“Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y no por una
educación que nos enseñe a obedecer” (Paulo Freire).
Nadie discute que el derecho a la
educación de los jóvenes está garantizado por la ley y las buenas costumbres
sonorenses, independientemente de que no se garantice ni la calidad, ni el
empleo ni la seguridad social de los egresados. Por supuesto que la educación
es una prioridad para el desarrollo del estado y el país, aunque el modelo de
desarrollo es el de atraer inversiones en maquilas y otros giros que no generan
necesariamente valor, aunque sí precio. Naturalmente que el gobierno vigila con
celo la suave marcha de los procesos educativos y financia sin reparos la
educación pública, siempre y cuando no le cuesten mucho y no comprometan el
gasto dedicado a campañas de autopromoción electoral y de propaganda sobre los
milagros logrados por la administración en turno.
Nadie, salvo los afectados directos como
son los sindicalistas universitarios, cuestiona e indaga sobre los desvíos de
fondos públicos denunciados y sobre los recursos que fueron transferidos de una
a otra partida sin justificación ni transparencia alguna. Ningún espíritu
justiciero repara en el hecho de que se hayan aumentado las plazas de confianza
a costa de las académicas. Tampoco a alguien ajeno a la universidad de a pie
parece preocuparle las continuas y reiteradas violaciones al contrato colectivo
de trabajo por parte de la administración, lo cual, sin duda alguna, ha
contribuido al enrarecimiento del clima institucional y crispado las relaciones
entre trabajadores y autoridades. Desde luego, a nadie parece importarle que
los trabajadores académicos, así como los manuales y administrativos son parte esencial
de la fuerza laboral de la Universidad, regidos y amparados por un contrato
colectivo de trabajo en el marco de la legislación laboral vigente, por lo que
no son ni mártires ni santos, sino simplemente trabajadores especializados que
realizan sus labores a cambio de un salario, tal como ocurre en otras esferas
de la producción y los servicios. Si bien es cierto que la parte económica del
contrato es importante, también lo es el respeto y la voluntad de diálogo de
las partes y, en este caso, la administración se ha negado.
En cambio, a los representantes de la
universidad mediática y burocrática les parte el alma la posibilidad de que “no
haya clases” y que se “deje sin educación” a los jóvenes que acuden a las aulas
desde los más variados lugares de origen, con el consiguiente “gasto familiar”.
La angustia corroe las entrañas de algunos funcionarios nalgas planas
encaramados en las secretarías, las divisiones y las jefaturas de departamento
porque una huelga “afecta la imagen institucional” y hace desmerecer la calma
porfiriana que hay en Sonora bajo la gubernatura de la señora de Torres. El
coro de plañideras apenas empieza con puntualidad: el día 28 se vence el plazo
para evaluar el avance o el estancamiento y abandono de las negociaciones, en
el sentido de lograr o no acuerdos y tareas para resolver el conflicto y, por
ende, la huelga.
El rector Grijalva y su patético coro de
apoyadores a sueldo pueden reconocer las “justas demandas” de los trabajadores,
a la par que promueven “incidentes no especificados” ante la Junta Local de
Conciliación y Arbitraje (JLCA), con el fin de que se archive el expediente
porque el STAUS “ya estalló” la huelga a principios de mes. Lo curioso del caso
es que la autoridad laboral admitió indebidamente el incidente, siendo que solamente
debió hacerlo cuando se refiriera a la personalidad jurídica de la parte
sindical. Si la JLCA viola la ley flagrantemente al admitir un recurso ilegal,
¿cuál es la conclusión que el lector puede obtener acerca de la imparcialidad
de la autoridad?
¿Los plañideros supuestamente interesados
en la “educación de los jóvenes” están de acuerdo en que se pisoteen, cuando no
se desconozcan, derechos sustantivos de los trabajadores? ¿Están a favor de dar
una educación basada en la subordinación de los sindicatos a autoridades
venales, corruptas y manipuladoras? ¿Qué clase de profesionistas tienen pensado
lanzar al mercado ocupacional que prestigie a nuestra Alma Mater y que impulse
el desarrollo integral de Sonora? ¿Qué tan innovador puede ser un egresado formado
en la servil obediencia del patrón y en la ausencia de conciencia social? ¿Qué
utilidad puede reportarle a la sociedad tener alumnos que desconocen los
derechos de los trabajadores? ¿La idea de democracia y justicia social no pasa
por las mentes de los burócratas encaramados en la administración pública y la
universitaria? ¿La educación y la formación profesional se limita al
cumplimiento de horarios y calendarios escolares, sin contexto ni contenido?
¿El académico es un robot diseñado para el llenado de formatos y el
cumplimiento de horarios? ¿A qué horas dejó de ser universidad para convertirse
en una vulgar maquiladora de títulos y constancias?
En la actual coyuntura no está en juego
solamente la dignificación del trabajo universitario, de su contrato colectivo,
de la existencia misma de los sindicatos, sino la naturaleza formativa de los
estudios universitarios. En aras de contribuir a la formación profesional,
humanista y ciudadana de los estudiantes y de la dignificación del trabajo
profesional tanto de los maestros como del personal de manuales y
administrativos ante las agresiones de la administración universitaria, sin
duda alguna debe haber huelga en la Universidad de Sonora. Mientras no haya
voluntad de diálogo y arreglo transparente y justo, que así sea, por el bien de
todos.
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