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domingo, 15 de julio de 2018

La nueva descentralización


“En materia de gobierno todo cambio es sospechoso, aunque sea para mejorar” (Sir Francis Bacon).

¿Y usted, ya terminó de celebrar? Le diré que estamos instalados en un razonable optimismo debido a la llegada de una nueva opción en el panorama político nacional y local, que cambia la perspectiva de un sistema aburridamente depredador y lesivo para los trabajadores y sus familias, reproducido en los discursos y en las prácticas de quienes detentan el poder y mentalizado en el simple ciudadano de a pie.

La experiencia de décadas de civilidad ficticia nos reduce a algo así como conciencias estrujadas por una realidad traumática y lesiva, indignante y perversa, que se reconoce pero que sus daños hacen que el ciudadano común se resista a aceptar la posibilidad del cambio, víctima de la incertidumbre de que las promesas eventualmente se conviertan en una realidad que no acabamos de digerir. Imagínese usted ya no tener enfrente al PRI o al PAN para reprocharle lo jodidos que estamos y lo mal que tendremos que estar con este sistema de mierda que nos acojona un día sí y otro también. Da “cosa” tener que redirigir nuestras expectativas y posibilidades en la dirección del cambio, de la novedad que campea en la nación desde el 2 de julio. Es fácil ver cómo el neoliberalismo genera una especie de Síndrome de Estocolmo en sus víctimas, de ahí que podamos llegar a pensar que si cambiamos “perderemos lo que hemos logrado”.

No le voy a aburrir con el obligado recuento de las propuestas y cambios que trae consigo la llegada de Morena al poder, porque para eso está la prensa que recupera para los lectores la masa informativa que se sirve en el desayuno de cada mexicano y extranjero metiche acerca de los nuevos aires que soplarán en nuestra patria. Me limitaré a comentar algunos detalles que pueden ser relevantes o no y que podrán repercutir en el rumbo de la nación o no.

Las consignas evangélicas de “no robarás” y “no mentirás”, se juntan con la necesidad de honrar la palabra empeñada y no defraudar, así como procurar el bien común en vez del enriquecimiento personal, tanto como vivir en forma modesta, dejando el boato y la ostentación en el ejercicio del cargo para la historia sangrienta y putrefacta de los gobiernos neoliberales.

La esperanza de la honestidad como práctica de gobierno apoya la idea de que los cambios pueden ser saludables, aunque la anunciada descentralización territorial del sector público federal plantea ciertos interrogantes de índole puramente práctico. ¿Los chilangos se van a avecindar de buen grado en latitudes donde el clima y las circunstancias son distintas a las que están acostumbrados? ¿El traslado de familias enteras será posible sin alterar la dinámica de los afectados de manera importante o permanente? ¿La mudanza nacional es absolutamente necesaria para el logro de los objetivos de desarrollo “horizontal” que se propone el nuevo gobierno? ¿Los actuales mecanismos de coordinación intergubernamental y de control del gasto no son suficientes y hay que establecer la figura del “coordinador” de programas federales? ¿El gabinete presidencial repartido en el territorio nacional será funcional, eficiente y capaz de responder con la rapidez y pertinencia que se espera?

Cabe recordar que los propósitos de descentralización (¿deslocalización?) del aparato gubernamental ya se plantearon tras el terremoto del 1985 en el viejo Distrito Federal, dada la vulnerabilidad de éste ante eventos naturales, a lo que habría que agregar la actual situación de alta contaminación ambiental, escasez de agua y cuadros de ingobernabilidad propios de una megalópolis que sufre los efectos de la inseguridad y la deficiente cobertura y calidad de los servicios públicos, ya rebasados por la creciente densidad poblacional. ¿La descentralización propuesta aprovechará el viaje y tendrá entre sus objetivos y efectos de mediano y largo plazo resolver los problemas ambientales, administrativos y políticos de la Ciudad de México, o es la descongestión de ésta el origen de la descentralización del aparato gubernamental?

Recuerdo que el discurso descentralizador de la década de los 80 se apoyó en la idea de que las soluciones a los problemas y los medios para resolverlos deberían estar localizados en el mismo lugar donde se generan. De ahí surgió el fortalecimiento de estados y municipios y la hechura de los dos grandes sistemas que orientaron las acciones del sector público: el sistema nacional de planeación y el sistema nacional de coordinación fiscal; esto dio al gobierno armas técnicas y operativas poderosas, ya que cada acción debía fundarse en un diagnóstico, un pronóstico, un programa de acciones, un presupuesto que lo hiciera posible, así como mecanismos y procedimientos de control y evaluación de las acciones y del gasto. Se implementó un sistema de relaciones intergubernamentales donde se respetaban las áreas de competencia tanto del gobierno federal como de los estados y municipios. Así, los conceptos de coordinación y cooperación tuvieron presencia en el discurso de la administración pública nacional, tanto como los de pertinencia, eficiencia y eficacia.

La profesionalización de los servidores públicos fue una realidad que se degradó con la llegada de la corriente neoliberal que unió ignorancia con voracidad al despreciar al profesional de la administración en aras de favorecer y emplear a parientes, recomendados o la ola de nuevos apalancados políticos por trienio o sexenio, tanto como acatar las consignas del extranjero. Así, el servicio público fue relegado al papel de instrumentar ocurrencias, dejando de lado la planeación como ejercicio de racionalidad económica y administrativa. Como consecuencia, dejó de hacerse política para hacer negocios.

Hoy se plantea un tipo de descentralización física y operativa de gran calado que debe definirse con claridad y hacerse discernible a los ojos, no sólo de los profesionales de la administración pública, sino del simple ciudadano que lee los periódicos, ve los programas de noticias y comenta en el café o la cantina las nuevas de lo que puede ser el principio de una importante transformación en el quehacer público nacional, que nos lleve a una sociedad más justa, equitativa e incluyente. Así pues, es importante apoyar al nuevo gobierno, pero de forma crítica, sin lambisconerías ni complicidades. Hagamos posible el cambio verdadero.  

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