“Ser
ignorante de su propia ignorancia, es la enfermedad del ignorante”
(Alcott).
Según el diccionario, “apertura”
significa: 1. “acción de abrir o abrirse algo” (la apertura de las tiendas se
realiza a las 8:30); 2. Acto de inauguración o comienzo de una actividad (el
Ministro estuvo a cargo del acto de apertura del ciclo lectivo); 3. Comienzo de
una actividad, ingreso a un sistema o entidad (apertura de una cuenta
bancaria); 4. Actitud comprensiva y tolerante, aceptación de nuevas ideas (los
docentes deben mostrar apertura a las ideas de todos los alumnos); 5.
Combinación de jugadas para comenzar un partido de ajedrez (el ajedrecista hizo
una apertura magistral). Pues bien, gracias a los empleados bancarios nos
enteramos que ahora existe un verbo nuevo: “aperturar”.
La aportación bancaria a la lengua quizá
surge como una alternativa moderna y funcional al usual, aunque al parecer ya
avejentado verbo “abrir” que, como se sabe, significa entre otras cosas, 1.
Hacer que el interior de un espacio o lugar tenga comunicación directa con el
exterior; 2. Permitir la entrada a un lugar; 3. Dar comienzo a algo que se
desarrolla durante un período concreto de tiempo; o 4. Comenzar, dar principio
a una actividad de una corporación o un establecimiento (abrir una cuenta
bancaria, por ejemplo).
La novedosa aportación ha dado lugar a
que los bancos adviertan a sus clientes que tal o cual sucursal “apertura los
sábados”, lo que antes se expresaba diciendo simplemente que “la sucursal abre
los sábados”. De acuerdo a este criterio, pudiera ser válido decir que Fulano
de tal fue recibido “con los brazos aperturados”,
o que mi corazón está aperturado para
el amor, o que te aperturo con gusto
las puertas de mi hogar.
Recientemente pregunté a un estudiante
universitario acerca de la corrección de la palabra “aperturar” y la respuesta
fue: “pues… así se dice”. No hay duda que la mayor certidumbre la tiene el que
no razona críticamente lo que escucha, sino que simplemente lo interpreta y da
la calidad de cierto: “así lo oí y pude traducir su significado, por lo tanto,
está bien”. Como se ve, salen sobrado las reglas y formas del idioma, sus
características históricas y el contenido cultural e identitario de la lengua
que nos une.
Ahora no es extraño escuchar en una
conversación que alguien diga “te prometo”, refiriéndose a una situación
pasada: “Te prometo que no me enteré”. Según el diccionario, prometer significa
dar la seguridad de un cumplimiento futuro; es decir, obligarse a decir o hacer
algo. ¿De dónde sale eso de “prometer” algo en un contexto o situación del
pasado? Esta pregunta encuentra respuesta en las películas y series de
televisión gringas. Los personajes “prometen” queriendo asegurar la veracidad de
algo ya realizado. Si para los anglosajones funcionan ciertas expresiones, no
necesariamente lo hacen para nosotros que, por fortuna, gozamos de un idioma
rico y conceptualmente diverso y a la vez preciso. Es claro que los
hispanohablantes, en vez de “prometer” la veracidad de un acto pasado, mejor
afirmamos, aseguramos o juramos.
En el mismo sentido, encontramos el uso
agringado de la palabra “bizarro”. Este adjetivo significa: valiente, elegante,
esforzado, gallardo, generoso, espléndido. Se aplica a la persona que es
valiente y noble en su manera de actuar; se aplica a la persona muy generosa.
En cambio, para un gringo significa “muy extraño e inusual”, de manera que
atrapa la atención e impresiona; se refiere a algo cuya rareza afecta
emocionalmente. Seguramente le ha tocado escuchar a alguien de por acá decir
que presenció un hecho “bizarro”, con una expresión de asco o molestia en la
cara, misma que ponemos nosotros al escuchar semejante babosada.
Otra perla que provee la televisión es
la expresión “capítulo estreno”. Se puede admitir que una serie tenga un
capítulo inicial, introductorio, de particular importancia para los productores
y, eventualmente, para el espectador. No hay problema con el anuncio de un
capítulo nuevo, de estreno, porque se
entiende que el programa reporta nuevo material a la teleaudiencia. Decir
“capítulo estreno” es pretender una economía que no tiene sentido en el idioma
español.
Sin embargo, peores cosas nos regalan
ciertos canales cuando invitan al auditorio diciendo: “stalkéanos”. Stalking significa en inglés el acto de acechar o
asediar una presa; observar o seguir a una persona de manera persistente con el
fin de afectarla. ¿El canal en serio desea el acoso o acecho de la audiencia, o
la asiduidad en el seguimiento de sus programas? Como se ve, la cultura basada
en la televisión o el cine termina siendo una forma de dilución de la identidad
y un severo daño a la cultura del usuario, cuando éste es acrítico, ignorante o
flojo intelectualmente.
Mientras no haya una verdadera
preocupación intelectual en las generaciones de académicos y estudiantes que se
están formando en el país, podrán ir y venir reformas educativas, pero estarán
manchadas por la incompetencia, el engaño y el ánimo represivo. Y esto es
debido a que existe una clara e indudable transculturación desde los años 80,
punto de arranque del neoliberalismo, que ha corrompido al gobierno y dado al
traste con las expectativas de progreso y bienestar de los mexicanos, a partir
de vulnerar sus instituciones, prostituir la función pública, trivializar la
educación, la cultura y socavar el sentido de pertenencia familiar y comunal.
La destrucción del aparato productivo y
la indefensión progresiva de los trabajadores, precarizando el empleo y el ingreso,
y criminalizando sus organizaciones y formas de lucha, repercuten en la
vulnerabilidad de la seguridad social, de la seguridad pública, de la calidad
de vida de los ciudadanos, lo que se complementa con una cada vez más baja
calidad educativa y el auge de la escuela privada, apoyada por el gobierno. En
conjunto tenemos una sociedad que se está reformateando en los términos de la
dependencia, no sólo económica y financiera, sino científica y tecnológica y,
evidentemente, educativa y cultural.
La apertura de México al capital y los
intereses trasnacionales, nos pone en un complejo escenario donde la pobreza,
marginación e inseguridad debieran despertar el interés y la urgencia de
replantear el modelo económico pero, en cambio, el gobierno centra su atención
en abrir (¿aperturar?) las puertas a la inversión privada incluso en materia de
servicios públicos (como la limpia y recolección de basura) y en las muy
delicadas funciones de seguridad pública (intervención privada en el recién
anunciado C5i).
Es claro por qué la organización de los
trabajadores y la lucha por la educación pública se trivializa y hace pasar por
ociosas manifestaciones de los inconformes de siempre, en vez de ver su exacta
dimensión en el marco de las luchas cívicas nacionales. No queremos darnos
cuenta que la CNTE representa un frente ciudadano de lucha por la educación pública,
por la identidad nacional y por la salvaguarda de los valores que nos
identifican como país. Como ciudadanos, si no reaccionamos ahora, quizá mañana
sea demasiado tarde.
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