«La probabilidad de perder en la lucha no debe
disuadirnos de apoyar una causa que creemos que es justa» (Abraham
Lincoln,1808-1865).
Apenas nos estamos reponiendo de la
escandalosa revelación de que Salinas y otros connotados parásitos del régimen
neoliberal ahora son petroleros gracias a la liquidación de la industria
petrolera nacional representada por Pemex y ahora por las empresas
transnacionales que expulsó del país el gobierno de Lázaro Cárdenas. Cosa parecida
se puede decir de la nacionalización de la industria eléctrica, otrora con eje
en la CFE y ahora devuelta a las empresas extranjeras mediante las figuras de
cogeneración y demás engendros cuyo único fin es la privatización de los
recursos energéticos, cuestión que se plasma en la reforma de Peña en la que la
“empresa productiva” mexicana va a la cola en relación con las extranjeras. Al
parecer la modernidad se entiende como la capacidad legal del Estado mexicano
para dejar de ser, en una negación que huele a recolonización por otros medios.
Así como hay un agandalle claro en
materia de recursos estratégicos comercializables, también lo hay en cuestiones
de privilegios y canonjías. La clase político-empresarial mexicana busca
ventajas económicas a costa de lo que se les ponga enfrente, así, por ejemplo,
son notables los casos de los beneficios económicos y políticos de los
expresidentes, los ministros de la SCJN, los miembros del Poder Legislativo,
entre otros funcionarios públicos, más los empresarios privados que reciben
descuentos en sus impuestos y devoluciones multimillonarias como si el Estado
fuera tributario de ellos y sus funciones estuvieran más ligadas al beneficio
empresarial que al social.
En nuestra realidad política cotidiana
abunda el desperdicio de recursos con fines de promoción personal, de
autoelogio, de erección de monumentos y altares a quienes ocupan tal o cual
posición en el aparato de gobierno vía boletines, notas a modo, desplegados y
apoyos mercenarios, y dispendiosas prebendas que van desde la renta de
celulares hasta comilonas y viajes locales, nacionales e internacionales, pago
de asesores, guardaespaldas, choferes, personal de apoyo y otros a cargo del
erario. Mientras el funcionario vive la vida loca, los recursos destinados a
las obras y servicios públicos presentan una baja, merma, insuficiencia que
sugiere la búsqueda de opciones tales como la concesión o subrogación, formas
eufemísticas del avance de la privatización de los bienes y servicios públicos
y de la reducción del Estado en favor del Mercado. Asimismo, la insuficiencia
de recursos financieros se vuelve crónica y el endeudamiento obliga a buscar
dinero privado, con compromisos que terminan resultandos fatales para el
funcionamiento de la administración pública que termina en calidad de cliente
deudor.
En este marco de relaciones donde la
irracionalidad es la tónica, se prefiere reformar las leyes antes que poner
orden en las finanzas y el gobierno de la nación, el estado o el municipio. La
cadena de errores y el dispendio con el que se pretende apuntalar el edificio
gubernamental dan por resultado la invención de las asociaciones
público-privadas para inversión en obra pública (sic). Es decir, privatizar
funciones y abrir las puertas para que la cuestión pública se convierta en un negocio
redituable con cargo a las presentes y futuras generaciones de ciudadanos que
pagan impuestos y que son causantes cautivos. Vea usted el caso del alumbrado
público y la posible privatización del servicio de recolección de basura en
Hermosillo. Es el pobre quien termina financiando al rico, mientras que el
Estado se reduce y evade responsabilidades y deberes no sólo legales sino
sociales e históricos.
Este desbarajuste producto de un modelo perverso
de relaciones económicas y políticas tiene graves impactos en la vida
ciudadana, porque ha invertido el sentido de las relaciones sociales y, por
tanto, prioriza el interés privado sobre el social. Así pues, tenemos una
sociedad excluyente para quienes producen la riqueza social, con derechos
laborales, sociales y políticos disminuidos y condicionados ilegítimamente. La
privatización de la educación, la salud y la seguridad social, entre otras
garantías sociales internacionalmente reconocidas y protegidas por los
gobiernos suscriptores de acuerdos y tratados internacionales, tanto como la
relativización y disminución de las garantías laborales en términos de
estabilidad en el empleo, reconocimiento de antigüedad, derechos jubilatorios,
salario digno, afectan seriamente la economía familiar y alientan la anarquía
social y la inseguridad pública.
Una prueba irrefutable del carácter
depredador del sistema es el saqueo de los fondos pensionarios en el nivel
local y nacional donde el desvío de fondos y el robo descarado lo encontramos respecto los fondos de
derechohabientes del IMSS, ISSSTE en manos de administradoras privadas.
Asimismo, en el caso del ISSSTESON, con un hueco de 6 mil 41 millones de pesos producto
de la corrupción y malos manejos del propio gobierno y aun sin ningún resultado
en cuanto su recuperación.
Cabe recordar que una “solución” al
problema del desfondo autoinfligido de ISSSTESON es la de vender propiedades
del Estado, que son propiedades públicas, por tanto, patrimonio de los mismos
ciudadanos sonorenses defraudados. Al parecer, la lógica del sistema es cargar
las deudas y despojos al ciudadano, que para eso está. Los pillos,
defraudadores, delincuentes de cuello blanco, amigochos, parientes, compadres,
cuates de partido o cofradía, respiran tranquilos porque es el pueblo quien paga
lo que le fue robado. Claro, dirán quienes confían en la desmemoria y la
lentitud del aparato legal diseñado para que el pillo salga bajo la presunción
de inocencia: “es que es el sistema… confiemos en él”.
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