Según se ve, en México y en Sonora importa
un rábano la vida de los demás. Al menos eso queda demostrado con los hechos no
tan aislados de Ayotzinapa y antes los Atenco, y las cada vez más frecuentes
muertes callejeras violentas y las que ocurren por desatención en los
hospitales.
Las ciudades y áreas rurales de México
no pueden presumir de seguridad pública porque cada día se hace presente el
actuar sanguinolento del crimen organizado, de la delincuencia ratonera, de la desposesión llevada a extremos que azota el rostro de una sociedad que se esfuerza por ser impasible. Cada vez es más fácil morir en México.
Se puede perder la vida o enfermar
seriamente gracias a los esfuerzos conjuntos de las instituciones públicas y
privadas: las clínicas y hospitales que dejan morir a sus pacientes porque no
les tocaba turno, porque se presumía una borrachera que resultó no serlo,
porque no había personal suficiente ni dispuesto a atender la urgencia que pasó
por caso rutinario, porque no se le dio la gana al personal del servicio,
porque la ambulancia no llegó a tiempo, porque había mucha demanda, porque no
se tenía ni materiales de curación, ni medicamentos, ni dinero para ir a
comprarlos.
Por otra parte, la gente se muere o
enferma porque esa es la cuota que hay que pagar en la ventanilla del progreso,
porque un exceso de celo en materia de seguridad industrial y protección del
ambiente puede redundar en pérdida de inversiones y empleos, porque la economía
exige acelerar el ritmo de producción y la vida humana no es tan sagrada como antes
se decía.
El desarrollo de la industria químico
farmacéutica exige que la mercadotecnia releve de sus afanes a la medicina: el
medicamento no va a responder a la enfermedad sino que la enfermedad debe
responder al medicamento que se lanza como cura de un mal que no necesariamente
existe. El antiviral Tamiflú (oseltamivir) requiere de una enfermedad que
permita vender grandes volúmenes en todo el mundo y la respuesta es crear una
pandemia donde no la hay. Todo mundo se siente obligado a vacunarse, se
presiona al personal de salud, en todas partes hay cubre-bocas, gel
desinfectante medidas extremas para prevenir lo que es una tomadura de pelo a
nivel mundial, y así como este antiviral, se encuentra una gama de medicamentos
contra enfermedades inventadas como el déficit de atención infantil, la
angustia, entre muchas otras.
La vida cotidiana es un océano de
oportunidades para demostrar lo manipulable que es una sociedad desinformada.
Si usted no tiene ganas de convivir socialmente, quizá sea víctima de un feo
padecimiento psiquiátrico para el cual, por fortuna, ya hay una droga. Un buen
ejemplo de sociedad drogo-dependiente es Estados Unidos.
Lo interesante del asunto es que las soluciones
no pasan de ser formas de enriquecimiento del que vende gracias a la credulidad
del que compra. En ningún momento se ve la responsabilidad del gobierno o las
empresas en el desbarajuste social y económico que vicia las manifestaciones
políticas formalizadas en los grandes partidos nacionales, de triste y ridículo
desempeño.
Si en el sector oficial existen
desgarres en el ropaje, ¿qué decir de empresas cuya importancia económica ha
sido bendecida por la complacencia gubernamental? Se puede argumentar que
generan empleo, que la permisibilidad del sector público es un gran atractivo
para los inversionistas, que la entidad necesita de ese empujón económico para
derramar bienestar y justicia. Sonora puede atestiguar que las empresas pueden
ser altamente nocivas y contaminantes, a tal punto que el futuro de una región
entera puede declararse muerto, como es el caso, sin exageración alguna, del
río Sonora y Bacanuchi, gracias al derrame tóxico de Buenavista del Cobre, de Grupo
México. Sin agua limpia, sin actividades productivas rurales, sin futuro, a
cambio de unos pocos pesos en el presente, los habitantes reclaman apoyos,
cumplimiento de la ley, seriedad en el manejo del problema que corroe las
entrañas de las tierras que proveen sustento y arraigo.
En el plano nacional, el crimen
organizado y la voracidad empresarial compiten por los espacios económicos y
políticos, dejando una estela de muerte y destrucción, como es el caso del
control de comunidades enteras mediante el terror, el asesinato masivo de ciudadanos,
el secuestro y la mutilación; por otra parte, los ecos de Atenco se unen al
clamor de Ayotznapa, tanto como lo hacen los deudos de Pasta de Conchos con los
afectados del derrame tóxico de Buenavista del Cobre, del Grupo México. Las
experiencias pasadas se unen a las presentes, en un amasijo pestilente que
huele a impunidad y a viciosa complicidad oficial.
En este orden de ideas, el discurso
oficial es por lo menos sospechoso, demasiado evidente en su ánimo de solapar,
maquillar, diluir, confundir, manipular y joder a la opinión pública. A pesar
de la inercia sonorense, en los últimos tiempos las marchas ciudadanas en
reclamo de justicia han llamado la atención nacional e internacional,
conmoviendo a la prensa propia y extranjera. Es de celebrarse el apoyo
ciudadano a los familiares de los 49 niños víctimas del incendio de la
guardería ABC, el interés solidario de personas e instituciones a los afectados
por el derrame tóxico, la indignación que mueve a paros y marchas por la
tragedia de Ayotzinapa, donde los estudiantes universitarios en apoyo a los
normalistas, abandonan su trivial modorra y muestran la fuerza de la unión
solidaria por la justicia.
Queda claro que una sociedad anclada
en lo políticamente correcto, en la anodina comodidad de lo socialmente
intrascendente pero funcional al estatus quo, no tiene más futuro que el que se
decida en los centros de poder guiados por el dinero y el abuso. Tiempo de
superar el estado de shock inducido por el sistema dominante, hora de romper
cadenas y ver hacia adelante, en pos de un futuro que debemos construir todos.
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