“Los que hacen imposible la revolución pacífica
harán inevitable la revolución violenta”
(John F. Kennedy).
(John F. Kennedy).
Así como vienen las cosas así se van,
pero existe una fuerte tendencia a conservar el bien presente contra lógica,
contra viento y marea, a contrapelo, entre otros conceptos ilustrativos de la
resistencia al rumbo electoral decidido en las urnas. Algunos se empeñan en
permanecer en el status de privilegio que la coyuntura les concedió en medio de
la algarabía del logro político, del ascenso al poder, del acceso a las
bondadosas latitudes del presupuesto, de la holgura en el ingreso, de la manga
ancha del gasto, de la impunidad que viene con el cargo y las conexiones hechas
a golpe de promesas, complicidades y afinidades porque ¿cómo dejar ir lo que se
supone un logro no sólo político sino patrimonial?
La seducción del puesto y sus
prerrogativas, empezando con la posición que se ocupa en la escala alimenticia
del sistema, la consideración social y el poder de manipular la voluntad de los
demás que incluye la posibilidad de corromper las conciencias subordinadas y
torcer el brazo de la ley a gusto y contento, son irresistibles a la mentalidad
subdesarrollada de quien sube en la ola que se impulsa bajo los supuestos de un
gobierno cuya maquinaria se aceita con venalidad, nepotismo, tráfico de
influencias, fraude y enriquecimiento “inexplicable”. Estamos tan acostumbrados
a la discriminación que parece natural que existan enormes contingentes humanos
anclados en la carestía más profunda que se ve normal que algunos gocen de
privilegios y excesos y qué mejor que ser uno de ellos y hacer camino pisando
sobre las cabezas de los demás en la ruta del ascenso político, la riqueza
personal y el reconocimiento social.
En este contexto, resulta necesario que
haya “arriba” y “abajo” en la sociedad, porque la horizontalidad democrática es
un serio obstáculo para tener la sensación de superioridad, de pertenencia a
ese estrato destinado al gobierno y la administración de la nación y sus
recursos. Los horrores de una sociedad equitativa, justa e incluyente acogotan
a los próceres y despiertan temores insuperables: ¿ahora cualquiera puede tener
el privilegio de mandar?, ¿las elecciones pueden ser ganadas por cualquiera mediante
el simple expediente de tener una mayoría de votos?, ¿puede llegar al poder la
oposición chaira, grasienta, greñuda y corriente, la chusma que sigue a López
Obrador? Tras el 1 de julio quedó claro que sí, pero también que los
beneficiarios del sistema se resisten y lo seguirán haciendo, acostumbrados a
ganar “haiga sido como haiga sido”.
Ya ve usted que pronto empezaron a
surgir supuestas irregularidades, verdaderos actos de difamación contra AMLO y
partido triunfante, destacando el INE como arma contra la oposición al viejo
régimen prianista, así como reclamos airados de promesas incumplidas ¡a meses
de la toma de posesión presidencial!
Tenemos un prianismo impúdico, faccioso
y desesperado hasta el ridículo, que apenas logra mantener un tono aparentemente
civilizado al reconocer la evidente derrota, pero sin dejar de regatear lo que
es claro: AMLO y Morena ganaron mayoritariamente por la voluntad electoral de
un pueblo harto, cansado y francamente indignado, aunque capaz de tener
esperanzas del cambio verdadero. Perdió el PRIAN y ganó la posibilidad de tener
un gobierno del pueblo y para el pueblo, así que la difamación y la calumnia
son instrumentos que se emplean para socavar los cimientos de una sociedad que
está por construirse. La ola reaccionaria descarga su fuerza contra la
posibilidad de cambio, contra las expectativas de millones de ciudadanos que ya
decidieron qué es lo mejor para todos, pero los estallidos de miseria política,
de chismografía pura, de mala leche y poca madre no pasarán de ser parte del
anecdotario popular.
La guerra contra el próximo gobierno
incluye medidas como el aumento extraordinario en los sueldos de los altos
funcionarios de gobierno, la resistencia de magistrados y jueces a la política
de austeridad que afectará sus ofensivos ingresos, las manifestaciones
ratoneras de personajes de opereta como el encapuchado que parasita Chiapas y
que saca la cabeza cada vez que hay que atacar a López Obrador, las amenazas
empresariales ahora matizadas, los contratos de deuda vía préstamos de
organismos financieros internacionales y los golpes o intentonas de golpe
legislativo como los de Morelos, Sinaloa y Sonora.
En el caso de Sonora llama la atención
la absurda maniobra de citar a una sesión extraordinaria del Congreso para
socavar y disminuir las facultades de este órgano legislativo que representa la
soberanía popular en beneficio de la gobernadora, que podría vetar las
iniciativas del cuerpo legislativo próximo a entrar en funciones e impedirle
hacer reformas y atarlo de manos en materia presupuestal. Una verdadera
caricatura del más bajuno autoritarismo que rompería el equilibrio entre
poderes y socavaría los cimientos de nuestra de por sí endeble democracia. Como
se sabe, el golpe autoritario no pudo consumarse gracias a que no cuajó el
acuerdo entre PRI y PAN que garantizaría impunidad para personajes del albiazul,
más la protesta popular y a la lógica de los tiempos legislativos, aunque aún
podemos esperar nuevos intentos.
En los tiempos que corren se impone la
prudencia, la valoración serena de lo que se dice y lo que se hace, la
capacidad de discernir lo que mejor conviene al país y la ruta más viable para
lograr el objetivo propuesto. Son tiempos de rectificar, de replantear las
cosas, de asumir la responsabilidad del cambio, de orientar nuestros esfuerzos
en aras de lograr un mejor futuro para todos. El PRIAN y satélites deben
entender que ya perdieron, que el infame sistema que defienden debe cambiar,
porque la sociedad ya cambió.
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