Para muchos la semana comprendida entre
el día lunes 30 de marzo y el domingo 5 de abril significa descanso
obligatorio, dado que las instituciones educativas liberan a estudiantes y
profesores de las tareas cotidianas. También en los distintos órdenes de
gobierno el inicio de abril es, para unos y otros, la ruptura de inercias y el
inicio de una serie de esfuerzos dedicados a descansar de acuerdo a los usos y
costumbres que marca la televisión y la publicidad comercial.
Nos instalamos sin distracciones
laborales en el papel de clientes cautivos de los reclamos publicitarios, los
embates propagandísticos y el flagelo siempre punzante del dinero que, igual
que la temporada pasada, alcanza para menos de lo que se necesita para
calificar de cliente distinguido al afanoso vacacionista. El precarismo resulta
ser bastante democrático y, a pesar de ello, se pueden ver largas flas en las
cajas de los supermercados y los puestos de peaje carretero. El dinero fluye gracias
al estímulo de la mercadotecnia y a la fe del que cierra los ojos, saca la
cartera y extrae el monto exigido por el mercado. El dinero circula con
creciente velocidad, moviendo la economía y estrechando una intensa relación
coyuntural entre oferentes y demandantes, entre proveedores y consumidores. Las
gallinas que entran por las que salen.
Miramos arrobados los anuncios de
hoteles donde hay chicas rubias de tez bronceada y ojos azules, albercas
pletóricas de promesas lúdicas y rodeadas de diligente personal de servicio que
adivina nuestra bebida favorita y los bocadillos apetecidos; nos imaginamos
gozando las cómodas sillas playeras, la magnífica disposición de los espacios
sombreados y, sobre todo, el glamur y la sofisticación del primer mundo “al
alcance de cualquier presupuesto”. Nos sentimos momentáneamente llevados por el
entusiasmo, por la vaporosa ilusión de poder echar mano del dinero en efectivo,
o la tarjeta que nos sirve de pasaporte a la abundancia vacacional, ajenos al
saldo y a las amenazas de una deuda que genera intereses sobre los intereses. Somos
trabajadores en ejercicio de nuestras labores de consumidores.
Pero, a pesar del ambiente relajado y
displicente que vemos en la tele, seguimos agobiados por los pendones, las
mantas, los avisos espectaculares, los anuncios de promesas transformadoras y
compromisos cumplidos o por cumplir que aparecen en las unidades del transporte
colectivo, los periódicos y demás medios de contaminación visual, en una
parodia enervante que se repite hasta el cansancio. La democracia trucada por
los medios y el efecto hipnótico de la
red televisiva deja ver su verdadera identidad y los horrores de su tiranía
cancelan día a día las posibilidades de hacer política. El Homo Videns de Sartori da cuenta de las características de la
sociedad teledirigida, pero en México Televisa reescribe las líneas de la
decadencia política en formato de telenovela o de espacio de noticias,
retorciendo el cuello de una ciudadanía permeable a la imagen y al mensaje,
cuyos efectos contraproducentes nos convocan a rechazar toda forma de
participación porque “todos los partidos son iguales”. Lo anterior es el logro
de los medios. Es el triunfo de la irracionalidad llevada a niveles de
solución, de consigna para el cambio, de recurso para no apoyar al sistema
corrupto. Mientras que la idea de la participación electoral duele, la
maquinaria supurante de los personeros del sistema se aviva, respira aires de
logro, de conquista.
¿A quién beneficia la no participación
ciudadana en los próximos comicios? ¿Qué garantiza que el sistema se haga del
triunfo electoral? Consideremos lo siguiente: la política nacional y local ha
sido de escándalo, ha indignado a los más tolerantes y ajenos a las cuestiones
públicas, ha permitido que el horror y la decepción aniden en muchos
ciudadanos; el cinismo y la impunidad parecen ser los ejes rectores del
quehacer público, exhibiendo cuadros de corrupción donde se ven las infaltables
redes de complicidad con el sector privado. Los negocios nacionales y trasnacionales
se hacen a la sombra del poder y la corrupción nunca deja de tener fuertes
asideros de complicidad público-privada. En este contexto, ¿a quién se le puede
ocurrir no participar en las elecciones? ¿Quién en su sano juicio puede dejar
las manos libres a los culpables del desastre nacional? ¿Por qué la
autoexclusión de algo que es fundamental para el cambio?
Quienes apuestan al voto nulo, lo que
hacen es nulificar su incidencia electoral, habida cuenta que el sistema
solamente reconoce los votos efectivos. Como recurso moral es inútil, como desplante
emocional, ridículo. Con la abstención y la anulación del voto la telecracia
pude echar las campanas al vuelo sin el obstáculo de una sociedad organizada y
dispuesta a defender su voto. La corrupción puede confiar en que la
desesperación no se va a traducir en una voluntad popular que impulse cambios,
que rompa esquemas, que arrase con la podredumbre encaramada en el poder y que
instale a un gobierno que responda a las necesidades y aspiraciones del pueblo,
porque se ha logrado sembrar la idea perversa de la auto-anulación de derechos
políticos de muchos ciudadanos.
Los días de asueto presentes pueden
servir para la frustración y la autocompasión o para levantar la cabeza y ver
el futuro posible, que se habrá de construir con voluntad de cambio, con
participación electoral, con firmeza inconmovible. Si los ciudadanos no actúan,
las cosas no cambiarán solas, en cambio sí lo harán los mecanismos de control y
enajenación de las masas, cuyo poder de sugestión ha logrado que, contra toda
lógica, se siga votando por el PRI y el PAN. Debemos darle vacaciones
definitivas a la inercia, a la comodona conmiseración del desencanto, tomar las
riendas y prepararnos física y emocionalmente para votar contra el sistema,
como lo hicieron los griegos, como lo están impulsando en España, como lo han
ejemplificado magníficamente en Uruguay, Ecuador, Argentina, y Venezuela. Todos
ellos han acudido a las urnas electorales y han logrado avanzar por la ruta del
progreso, la justicia y la democracia.
¿Se imagina qué hubiera pasado si en
estos pueblos hubiera vencido la decepción, el desánimo, la inercia y el
desgano porque “todo estaba ya planchado”, porque “no se puede contra el
sistema”? Nosotros, en México y en Sonora, también podemos. Es cosa de no votar
por los mismos, de atreverse a marcar la boleta electoral por ese partido
nuevo, que “no va a ganar”, pero que representa una innegable esperanza de
avance, un tramo en el largo y sinuoso camino a la democracia. Morena es una
buena opción. Votemos.
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