“Muchos
jueces son incorruptibles, nadie puede inducirlos a hacer justicia”
(Bertold Brecht).
La sensación de humedad transita por la
epidermis social y no falta quién se muestre asombrado y agradecido por esta
nueva temporada de lluvias y lloviznas que hace posible el cielo nublado y los
eventuales retortijones celestiales que iluminan esporádicamente las noches
sonorenses.
Sin duda Sonora avanza en eso de
calenturas y humedades transfronterizas con la “megarregión” de tibia, pero
persistente anexión virtual con el país que no sabe jugar a las tentadas y
solamente cae en cachondeos verbales cuando tiene el gane asegurado. Ganó Trump
y una visión de la política centrada en el ombligo de los gringos. Política
chata pero que respira bien a los ojos de los regionalismos entendidos como la
repartición de culpas geopolíticas por los muchos errores de un modelo que se
expandió hasta llegar hasta sus propios traspatios, justo donde se acumula la
basura de una vida cotidiana anodina y parasitaria. El desempleo a costa de
joder al vecino con los costos ambientales del logro económico de corto y
mediano plazo estalla en la jeta de los más optimistas y, desde luego, la culpa
debe ser de los propios pueblos receptores de los desechos industriales y los
traumas comerciales que orgullosamente llevan el sello de Made in USA.
Pero,
la gringofilia tiene sus costos y la
idea de uncir con mayor fuerza el destino nacional a los pujos y agruras
gringas pronto muestra los hilos corridos de los planes y propósitos de
integración asimétrica que se inoculan en las cabecitas locas de nuestros
genios de la economía y las finanzas nacionales. Nos desayunamos con la noticia
de que carros ensamblados en Hermosillo, orgullosamente Ford, han servido como
sistema de paquetería para el pujante negocio de la droga en USA. Las
autoridades, eventualmente competentes, señalan que ingresaron por Arizona y de
ahí a las rutas de distribución de la empresa trasnacional automotriz.
Desde luego que es absurdo rechazar el
intercambio comercial con nuestros vecinos, pero también lo es extender cheques
en blanco por el solo hecho de que aquéllos son una superpotencia, a la par que
un enfermo lejos de la rehabilitación por adicciones y prácticas mafiosas que
han contaminado al mundo entero. Lo que se impone es el replanteo de nuestra
política exterior y el restablecimiento de los deberes y obligaciones constitucionales
que nos habían dado reputación y significado como país independiente y soberano.
Hacer depender el futuro de un estado o
región en el apoyo de su contraparte comercial extranjera es, en sí, un acto de
claudicación de deberes y responsabilidades constitucionales o, dicho
coloquialmente, de querer darlas porque sí.
Mientras las reglas de la relación
transfronteriza se vuelan la barda de los preceptos constitucionales, en Sonora
llueve sobre mojado. Según observadores nacionales y extranjeros, somos zona de
trasiego de drogas, de comercio y de pugnas territoriales entre grupos de la
delincuencia organizada, de suerte que muchos se preguntan qué pasa con las
autoridades que posan ante las cámaras, hacen declaraciones, anuncian
movilizaciones y pactos de seguridad pública, campañas y actos de coordinación
entre autoridades de los tres órdenes de gobierno, desplazamientos de
uniformados de varias dependencias y la parafernalia propia del caso. El colmo
del asunto es incluir dentro del paquete de medidas contra la inseguridad y la
criminalidad los protocolos que exporta (y supervisa) la nación que regentea el
terrorismo y promueve la inestabilidad internacional.
Cada vez más ciudadanos se alarman y
comentan sobre los extraños movimientos que se observan en sus barrios y
colonias, y la frecuencia con que se ven personas armadas con una naturalidad y
desparpajo espeluznantes, aunque también lo hacen acerca del desempleo, de la
precariedad de los sueldos, de las alzas de las subsistencias populares y del
deterioro de la seguridad social.
Mientras las armas y las drogas circulan
por las calles como si fuera constancia de territorialidad, el agua de las
lluvias destapa las fallas en otros menesteres: Hermosillo, por ejemplo, se
inunda con una facilidad asombrosa. El sistema de drenaje no resiste ni los
impactos de una llovizna sin evidenciar que la infraestructura es pirata. Las
fallas y hundimientos, los colapsos y socavones en vías públicas documentan la
venalidad de las autoridades, la mala calidad de los servicios y el despiporre
de contratistas y contratantes. La corrupción es una de las primeras aguas
negras que saltan a borbotones de las alcantarillas del sector público y,
siendo claros, de los entes público-privados creados por el neoliberalismo de
guarache hecho gobierno.
Para colmo, ahora muchos se empeñan en
salir en la foto de la anticorrupción institucional y mueven el trasero para
demostrar, urbi et orbi, su idoneidad
para un cargo que no debería ser de conciencia sino de responsabilidad oficial,
de deber público, sujeto a la legislación relativa a los servidores de
cualquier orden de gobierno. Se tiene el triste caso de que las
responsabilidades y su repartición actúan como un placebo que, merced a la inclusión
“ciudadana” amplía el radio de la simulación y la impunidad. Aquí llueve sobre
mojado.
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