“El que educa es más padre que el que
engendra” (Frase latina).
Ha acaparado la atención el aparato policíaco montado para efecto de “proteger” a los maestros que acudan a la
evaluación decretada por el supremo gobierno con fines hasta ahora identificados
como laborales más que educativos. La insondable perfidia tras estos
despliegues de autoridad pudiera ser ignorada por muchos, salvo por quienes han
decidido su vida mediante la preparación y el ejercicio de la profesión
docente.
Podrá suponerse que los maestros deben
someterse a la evaluación porque ésta garantiza una mejor forma de constatar
los conocimientos adquiridos y que se traducirían en mejor desempeño laboral
pero, por desgracia, la realidad no es lineal. La actividad docente tiene muchos
“asegunes”.
En este punto, cabe recordar que el
gobierno ha descuidado sistemáticamente no sólo infraestructura sino cobertura
educativa, remuneraciones y garantías para los maestros “de a pie” que trabajan
en condiciones fácilmente imaginables en contextos como el África subsahariana,
las comunidades rurales de zonas económicamente deprimidas y lejanas de los
beneficios de la vida civilizada y el decoro humanitario.
Se pueden encontrar planteles que sólo
cuentan con un aula y sin el equipamiento necesario para la enseñanza, en
paupérrimas condiciones y olvidados del Internet y la administración escolar.
Existen porque hay un maestro que siente empatía por sus alumnos y siente su
profesión no tanto como un apostolado sino como un puesto privilegiado en la
lucha contra la ignorancia y la marginación, aunque sin la esperanza de mejora
de las condiciones materiales y muchas veces a pesar de la intervención de las
autoridades.
Hay maestros comprometidos con su
profesión y con la comunidad donde trabajan, sin que dejen de existir
verdaderos parásitos que medran en las cañerías de un sistema corporativo y
decadente que envilece, prostituye y desprestigia a los docentes como gremio,
pero, frente a los operadores de la corrupción institucionalizada están los
esforzados y honestos, dando la batalla en el aula, la cancha deportiva, el
taller y la calle.
La reforma educativa tiene más que ver
con la laboral que con un programa nacional que fortalezca e impulse nuestras
capacidades como nación en terrenos como los de la ciencia y la tecnología, y
que refuerce las posibilidades de avanzar en investigación y desarrollo a
partir de lograr generaciones de jóvenes mejor formados académicamente, más
inclinados a la investigación y al análisis objetivo de la realidad mundial,
nacional y regional, más dispuestos a aplicar y experimentar, y más cultos y
dispuestos a entender la pluralidad y riqueza cultural que ha logrado nuestra
sociedad en su aventura por la historia.
Lamentablemente, el gobierno cegado por
el dogmatismo neoliberal emplea su poder en labores de represión y
amedrentamiento del magisterio nacional, valiéndose de la fuerza pública para
tan ridículas y antidemocráticas tareas, llegando incluso al acarreo aéreo de
los profesores, según reporta la prensa. El abuso y la falta de visión
histórica son evidentes, como también lo es la decidida oposición y resistencia
pacífica de los maestros disidentes.
Así pues, mientras los trabajadores
luchan y se oponen a las reformas apátridas, los legisladores del sistema ponen
piedras en el camino al desarrollo independiente y soberano del país.
Según se ve, no puede estar lejano el
día en que los ciudadanos decidan, por conveniencia propia, romper las cadenas
de la inercia y la apatía comodona y empiecen a sumarse a las demandas de las
fuerzas progresistas de cada comunidad nacional. Por lo pronto, el apoyo a la
lucha de los maestros por una educación pública, gratuita y de calidad es
necesaria y categórica, porque va de por medio el futuro de todos.
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