Los días soleados parecen adoptar una
actitud prudente ante el hecho de que la meteorología señala nuevas reglas de
comportamiento en el paraje hermosillense: la discreción es actitud obligada
que se resuelve con nublados que sirven de marco a la lluvia que cae a veces
sin decir “agua va” y en otras con gran aparato publicitario.
Llueve tanto con aires modositos como
con aspavientos de rayos y truenos; las precipitaciones pluviales parecen
confabularse para convencernos de que el tiempo se apiada de las cálidas
arideces de esta parte del planeta y establece un pacto de civilidad que
beneficia a las presas y charcos que reciben las avenidas de los ríos, pero que
no perdona el oportunismo de obras de pavimentación o recarpeteo chapuceras y
las señala con baches abiertos y mentadas de madre de peatones y conductores de
vehículos de propulsión mecánica. A
bache abierto y confeso, relevo de disculpas y pretextos.
La presencia de nublados y lluvias
aplaca los excesos consumistas y el flujo de electrones conducido por las
instalaciones eléctricas que estallan cada tanto en forma de reclamos de pago
suscritos por la CFE parece dar tregua. El consumo eléctrico disminuye
relativamente por azares de la voluntad del cliente cautivo de un servicio
amenazado con la pistola de la privatización y el descredito de los cortes por
falta de pago. Tiempos de moderación en una ciudad lastimada por el pillaje de
una administración que supo ganarse con sobrados méritos la iracundia de los
ciudadanos y el malestar de visitantes y observadores.
La frescura del ambiente contagia el
ánimo y permite lavarse las manos a medio día sin despellejarse, tomar un baño
sin que este hecho se pueda traducir en un solapado intento de suicidio que la
urbanidad y las buenas maneras pudiera replantear en beneficio de la pulcritud
de quien lo comete. El ambiente así modificado influye en el ritmo de la
ciudad, dándole matices de ciudad comprometida con la calidad de vida de sus
habitantes, pero que padece de amnesia temporal de su esplendor pasado y espera
una serie de sesiones de terapia de ingeniería urbana en el sistema de agua
potable y alcantarillado, en el cuidado y mantenimiento de calles, parques y
jardines, tanto como en la seguridad pública y la disposición de basura y otros
materiales que exigen reciclamiento.
El agua que cae por mandato de la ley de
gravedad no es del todo un elemento tranquilizante, porque contribuye al
arrastre de sustancias tóxicas generosamente vertidas por la mezquindad de
Grupo México. Este problema de salud pública que huele a contingencia
ambiental, merece estar en el primer lugar de la agenda de las nuevas
autoridades gubernamentales, de la entidad y el municipio. Hasta la fecha no
conozco ningún tipo de pronunciamiento, mención, compromiso o reconocimiento de
la gravísima situación de riesgo en salud que corren los habitantes del
municipio y cabecera municipal. La ciudad capital de Sonora goza del remojo
temporal que proporcionan los eventos climáticos circundantes, pero sufre el
abandono de los viejos y los nuevos personajes que encabezan la administración
pública.
¿Qué va a pasar si el gobierno sigue en
actitud de negar las consecuencias de lo que constituye una amenaza
significativa para ésta y las nuevas generaciones? ¿Cuándo se promoverán, no
limosnas, sino remedios verdaderos al daño patrimonial y la calidad de vida de
miles de ciudadanos actualmente afectados? ¿Por qué insistirán en sacarle la
vuelta a llamar al desastre por su nombre y reclamar para los perpetradores las
más severas penalidades por su negligencia y criminal desprecio a la vida y el
ambiente?
Sonora es un estado saqueado, víctima de
la más absurda de las acciones de latrocinio, abuso de autoridad, tráfico de
influencias, extorsión, y un descuido escandaloso respecto a la administración
y cuidado de los recursos naturales. Hoy tenemos nuevos rostros y nombres en
los titulares de la administración, pero se necesitan acciones y nuevas formas
de abordar y resolver los problemas de nuestra vida cotidiana como sociedad.
El cambio no se va a dar olvidando y
avalando los excesos de quienes ya concluyeron sus responsabilidades al frente
del gobierno, sino poniendo a cada cual en el lugar que le corresponde de
acuerdo a sus merecimientos. Resulta verdaderamente preocupante que los puestos
se repartan entre cuñadas, vecinos, amigos y compañeros con ansias de
novillero. Cae de peso que las posiciones empiecen a ocuparse por “méritos en
campaña”, referencias familiares o políticas, por recomendaciones ligadas a la
estructura de siempre en los partidos, a los apellidos que aparecen en uno y
otro lado como garantía de méritos aun no logrados o nunca debidamente
documentados.
La lluvia cae a chorritos o a cántaros,
pero no alcanza a lavar las afrentas sufridas por Sonora y sus habitantes;
quedan la desesperación, el desencanto, la ira de muchas familias que esperan y
exigen soluciones, no explicaciones acerca de lo malos que son los que se
fueron. La desesperación es tóxica y su derrame puede ser de amargas
consecuencias.
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