“En
materia de gobierno todo cambio es sospechoso, aunque sea para mejorar” (Sir Francis Bacon).
¿Y usted, ya terminó de celebrar? Le
diré que estamos instalados en un razonable optimismo debido a la llegada de
una nueva opción en el panorama político nacional y local, que cambia la
perspectiva de un sistema aburridamente depredador y lesivo para los
trabajadores y sus familias, reproducido en los discursos y en las prácticas de
quienes detentan el poder y mentalizado en el simple ciudadano de a pie.
La experiencia de décadas de civilidad
ficticia nos reduce a algo así como conciencias estrujadas por una realidad traumática
y lesiva, indignante y perversa, que se reconoce pero que sus daños hacen que el
ciudadano común se resista a aceptar la posibilidad del cambio, víctima de la
incertidumbre de que las promesas eventualmente se conviertan en una realidad
que no acabamos de digerir. Imagínese usted ya no tener enfrente al PRI o al
PAN para reprocharle lo jodidos que estamos y lo mal que tendremos que estar
con este sistema de mierda que nos acojona un día sí y otro también. Da “cosa”
tener que redirigir nuestras expectativas y posibilidades en la dirección del
cambio, de la novedad que campea en la nación desde el 2 de julio. Es fácil ver
cómo el neoliberalismo genera una especie de Síndrome de Estocolmo en sus
víctimas, de ahí que podamos llegar a pensar que si cambiamos “perderemos lo
que hemos logrado”.
No le voy a aburrir con el obligado
recuento de las propuestas y cambios que trae consigo la llegada de Morena al
poder, porque para eso está la prensa que recupera para los lectores la masa
informativa que se sirve en el desayuno de cada mexicano y extranjero metiche
acerca de los nuevos aires que soplarán en nuestra patria. Me limitaré a
comentar algunos detalles que pueden ser relevantes o no y que podrán
repercutir en el rumbo de la nación o no.
Las consignas evangélicas de “no
robarás” y “no mentirás”, se juntan con la necesidad de honrar la palabra
empeñada y no defraudar, así como procurar el bien común en vez del
enriquecimiento personal, tanto como vivir en forma modesta, dejando el boato y
la ostentación en el ejercicio del cargo para la historia sangrienta y
putrefacta de los gobiernos neoliberales.
La esperanza de la honestidad como
práctica de gobierno apoya la idea de que los cambios pueden ser saludables,
aunque la anunciada descentralización territorial del sector público federal
plantea ciertos interrogantes de índole puramente práctico. ¿Los chilangos se
van a avecindar de buen grado en latitudes donde el clima y las circunstancias
son distintas a las que están acostumbrados? ¿El traslado de familias enteras
será posible sin alterar la dinámica de los afectados de manera importante o permanente?
¿La mudanza nacional es absolutamente necesaria para el logro de los objetivos
de desarrollo “horizontal” que se propone el nuevo gobierno? ¿Los actuales
mecanismos de coordinación intergubernamental y de control del gasto no son
suficientes y hay que establecer la figura del “coordinador” de programas
federales? ¿El gabinete presidencial repartido en el territorio nacional será
funcional, eficiente y capaz de responder con la rapidez y pertinencia que se
espera?
Cabe recordar que los propósitos de
descentralización (¿deslocalización?) del aparato gubernamental ya se
plantearon tras el terremoto del 1985 en el viejo Distrito Federal, dada la
vulnerabilidad de éste ante eventos naturales, a lo que habría que agregar la
actual situación de alta contaminación ambiental, escasez de agua y cuadros de
ingobernabilidad propios de una megalópolis que sufre los efectos de la
inseguridad y la deficiente cobertura y calidad de los servicios públicos, ya
rebasados por la creciente densidad poblacional. ¿La descentralización
propuesta aprovechará el viaje y tendrá entre sus objetivos y efectos de
mediano y largo plazo resolver los problemas ambientales, administrativos y
políticos de la Ciudad de México, o es la descongestión de ésta el origen de la
descentralización del aparato gubernamental?
Recuerdo que el discurso
descentralizador de la década de los 80 se apoyó en la idea de que las
soluciones a los problemas y los medios para resolverlos deberían estar
localizados en el mismo lugar donde se generan. De ahí surgió el
fortalecimiento de estados y municipios y la hechura de los dos grandes
sistemas que orientaron las acciones del sector público: el sistema nacional de
planeación y el sistema nacional de coordinación fiscal; esto dio al gobierno
armas técnicas y operativas poderosas, ya que cada acción debía fundarse en un
diagnóstico, un pronóstico, un programa de acciones, un presupuesto que lo
hiciera posible, así como mecanismos y procedimientos de control y evaluación
de las acciones y del gasto. Se implementó un sistema de relaciones intergubernamentales
donde se respetaban las áreas de competencia tanto del gobierno federal como de
los estados y municipios. Así, los conceptos de coordinación y cooperación
tuvieron presencia en el discurso de la administración pública nacional, tanto
como los de pertinencia, eficiencia y eficacia.
La profesionalización de los servidores
públicos fue una realidad que se degradó con la llegada de la corriente
neoliberal que unió ignorancia con voracidad al despreciar al profesional de la
administración en aras de favorecer y emplear a parientes, recomendados o la
ola de nuevos apalancados políticos por trienio o sexenio, tanto como acatar
las consignas del extranjero. Así, el servicio público fue relegado al papel de
instrumentar ocurrencias, dejando de lado la planeación como ejercicio de
racionalidad económica y administrativa. Como consecuencia, dejó de hacerse
política para hacer negocios.
Hoy se plantea un tipo de
descentralización física y operativa de gran calado que debe definirse con
claridad y hacerse discernible a los ojos, no sólo de los profesionales de la
administración pública, sino del simple ciudadano que lee los periódicos, ve
los programas de noticias y comenta en el café o la cantina las nuevas de lo
que puede ser el principio de una importante transformación en el quehacer
público nacional, que nos lleve a una sociedad más justa, equitativa e
incluyente. Así pues, es importante apoyar al nuevo gobierno, pero de forma
crítica, sin lambisconerías ni complicidades. Hagamos posible el cambio
verdadero.
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