“La
salud es la unidad que da valor a todos los ceros de la vida” (Bernard de Fontenelle).
Estamos en temporada de enfermedades de
vías respiratorias y se pone de nuevo en el tapete de las medidas preventivas
las famosas vacunas contra la influenza y demás cachivaches farmacológicos, lo
que resulta un jugoso negocio para las empresas que los comercializan y
promueven a costa de sufrir la vergüenza de poner por delante las ganancias
antes que la salud. “¡Es el mercado!” dirán algunos, pero las narices rojas,
los ojos llorosos y el malestar general siguen viento en popa, más los posibles
desperfectos en otras regiones de nuestra anatomía con los consabidos impactos
en la salud pública.
No es raro que llegue el enfermo al
centro de salud y le digan que chupó faros porque el medicamento indicado no se
encuentra disponible, o que salió del cuadro básico y su esquema de seguridad
social no lo cubre, así que debe emprender una gira por los anchurosos cauces
de la medicina privada y la farmacia que los ofrece a precios de “o aflojas o
te jodes”. Ni duda que la demanda es inelástica en ciertos productos o
servicios, es decir, que independientemente del precio o tarifa siguen siendo
comprados porque no hay de otra, como es el caso de medicinas, combustibles,
educación, alimentos, transporte, entre otros.
En estos casos, uno se pregunta ¿qué hay
de la cobertura social que el gobierno debe atender y a la cual está obligado
por obra de acuerdos internacionales, programas de gobierno y el pago puntual
de impuestos por parte de la ciudadanía que trabaja y sufre descuentos en
nómina, que paga ISR, seguros colectivos, servicios médicos; o, simplemente,
predial, servicios, derechos y aprovechamientos y todo el universo de gravámenes
que caen sobre los lomos del precariado laboral que sobrevive como ciudadano?
En este escenario, salta la liebre del
empleo e ingreso, frente a los costos de la supervivencia ciudadana. ¿Somos un
país que fomenta el empleo decente y la justa remuneración al trabajo?,
¿tenemos un gobierno que protege el esfuerzo productivo nacional y cuida la
economía familiar?, ¿hay la cobertura necesaria en salud, educación y cultura?,
¿los servicios de seguridad social responden a las necesidades de sus usuarios
y obran un efecto redistributivo en la sociedad?, ¿se protege la salud pública
mediante programas de medicina preventiva y existen los recursos para
satisfacer la demanda de personal, equipo, materiales de curación y
medicamentos en clínicas, hospitales y centros de asistencia? ¿México es
productor de medicamentos e impulsa la investigación farmacológica y
epidemiológica, entre otras? ¿Nuestras escuelas de medicina y enfermería,
tienen un enfoque social o son productoras de mentalidades ligadas al mercado?
Recuerdo hace años que se desplegó la
alarma general por la gripe H1N1 (gripe porcina), lo que produjo pingues
ganancias al laboratorio fabricante de Tamiflu, ligado al entonces
vicepresidente de los EE. UU., Dick Cheney. Las autoridades de salud decretaron
el uso extensivo e intensivo de dicho medicamento y fue común ver colas de
atemorizados ciudadanos que iban a recibir la vacuna contra ese bicho de
peligrosidad oficial incuestionable. Otros productos que fueron altamente
demandados son los cubrebocas y el gel antibacteriano. ¡Negocio redondo!
¿Beneficios para la salud de los pacientes cautivos e hipocondriacos por
inducción? Ninguno que esté debidamente documentado.
En épocas en las que el mercado se pone
por encima de los objetivos sociales que cualquier gobierno debiera tener y que
justifican la acción pública, no faltan quienes especulan sobre la esperanza de
vida de la población con fines de mercadotecnia y, por qué no, recaudatorio.
Lo mismo le dicen a usted que necesita
comprar un seguro de vida como integrar un fideicomiso para “la educación de
sus hijos”, con lo que reducen la visibilidad de la salud y la educación
pública, en beneficio de los agentes privados; y otro reclamo que se oye con
mayor frecuencia es el del ahorro.
Gracias al arrebato privatizador del
supremo gobierno, los fondos pensionarios pasaron a ser administrados por
tiburones trasnacionales que funcionan como bancos o agencias especializadas en
esquilmar pensiones. Tenemos las Afores y una serie de intentonas de quebrar los
sistemas de seguridad social de los estados, por la vía del saqueo, el abandono
del gobierno y la ineficiencia que se induce al desalentar el trabajo
profesional de sus servidores, a lo que se agrega la privatización o
subrogación de servicios como farmacia, tomografías, hemodiálisis, medicina
especializada, pasando por aseo, cocina, ambulancias y seguridad, entre otros.
Así pues, tenemos que los intentos de
tronar al ISSSTESON y elevar las cuotas y los tiempos de cotización para el
acceso a la seguridad social en Sonora, embarrados en la reforma a la Ley 38 en
tiempos de Eduardo Bours, tienen como finalidad enfocar los servicios
esenciales de protección al ciudadano trabajador y sus familias al tortuoso
ámbito del mercado.
Como es del dominio público, el
ISSSTESON ha emprendido una campaña de terror entre los organismos afiliados y
sus trabajadores con amenazas de suspensión de los servicios de salud y de
pensiones si no se firma un convenio donde las cuotas suben mientras lo demás
permanece como está, es decir, con cuadros básicos reducidos, atención diferida
para cuando se les antoja, subrogaciones que sólo funcionan con dinero de por
medio y, en fin, un panorama de privatización solapada, vergonzante e
indignante. La salud, según esta concepción, es un negocio. Nosotros decimos
que es un derecho.
Es claro que se trata de una agresión a
los principios de solidaridad y subsidiariedad que deben existir entre los
trabajadores y sus organizaciones y el Estado en su vertiente social, dentro de
la cual se supone está el ISSSTESON. Pero si el pacto social se rompe, entonces
sólo queda a los trabajadores la resistencia y la oposición enérgica a lo que
es una clara violación a sus derechos laborales y sociales, y la exigencia
legal y política de su cumplimiento.
La Universidad de Sonora y las otras
instituciones afectadas están obligadas a unir sus fuerzas y decir NO a la
arbitrariedad y al abuso. El gobierno del Estado, por su parte, debe cumplir
con sus obligaciones constitucionales y estar al servicio del bienestar
ciudadano. La ciudadanía tiene que alzar la voz y actuar en legítima defensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario