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lunes, 6 de junio de 2022

El problema del agua

“No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo” (Proverbio inglés).

 

Lo que se sabe es que en Hermosillo hay desabasto de agua. En nuestra historia ya hemos tenido crisis que llevan a los gobiernos locales a imponer tandeos, con el consecuente tronido de tuberías por las diferencias de presión, resultando en charcos a media calle, fugas a granel y malos olores generados por la restricción programada a como caiga.

Expertos señalan que el consumo de agua en Hermosillo está por arriba de lo que debiera, ya que el promedio diario pasa de los 400 litros debiendo ser 220 (El Imparcial, 02.06.2022, Proyecto Puente, 01.06.2022).

El círculo vicioso de fugas de agua continuas, baches y carencia domiciliaria sugieren que está saliendo más caro el gasto en parchecitos que en reparaciones en serio. Parece que es tiempo de pensar en los problemas de distribución del líquido, en las diferencias de consumo de ciertas zonas de la ciudad donde se tiene agua como signo de status: albercas privadas, lagos artificiales y demás comodidades suntuarias que ofenden al ciudadano común.

Tenemos el caso de un recurso que debe ser para todos y que parece ser administrado con criterios de exclusión y agandalle.

Como era de esperarse, existen propuestas que van desde la mejor administración del recurso, el cuidado de la infraestructura y la implementación del ramal norte, hasta la construcción y operación de una desaladora, además de la micro medición para que cada uno “pague lo que consume”.


Resulta curioso y paradójico que en una ciudad donde había árboles, áreas verdes, acequias en diferentes rumbos y, sobre todo, un río que corría caudaloso cortando el sur de Hermosillo, la modernidad nos haya llevado a sustituir árboles por cemento, áreas de recarga de acuíferos que desaparecieron en beneficio de estacionamientos comerciales encementados para jolgorio de comerciantes empoderados, políticos con hambre pecuniaria y vendedores de aires acondicionados y materiales aislantes.

La temperatura sube gracias a un proceso gradual de desertificación por razones comerciales. Sin el amortiguamiento de alguna sombra vegetal, el incremento del calor hace que el agua se evapore con mayor rapidez y, aunque la venta de aguas frescas y productos refrigerados goza de una buena temporada, la economía familiar se retuerce y estira en dura lucha presupuestal.

Las aguas residuales son vistas como algo que debe dejarse ir, sin ocupación alguna salvo producir asco por su origen, pero hay plantas tratadoras de aguas que deben ser consideradas para diversos usos no potables.

Desperdiciamos agua como si el recurso fuera inagotable, se cambia el curso de algún río (por ejemplo el San Miguel) con tal de favorecer a tal o cual fraccionamiento de apellido bien colocado; se invaden tierras y cerros (por ejemplo el cerro Johnson) por obra de fraccionadores y agentes inmobiliarios para los que la naturaleza es simplemente un elemento de la plusvalía esperada. Ven la forma pero el contenido carece de interés.

Así pues, la capital de Sonora vive la esquizofrenia hídrica, porque se busca vender la ciudad al mejor postor inmobiliario, con la pequeña falla en el argumento de venta de que no tenemos agua para consumo suntuario, y que para muchos ya es un lujo contar con agua en casa y poder bañarse todos los días.

Al parecer, la mejor solución es la que considera la realidad climática e hidrológica local, donde las palabras clave son ahorro, infraestructura, reforestación, recarga de mantos acuíferos y mejor distribución del líquido.

 

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