Sin duda, hay personas que honran a
las instituciones donde se encuentran, por casualidad, invitación o voluntad
propia; de manera permanente o eventual, transitoria o definitiva. Elena (Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores) Poniatowska Amor, nacida francesa, princesa descendiente de una casa aristocrática
polaca y mexicana por adopción, a partir del 10 de octubre es Doctora Honoris Causa
por la Universidad de Sonora. Antes había recibido de manos del rey de España el Premio Cervantes de linajuda prosapia,
ambicionado por escritores propios y extraños.
La invitación a la ceremonia en la que
se le otorgó el título máximo posible en el sistema universitario mundial, circuló
por diversos canales, despertó expectativas, comentarios y vivo interés, sobre
todo entre quienes saben su significado. En la página oficial de la Universidad
de Sonora se dio cobertura suficiente al acto, trascendente como todos los que
tienen por objeto reconocer el mérito de alguien que no necesita de ello, porque ha sido faro
luminoso en la andadura de muchos literatos, cronistas, biógrafos, periodistas
y simples personas de buena fe lecto-escritora. La señora Poniatowska se
recomienda sola. ¡Pocos como ella!
Recibí la noticia-invitación en mi
correo, la leí con atención, sonreí agradecido por saber que algo de
sensibilidad cultural se atravesó en las mentes planas, uniformes y cerradas de
los altos burócratas universitarios. La explicación vino casi de inmediato: La
División de Humanidades y Bellas Artes que dirige el talentoso y capaz Dr.
Fortino Corral, tuvo la buena idea y la convirtió en iniciativa. ¿Qué sería de
la Universidad si no hubiera personas que conservan, pese a la pestilencia
burocrática que azota a la institución, viva la llama del ser universitario? En
ese momento aplaudí con entusiasmo la iniciativa y decidí no asistir a la
ceremonia por el horror altamente posible de tener que oír alguna ridícula
perorata, como elogio a la ameritada escritora y periodista, en boca del
siempre infaltable palurdo que, dotado de una ligera capa de cultura
prefabricada para la ocasión, da en exhibir las insondables miasmas de la
apariencia institucionalizada.
Cabe aclarar que muchos asistieron por
ver a la señora Poniatiwska, al menos de lejos, y sentirse parte de los
homenajeantes, de los muchos implicados emocionalmente con su obra variada e
interesante, de los que sienten que forman parte de algo cuando se reúnen en un
recinto académico, de los que acuden a fundirse en la masa delirante del
momento elogioso, de los que van para decir “yo estuve ahí”, “la vi así de
cerquita”, “me tocó saludarla”, mostrando la mano-instrumento de la salutación
con un orgullo que resistirá los embates del agua y el jabón por una buena
temporada. El espíritu de masa, de ser parte de un colectivo, auditorio,
asamblea o circo, pocas veces tiene una justificación más evidente: la dama es
querida sin necesidad de tratarla, admirada sin la obligación de conocerla,
comentada sin el esfuerzo de saber de sus trabajos y sus días. La señora es
simplemente Elena, y ya entrados en gastos, Elenita.
El significado de “doctor”, de acuerdo
con su acepción latina, es el que sabe, el que está enterado de un cierto tipo
de cuestiones que se conocen mediante el esfuerzo y la experiencia, el gasto
mental y a la consistencia. Supone un conocimiento amplio de un territorio del
conocimiento científico, artístico o tecnológico.
El doctorado es el nivel o grado en
que se conoce con suficiencia la sustancia de una disciplina o arte. En ese
carácter, el doctor instruye, enseña, orienta y guía la puesta en práctica de
un proyecto, proceso, obra o conjunto de tareas. Elena nos ha enseñado a ser
humanos, a comprometernos con causas perdidas, a privilegiar lo cotidiano y
darle una dimensión capaz de trascender tiempo y espacio; también a ser libres
y amar el impulso de la voluntad más allá de las barreras de estas o aquellas
burocracias; a saber equivocarse con sinceridad; a sonreír y ver con serena
empatía los avatares del pueblo cuando lucha, y a comprometerse de pensamiento,
palabra y obra con quienes sólo tienen la palabra que empeñan con honor. Maravillas
de la integridad personal sin maquillaje.
Si la Universidad de Sonora reconoce
la obra y la persona de Elena Poniatowska, ¿con qué parte de ella se
identifica? ¿Cuál de sus enseñanzas se ha comprometido a tomar como guía? ¿Cuál
de los ejemplos de vida y trabajo va a convertirse en el faro que oriente su
futuro quehacer? ¿Trabajará sin interferir en la vida interna de los
sindicatos? ¿Respetará los contratos colectivos de trabajo? ¿Merecerá la
atención y consideración cada integrante de la comunidad universitaria,
profesores, estudiantes, empleados manuales y administrativos? ¿Recuperará
credibilidad respetando y defendiendo la autonomía universitaria? ¿La
administración se empeñará en hacer que la institución recupere la dimensión
humana que ha perdido en aras de una eficiencia más formal que real?
De ser así, ¿habrá transparencia, honestidad
e integridad en las futuras negociaciones de los contratos colectivos? ¿Habrá
justicia y humanidad en las revisiones salariales? ¿Se dejarán de lado las
apariencias y se trabajará realmente en beneficio de la docencia, la
investigación, la extensión y la difusión de la cultura?
En caso de ser así, el Doctorado
Honoris Causa de Elena Poniatowska se sostiene en la integridad de la
institución que lo otorga, y no sólo en los méritos implícitos en la
trayectoria de la notable homenajeada.
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