“Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad ”
(Benjamin Franklin).
Si algunos pensaban que los cambios en
la política nacional relativa a la seguridad social y a los servicios de salud
eran terribles pero lejanos a la clase trabajadora sonorense, hoy es un buen momento
para cambiar de opinión. El problema lo tenemos en casa. La ola privatizadora ya
golpea con insistencia los muros de nuestra vida comunitaria y arroja sombras
ominosas en la vida de cada uno de nosotros.
Los que antes lograban su pensión
jubilatoria lo hacían con relativa tranquilidad y facilidad: se daba por
sentado que, pasados los tiempos de reunir papeles, solicitar el beneficio y
disfrutar de esta prestación era una cadena de eventos que fluían en el tiempo
y lo hacían sin obstáculos. Ahora las cosas han cambiado y las consecuencias de
estos cambios las están padeciendo los trabajadores a los que durante toda su
vida laboral les fueron descontadas puntualmente las cuotas por concepto de
servicios médicos y seguridad social.
En el plano nacional, la nueva filosofía
adoptada por el gobierno federal y avalada por la Suprema Corte de Justicia de
la Nación es que lo que antes era un derecho ahora es una opción, lo que da
idea del espíritu que anima la reforma laboral de Enrique Peña Nieto. Por lo
que corresponde a nuestra entidad federativa, el gobierno local se empeña en
seguir los pasos que marca el centro y el concepto de seguridad social se ha
visto afectado por las subrogaciones de servicios de salud, reducción de los
cuadros básicos de medicamentos, desabasto de medicinas y una creciente
canalización de los pacientes hacia unidades del sector privado cuya función
complementaria ha ganado creciente protagonismo. Mientras que el Instituto de
seguridad social estatal disminuye la cobertura de sus servicios crece la
demanda de seguros privados de gastos médicos mayores. La salud en Sonora se ha
convertido en un nicho de mercado en proceso de expansión en buena medida
gracias al cambio en las prioridades del gobierno.
Para decirlo en forma resumida, el
gobierno despliega una política privatizadora siguiendo los dictados del FMI,
la OCDE y el Banco Mundial; en esta línea, los derechos y conquistas laborales
deben flexibilizarse y ser reducidos al máximo, para permitir que el sistema
conserve su funcionalidad y obtenga su tasa de ganancia. Es obvio que lo que
disminuye por un lado aumenta por otro y, en este caso, son los trabajadores
los que ven disminuidas sus condiciones de vida y los empresarios los que
obtiene las ganancias. Los costos de las pensiones y los servicios de salud
ahora son vistos desde la perspectiva del mercado y, desde luego, el sistema
busca la forma de eliminar los beneficios sociales mediante políticas que hacen
posible que el trabajador pase de derechohabiente a cliente.
La enorme masa de recursos monetarios
alcanzada por años de puntuales cotizaciones de los trabajadores a los sistemas
de seguridad social administrados por el Estado, ahora se ha convertido en un
apetecible botín que la iniciativa privada ni siquiera disputa porque el
gobierno mismo lo ha puesto en sus manos. Tal es el origen de las
administradoras de fondos para el retiro (Afores) que recibieron el regalo de
2.9 billones de pesos, sistema que el gobierno instauró como única vía para el
logro de una pensión mínima para los trabajadores y que puede tener pérdidas
sin responsabilidad para la empresa y el Estado.
La idea de Estado mínimo y los
mecanismos para lograrlo incubados en los sótanos del neoliberalismo
representado por el FMI y demás organismos financieros internacionales, tiene
en el deterioro de los derechos laborales, la calidad de vida y la
privatización de la salud y seguridad social su fiel expresión. Y es justamente
esa visión de la realidad económica y social lo que hace que el gobierno
incumpla con sus deberes esenciales, transgreda la propia ley y viole acuerdos
internacionales en materia laboral, social y de derechos humanos.
Lo anterior se da fatalmente en un país
que presenta cuadros de corrupción creciente, de saqueo de recursos naturales,
contaminación del ambiente y deterioro general de la calidad de vida. La
violencia callejera es solamente una respuesta al desgarramiento del tejido
social provocado por la agresión neoliberal que crea sociedades enfermas y
autodestructivas. La vida humana y los mecanismos sociales e institucionales
para preservarla se precarizan, pasando de valores trascendentes a meras formas
retóricas condenadas a la trivialización y al desprecio. El derecho a la salud
por omisión del gobierno termina siendo una mercancía que responde a las leyes
del mercado, y el derecho a las pensiones y jubilaciones termina reducido a
cálculos actuariales cuyo despliegue cuantitativo oculta el carácter
redistributivo y esencialmente humano de estas prestaciones. Así, la
relativización de los derechos nulifica sus efectos sociales y políticos y
degrada principios como la solidaridad y el apoyo entre las generaciones de
trabajadores, además de generar una sensación de inutilidad en los esfuerzos de
la clase trabajadora por la defensa de sus conquistas históricas.
Mientras que en el plano nacional la
seguridad social ha sufrido graves impactos a partir de las reformas a la ley
del Imss e Issste, y la creación de las administradoras privadas de los fondos
de ahorro para el retiro (Afores), en el caso de Sonora se observa una clara
tendencia a privatizar tanto la salud como la seguridad social, a partir de la
concesión de los servicios como análisis clínicos, radiología e imagenología,
diálisis, mantenimiento y aseo, camilleros y ambulancias, y, desde luego, farmacia a agentes privados. Por
otra parte, el derecho a una jubilación digna se viola silenciosamente al
condicionar ilegalmente su disfrute a la firma de un nuevo convenio que
modifica el actual contrato de prestación de servicios de seguridad social
entre Isssteson y los organismos afiliados en perjuicio del trabajador, de lo
cual pueden dar testimonio los trabajadores universitarios. Aquí tenemos como
telón de fondo la misteriosa desaparición de entre 3 y 5 mil millones de pesos de
los fondos bajo la responsabilidad de Isssteson, desfondo que se quiere resarcir
con un grosero incremento a las cuotas por seguridad social que pagan los organismos
afiliados. Mientras que la responsabilidad estatal disminuye la influencia del
mercado crece.
Pero ¿qué se debe hacer? ¿Cómo podemos
revertir estos efectos negativos para la sociedad en su conjunto y, en
particular, para la clase trabajadora? La respuesta más precisa es dar la lucha
legal y política; emplear todos los recursos legales a nuestro alcance y
desarrollar una campaña permanente de información, organización y movilización
de los trabajadores. Aquí se plantea la imperiosa necesidad de actuar con la
firme determinación de rescatar a la sociedad de la barbarie neoliberal y
reconstruirla democráticamente.
El futuro de las nuevas generaciones de
trabajadores dependerá de la firmeza de nuestra acción y de los avances que
logremos, a fin de garantizarles cuando menos iguales condiciones de retiro. Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que somos responsables de nuestro futuro, que
lo estamos construyendo y que su calidad dependerá del esfuerzo que realicemos
hoy.
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