“El derecho a cambiar el gobierno por las urnas y no por el cañón de una pistola; quizá la mejor definición de una democracia” (Isabel II).
El jueves 8 de nuestro mes patrio se recibió la noticia del fallecimiento de la reina Isabel II, a los 96 años. Su deceso abre la puerta a nuevas inquietudes en el contexto de crisis que sufre el Reino Unido y Europa en su conjunto.
En Europa el posible cierre de plantas acereras por problemas en el abasto de energía, subidas extraordinarias del precio de la electricidad, el gas y las gasolinas, además de las consecuentes alzas en el precio de los productos de consumo familiar e industrial que, por decirlo en breve, afectan al conjunto de la geografía mundial.
Planeta convulso que se retuerce con ésta y muchas otras muertes por causas y efectos variados y muchas de ellas evitables, salvo que se trate de bajar las cifras de población por aquello de la mezquindad económica y política que mueve a ciertas naciones a producir y exportar armas de cualquier calibre y potencia imaginable, entre ellos Inglaterra.
Seguramente el nuevo rey Carlos III y la primera ministra, Liz Truss, tendrán que afinar bien su sentido de la geopolítica y tratar de atemperar la estridencia antirrusa que Estados Unidos y socios europeos han emprendido usando a Ucrania como pretexto para ampliar la capacidad de la OTAN, brazo armado de nuestros vecinos en Europa y, según se ve, fuera de ella.
Hasta la fecha, las sanciones aplicadas a Rusia por parte de EEUU y aliados europeos han dado por resultado que la inflación que iba en ascenso alcance pronósticos catastróficos, que la carencia de insumos y alimentos sea una realidad que cambiará los patrones de consumo y la idea de bienestar, muy en contra de la estabilidad económica y política de los autores y promotores de las sanciones.
Por el lado mexicano, el embajador de EEUU, Ken Salazar, presiona para cerrar las puertas a las inversiones de origen euroasiático, haciéndole el fuchi a los chinos y asegurando que el bienestar viene de América y sólo de América. Aquí la pregunta obligada es ¿y qué pasa con el libre comercio y el derecho soberano de los pueblos de comerciar con quién se les antoje? ¿Qué puede no explicar sino justificar la injerencia del embajador en nuestros asuntos?
A pesar de los discursos de igualdad, trato justo y amistad, la realidad sigue demostrando que México y Latinoamérica se toman como el patio trasero de nuestros vecinos, y por eso el embajador viene a decirnos con quién no debemos hacer tratos.
En ese sentido, me parece que no es despreciable la idea de defender el espacio económica y políticos de México y reorientarlo hacia una política nacionalista, de fomento a la capacidad productiva nacional, de adoptar patrones de consumo ligados a la fortaleza nacional en materia alimentaria, es decir, desligarse de la exigencia mediática de consumir lo que el extranjero produce y distribuye.
Lamentablemente, la producción de alimentos como el maíz se dejó en manos de las empresas extranjeras, fortalecimos la dependencia y las prácticas agrícolas tradicionales o basadas en la investigación e iniciativa nacional se cambiaron por el consumo extensivo de agroquímicos que ahora sabemos que son tóxicos, que deterioran la tierra y envenenan el agua y el aire. México se puso en venta, en una liquidación neoliberal que debe terminar por razones de legítima defesa nacional.
Ahora el entramado de concesiones mineras, hidrológicas, energéticas y los avances de la transculturación pintan un panorama complicado para sustentar la independencia nacional en prácticas con efectos reales en nuestro país. Pero así nos dejaron.
La actual coyuntura pudiera aprovecharse para explorar nuevos mercados y fortalecer relaciones multilaterales que en el mediano o largo plazo sean útiles y ventajosas. La idea de la unipolaridad no sólo es obsoleta sino contraria al progreso que apunta hacia la multilateralidad.
Por ello no parece muy afortunada la idea de que Sonora deba integrarse económicamente con el país vecino instalando plantas solares para vender energía a California, o instalar una planta para licuar gas de Estados Unidos en Puerto Libertad, con destino al mercado asiático. Suena raro el plan de que parte del territorio sonorense se convierta en extensión del país vecino.
Con estos proyectos, más la generosa oferta de que los estados gringos vecinos a nuestra frontera puedan pasar a surtirse de gasolina barata, me parece que nuestra precaria economía está haciendo el papel de subsidiaria de un país rico.
Es claro que la soberanía y el dominio de la nación sobre sus recursos naturales se compromete cuando se fortalece la relación con una economía depredadora y armamentista, que busca convertir en dependientes a las naciones que coopta y parasita.
Si bien es cierto que, tras la debacle neoliberal, el margen de maniobra de nuestro país es reducido, es de elemental prudencia no ampliar los niveles de dependencia económica y política con los vecinos. Queda claro que la relación ha sido históricamente tóxica y no estamos para seguir con lo mismo, sino para guardar, en lo posible, la sana distancia.
Pero como le decía, la reina Isabel II ha muerto y con ella termina un largo capítulo de la historia política británica. Que descanse en paz, mientras el mundo sigue su marcha.
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