El olor penetrante insinuaba
descomposición, tiempo y abandono. Su presencia reclamaba mi atención con
insistencia de testigo de Jehová, Mormón o fanático evangélico, de suerte que termino
por ceder al imperativo olfativo. Tuve que voltear para enterarme de su fuente:
hombre viejo, entrado en carnes, camisa a cuadros y pantalón de mezclilla,
ambos en avanzado estado de decoloración; bastón metálico ajustable y actitud a
tono con el conjunto. En la Casa del Jubilado y Pensionado del Isssteson, la
música alternaba en difícil competencia con la cháchara bulliciosa de sus
concurrentes habituales, trabados en un esfuerzo de socialización situado en
dos coordenadas: el ocio y la necesidad de anclarse a la vida mediante la
palabra.
Tanto en los alrededores como en el
interior del edificio, el flujo y reflujo de representantes de la tercera edad
era continuo, como un río que recibe y transporta el desecho tóxico de la edad
hacia su desemboque, pasando por la ventanilla del cobro de las pensiones, el
consultorio médico, la peluquería, los múltiples puestos de dulces y
artesanías, las tarjetas con ofertas de préstamo a cuenta de nómina, de
membresías de tiendas trasnacionales, y el inagotable reparto de volantes,
trípticos, periódicos sindicales, oferta de chile molido, curtido, miel y tortillas
de harina, entre muchos otros atractivos que distraen y abultan los bolsillos,
llenan las manos e ilustran la idea de que el comercio informal es un
complemento necesario en la vida del retirado.
En medio del oleaje humano, pude
distinguir la cara del profesor que iba a saludar. Mi amigo aparentemente
atendía un puesto de orientación sindical. Saludo cordial y comentario sobre la
condición de jubilado: “No son los mismos alumnos ni la misma escuela”. “El
interés por aprender y el respeto institucional ya no existen”. “La vocación
que tuvimos ya no tiene de dónde agarrarse en la nueva realidad”. “A nadie le
importa la educación, sólo las apariencias y las infinitas formas de
corrupción”. El rostro reflejaba hartazgo, decepción, y la firme convicción de
que la política corporativa del SNTE atrapa a los logreros y a los ingenuos,
los usa y luego los arroja como pañal desechable al basurero del olvido, cuando
no de la ignominia. La promesa de un café y la despedida sirvieron de vía de
escape de esa cruda realidad que el gobierno se empeña en ignorar.
¿Por qué al jubilado se le cobran
impuestos por la ridícula pensión que recibe? ¿No es un abuso de lesa humanidad
el insistir en trasquilar el escaso monto de dinero que recibe cada mes y por
el cual trabajó tres décadas? ¿No es cierto que cada quincena se le descontó de
su cheque la aportación correspondiente a servicios médicos y jubilación?
¿Quién puede ignorar que el pensionado y jubilado dejó en el servicio público
los mejores años de su vida, recibiendo sueldos cada vez más castigados por la
inflación, el congelamiento salarial, el alza continua de los bienes y
servicios, además de sufrir las largas filas de espera, la deficiencia de los
servicios y la carencia de medicamentos y materiales de curación en las
clínicas gubernamentales?
El cobro de impuestos a las pensiones
es un abuso y la más clara confesión de que al gobierno le importa un rábano
tanto la salud como las condiciones de sobrevivencia de su personal retirado, y
a las deficiencias en los servicios se añade la
inseguridad financiera del instituto, pues nadie sabe, a la fecha, en
qué se gastaron y en manos de quién quedaron los 1500 millones del fondo de
pensiones y jubilaciones del Isssteson que desaparecieron y que no se han
podido comprobar en la ya reprobada cuenta pública de 2013.
La vejez es un tema guardado bajo el
manto de la cursilería oficial y la mentecatez burocrática, ya que, mientras el
trabajador está activo, se le hace la vida de cuadritos. Incluso, algunos han
tratado de ligar el aumento de la “productividad” al salario: a mayor
explotación ligero aumento de ingreso. El sistema no está contento si al
empleado se le paga el salario pactado en los contratos colectivos o aquél
establecido por las disposiciones legales del caso; se busca la manera de
golpear sus percepciones en términos reales, sea mediante el aumento de los
precios de los bienes de consumo, sea a través del aumento de las cuotas de los
servicios públicos, o en forma de privatizaciones de empresas o funciones antes
públicas. Ahí cuelan la electricidad, agua, gas, gasolinas, alimentación,
transporte, registro civil, educación, salud y asistencia pública.
