Después del “guadalupanazo” en forma
de “reforma energética” propinado a los mexicanos por el gobierno a nombre de
las trasnacionales, difícilmente la idea de una Navidad feliz puede pasar por
la mente de las mayorías nacionales. Quizá el pequeño sector extranjerizante
con anclaje en la política oficial pueda sentir algo así como un logro, una
cierta satisfacción por lo realizado y tener la expectativa de progreso que,
bien visto, quedaría reducido al ámbito personal y familiar. Los aires
decembrinos no son menos fríos que en años anteriores, pero ahora el olor que
los distingue es un feo toque de chamusquina que invade el ambiente, y las temibles
emanaciones del azufre neoliberal barren con el aroma del pino, los empaques de
regalo y los dulces a granel.
Los villancicos que templan el entorno
citadino y le añaden toques de nostalgia internacional suenan como a broma
pesada, como a farsa piadosa y pitorreo en los oídos del ciudadano de a pie. La
sensación de invalidez política de una mayoría de votantes cruza por los
vericuetos del lema “sufragio efectivo, no reelección”, para llegar casi de narices
a la convicción de que ni la democracia ni el patriotismo son como antes. Como
se sabe, los señores legisladores ven con buenos ojos eliminar el principio
electoral anti-reeleccionista consagrado por la experiencia histórica nacional
para saltar a la piscina de la modernidad mediante el expediente de la
reelección.
Al mismo tiempo que se derriban los
fundamentos de la transición electoral, lo hacen con los antes sólidos e
impenetrables cimientos del dominio de la nación sobre sus recursos: el
petróleo y las variadas formas de energía que se asocian a él quedan sujetas a
las leyes del mercado, donde el drama de los tiburones y las sardinas se podrá
ver con los colores nacionales diluyéndose en proporciones homeopáticas bajo el
lente de los organismos financieros internacionales.
La risa del presidente y el jolgorio
de sus correligionarios nos transmiten la ufanía del estudiante recién
graduado, oloroso a diploma que, aunque enfundado en el traje ceremonial del
cargo supremo de la administración pública federal, mantiene en alto la
ignorancia supina del primerizo en materia de cesión de soberanía al
extranjero. ¿Qué horrores nos deparará el destino? ¿Qué nuevas sonrisas veremos
en los maquillados rostros de nuestros próceres cuasi-holográficos? ¿Qué nuevas concesiones recibirán los gringos
y cuáles serán las condiciones que deberán acatarse?
Como se ve, la vida cotidiana del
mexicano medio no puede ser rutinaria ni exenta de la emoción del
descubrimiento. Cada tanto el gobierno nos proporciona temas de conversación
que de lo extraordinario e inédito pasan a ser piezas que se acomodan sin
entusiasmo en el tablero de la rutina y la costumbre; las coordenadas de la
vida cotidiana en un país con tendencia a ser recolonizado pueden ser la apatía
y el conformismo, cuando no la cínica complicidad y el menosprecio a la
identidad nacional. ¿Sería comparable la emoción sacralizante del fútbol con la
prosaica defensa de la memoria histórica del país ante la desnacionlización
pactada con el extranjero? ¿La idea de traición a la patria es una figura
únicamente válida en la literatura decimonónica? ¿Qué tanta vigencia tiene el
sentimiento patrio frente a las bondades de la comida rápida y las ideas
cortas; el lenguaje abreviado y la vulgarización de lo políticamente correcto
en una sociedad cada vez menos informada, culta y politizada? Como se ve, los
cambios que mueven a México oscilan y trepidan con fuerza similar a la del
terremoto del 85, pero sin brigadas y perros de rescate que palien y reparen lo
inevitable en un país petrolero sin proyecto nacionalista que evite o aminore
las ambiciones extranjeras.
La navidad de 2013, promete ser una
fecha simbólica esencial transformada por el consumismo en argumento de venta;
tanto como lo es el dominio y la soberanía nacional frente a la obsolescencia
programada del sector energético que dudosamente justifica la apertura al
capital privado extranjero, ahora sin candados que aminoren sus impulsos
depredadores.
A pesar de lo que se ha perdido, vale
celebrar el rescate de la memoria, del significado de la expropiación
petrolera, de la nacionalización eléctrica, de los esfuerzos por industrializar
al país, de los programas para garantizar la soberanía alimentaria, de la
educación pública gratuita, de la salud, de la defensa de los derechos
laborales, de la lucha campesina por la tierra, de los derechos de los pueblos
indígenas, de la patria que nos une e inspira para seguir luchando, ahora a
contracorriente de las fuerzas dominantes del mercado, pero en el sentido en
que lo han hecho los pueblos desde el principio de los tiempos históricos. Hoy
pensar en una revolución pacífica, en una democracia revolucionaria, es un
asidero a la razón y a la esencia nacional. Celebremos la posibilidad, la
utopía transformadora que nos hará libres y dueños de un país soberano, frente
a los apátridas trasnochados que trabajan por el neoliberalismo en México. Con
esas ideas en mente, ¡feliz Navidad! ¡El petróleo, el gas y la electricidad son
y deben ser nuestros! ¡Venceremos!
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