“Una nación sin elecciones libres es una nación
sin voz, sin ojos y sin brazos” (Octavio Paz).
A la hora de redactar esta nota la
tendencia irreversible del proceso electoral 2018 favorece a Morena y hace
posible que sus candidatos logren sus aspiraciones políticas en una proporción
mayoritaria, dado que no es cosa menor hacerse con la presidencia de la
república y una mayoría en el Congreso de la Unión, además de triunfar
electoralmente en diputaciones locales y ayuntamientos en proporciones nunca
vistas.
Los aires del cambio tan soñado parecen
soplar finalmente y las resecas expectativas de progreso y bienestar de la
inmensa mayoría de los habitantes de nuestro país empiezan a sentir la
proximidad de una transición tan inquietante como alentadora. ¿En el tiempo que
le queda a EPN, seguirán aprobándose al vapor las iniciativas que liquidan
nuestro patrimonio nacional y los derechos de los trabajadores? ¿Las
privatizaciones avanzarán de prisa porque el tiempo de los cambios legales se
aproxima y diciembre está más cerca de lo que pensamos? ¿Si anímicamente
estamos cambiando, real y objetivamente también lo estamos haciendo? ¿La buena
nueva electoral será como una inyección de adrenalina en el corazón de un ente
agónico? ¿Cambiarán los personajes, pero el sistema seguirá tan campante? ¿Se
irán del país los que así amenazaron o esperarán a llegar a acuerdos y
componendas con las nuevas autoridades? ¿El capital nuevamente demostrará lo
acomodaticio que puede ser con tal de cumplir sus expectativas de lucro y
poder? ¿Caeremos en una espiral de gatopardismo
democrático cuyo resultado es cambiar para no cambiar, en una conclusión digna
de Perogrullo? ¿Somos los mismos, pero ya no tanto? ¡Cielos! ¡La duda me corroe
la suela de los zapatos y la costura de los calcetines! Siento que los botones
de mi camisa me miran con ojos expectantes.
Sucede que acabamos de ser testigos y
actores de un hecho sin precedentes: Un partido joven acaba de vencer en todo
lo alto al añejo duopolio del poder en México: el PRI y el PAN son ahora la virtual
oposición a Morena en el juego que decide las opciones del país en materia de
progreso y bienestar con libertad e independencia, y eso pesa mucho, quizá
demasiado para digerirlo a botepronto. Que el PRI-AN y cauda de satélites hayan
sido vencidos por la voluntad popular que pudo remontar las trapacerías de
costumbre, las llamadas telefónicas y mensajes intimidatorios, las
manipulaciones informativas, los acarreos y compra de votos, las ridículas
trampas a la hora de depositar el voto y la carga emocional de las presiones de
inversionistas y empleadores que amenazaron a sus trabajadores con despidos y a
la sociedad con irse a otro país donde se hiciera su voluntad y no la de los
ciudadanos hartos, indignados y agraviados más allá de lo imaginable.
En la casilla que nos tocó votar, nos
dieron las ocho, las nueve y las diez para finalmente poder depositar nuestro
sufragio, porque la señora directora de la escuela que hace tradicionalmente de
sede electoral simplemente no quiso abrir el recinto y hubo que llamar a un
cerrajero, previo acuerdo de los funcionarios y representantes electorales. La
elección empezó tarde, se contó con la presencia de un individuo que dedicó su
tiempo a provocar al presidente de casilla mediante comentarios burlescos y
actitud retadora. Por fortuna el ciudadano funcionario electoral aguantó la
andanada de estupideces y el proceso no tuvo tropiezos legales para llegar a
buen puerto. Como en pocas elecciones, notamos que había un ambiente cargado de
expectativas y de deseos de hacer valer la voluntad popular. El cambio estaba a
la mano y los dedos y la pluma se encargaron de documentarlo en la boleta
electoral. El resultado fue evidente y palpable: una verdadera oleada de gente
votó por la opción representada por López Obrador. Al final del día se había
escrito la historia.
Un día después, no faltó quien levantara
un dedo acusador contra el futuro posible y lanzar la consabida frase de “te
estaré vigilando”. Queda claro que el pasado tiene pobres analistas y el futuro
mejores amanuenses cuando hay intereses políticos o económicos que defender
mediante una módica cuota por los servicios prestados. De aquí en adelante,
estamos obligados a recuperar y hacer la historia, a acompañar al nuevo presidente
por los sinuosos caminos de la política nacional e internacional, a alzar la
voz cuando sea necesario y oportuno, a recuperar la estima y el respeto
internacional, a reconstruir la nación, a diseñar su futuro de manera
independiente y siempre mirando al sur, unidos fraternalmente con el resto de
América Latina y el Caribe.
Tenemos claro que el dinosaurio aun está
ahí, que los problemas siguen porque sus causas siguen, que la corrupción
existe e influye, que la miseria y la marginación son insultantes, que los
derechos laborales y sociales de los trabajadores y sus familias siguen siendo afectados,
que la delincuencia avanza y la sangre sigue corriendo en el campo y la ciudad,
y que la sombra de las trasnacionales se cierne sobre nuestros recursos y
amenaza nuestra soberanía. Pero también tenemos claro que si votamos por el
cambio debemos actuar y defender el cambio. Que así sea.
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