Las organizaciones de trabajadores son
vistas con sospecha y todo lo que se pueda hacer para su deterioro o
desaparición es aplaudido entusiastamente por los organismos empresariales. La
idea de justicia social no pasa por las alfombradas antesalas de presidentes,
gerentes, directores o rectores, uncidos todos al carro del neoliberalismo
nopalero y periférico que sufrimos como se sufren las hemorroides o las
verrugas faciales: puede haber remedios pero, en cierto punto de su evolución,
lo que se requiere es una visita al quirófano.
Hace relativamente pocos días, llegó
la fecha en la que los trabajadores jubilados se presentan a la Universidad de
Sonora para firmar su constancia de sobrevivencia. Entre los trabajadores
asistentes, hubo quiénes fueron incapaces de acudir sin el apoyo de un
pariente, como otros que exhibieron su vitalidad matizada por las canas, la
calvicie, el ligero renqueo-contrapunto de pasos y tropiezos por el pasillo del
lugar, y otros de reciente baja del servicio lucían sonrisas de cortesía y
miradas furtivas como viendo el futuro personal encarnado en no pocos ejemplos.
“Como me ves, te verás”.
Las rondas de firmantes se sucedieron
una a una, y en cada caso se compartieron sonrisas, bromas, buenos deseos de
volver a encontrarse el año que viene. La calidez de los saludos y las
expresiones de humanidad llenaron a oleadas el recinto de la Biblioteca
Central. Entre trabajadores podrá haber diferencias, salvadas por la prudencia,
pero se echa por delante la idea del compañerismo y la solidaridad. Bonito
ejemplo, en medio de la absurda despersonalización que sufre la institución en
aras de la modernidad: es el número de expediente por encima del nombre de la
persona, es la negación de la individualidad a cambio de la eficiencia
robotizada que es programada, pactada y vigilada por una administración
enajenada por las apariencias que debe guardar ante instancias ajenas y
extraacadémicas.
No hace mucho, los académicos sindicalizados
hicieron reformas a su estatuto, incluyendo una nueva delegación que es la de
Pensionados y Jubilados. Se reconocen los derechos y obligaciones de los
sindicalistas en retiro y se trata de rescatar algo de lo que el académico
jubilado pierde al retirarse. Un aspecto menor pero ilustrativo es la
expedición de la credencial institucional donde la Universidad de Sonora acredita
que el portador es jubilado.
Por curiosidad investigué este asunto
y el empleado de la unidad de credencialización de Servicios Universitarios me
informó que en una ocasión se expidieron credenciales con un número
provisional, no el oficial correspondiente al expediente del empleado en
retiro, porque Recursos Humanos no se quiso responsabilizar y actualmente no se
expiden credenciales.
¿A qué tipo de responsabilidad le
tiene miedo la Universidad, si queda claro ante cualquier instancia que el
trabajador jubilado o pensionado es eso y nada más? ¿Cuál es el problema de
expedir credenciales con ese carácter usando el número de empleado que
corresponde y que además es el que aparece en los comprobantes de pago? ¿No es realmente cierto que la institución
aprecia y reconoce a sus jubilados? ¿El expediente asusta a los funcionarios?
Entre los dichos y los hechos, el olor
a viejo penetra la conciencia de las burocracias, anticipa rechazos y promueve
disimulos. ¿Somos una sociedad moderna, civilizada, solidaria y responsable de
sus miembros? ¿Apreciamos el valor de la experiencia como activo valioso para
el presente y el futuro de la nación? ¿Importan el trabajo y el conocimiento creado
o aplicado por las anteriores generaciones? ¿Existen las personas, instituciones
y sociedades sin antecedentes? ¿Somos plantas sin raíz? ¿Surgimos por
generación espontánea? ¡Con razón estamos mal!
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