
remontar las enormes cargas de corrupción, nepotismo y abuso en el ejercicio de
las atribuciones que concede la ley a los funcionarios públicos, así como la
discrecionalidad en el manejo tanto del presupuesto como en la interpretación y
aplicación de las normas.
Se ha dicho que no habrá nadie por
encima de la ley y que habrá justicia y orden en la vida nacional porque se
cuidará escrupulosamente el presupuesto, se seguirá una política de austeridad
en el gasto, de transparencia y rendición de cuentas; se revisarán los
contratos de Pemex y los negocios inmobiliarios, entre otros alentadores
propósitos. Desde luego que lo anterior cae en el terreno fértil de la
esperanza, avivada por el hecho de que perdió el PRIANRD y su larga cola de
agravios y mentiras. Por supuesto que todos o una gran mayoría espera y
desespera por ver y ser protagonista del cambio; algunos hasta cambiaron de
urgencia el bote en el que navegaban para ser acogidos en la cubierta de
Morena, trasatlántico de moda que esperamos sea capaz de sortear los peligrosos
icebergs de las aguas neoliberales.
Estamos montados en la ola del
entusiasmo vivificante del cambio, de la novedad que se inscribe en una larga
historia de errores y engaños que nos ha llevado a ser traspatio y basurero del
burdel regenteado por el tío Sam, que escribió como le dio la gana la historia
del siglo XX y que reclama derechos de propiedad sobre el continente y más allá
en este atribulado siglo XXI. Son tantas y tan evidentes las faltas de
ortografía de su discurso que muchos países prefieren no enfrentar al loco de
Washington y simulan hasta la escritura y el estilo del orate babeante que con
vocación genocida atosiga al mundo. México ha sido un alumno aplicado en
materia de subordinación y vasallaje, desde los tiempos en que el discurso de
la revolución de 1910 se empezó a sustituir por el garabato ideológico del
“liberalismo social”, o incluso antes, cuando entre las palabras y los hechos
se abría un abismo de realidad que daba vértigo y hacía perder el sentido de
las proporciones y donde sonaba cada vez más confuso el mensaje constitucional
de la independencia, la soberanía política y el dominio de la nación sobre sus
recursos naturales.
Si recordamos que un círculo entre más
se le acaricia se vuelve más vicioso, ahora casi nadie repara en el hecho de
que la política económica y la hechura y aplicación de las normas legales, sociales
y culturales están preñadas de los elementos transculturales de los gringos y
para su exclusivo beneficio. Así, tenemos funcionarios federales que se bajan
los calzones cuando hay gringo a la vista por lo que no nos debe extrañar que
haya gobernadores que babean por establecer acuerdos de cooperación e
intercambio con sus homólogos angloparlantes, facilitando la desnacionalización
de sus estados y el aprovechamiento extranjero de sus riquezas naturales y la
posición geográfica de que disfrutan.
Pero, lo más grave quizás sea la
absoluta impunidad de que gozan los depredadores nacionales, los traidores nalgas
prontas que trabajan para el extranjero tanto como para su propio beneficio, al
margen de la ley, la decencia y la lealtad a la república. Tenemos funcionarios
que roban, defraudan, trafican con influencias, realizan negocios privados a la
sombra de los puestos públicos, sirven de tapadera al crimen organizado, y hacen
de la política el arte perverso de medrar sin responsabilidad ni freno a costa
de los bienes públicos y la seguridad nacional.
Los más de 30 años de neoliberalismo de
guarache han dejado una herida supurante que requiere de asepsia general y
cuidados intensivos hasta tener la seguridad de que el paciente sobrevivirá y
podrá seguir su camino. El nuevo gobierno, en los municipios, estados y la
nación entera deberá dejar de lado la herencia nefasta del entreguismo
neoliberal y atreverse a dar vuelta a la hoja. Se debe valorar en serio el
concepto de soberanía y plantar cara al extranjero que siente que somos su
patio de maniobras. Ya basta.
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