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domingo, 7 de marzo de 2021

Fantasmas del pasado

 

“Las aguas que no se mueven se estancan y corrompen”.

 Arrancan formalmente las campañas de los aspirantes a gobernador del estado y con esto los discursos en tono sentencioso, las porras entusiastas, matracas y los consejos al aire de guardar la sana distancia, evitar aglomeraciones en mítines y la inquietante sensación del déjà vu.

Sonora es el gran escenario de las monedas al aire, de las expectativas guardadas para mejor ocasión y que ahora se hacen sonar en voces que tienen olor a pueblo, percibido tras las lociones, el empaque político y la mirada fija en el puesto, el rédito electoral de una nueva edición del viejo manual de campaña acuñado por el Prian.

Son cinco candidatos de los cuales sólo vale la pena hablar de dos en términos de la fuerza político-electoral que los patrocina. El tercero es la expresión del dinero disfrazado de Movimiento Ciudadano, un parche poroso que se ofrece como alternativa temporal a quien lo pueda pagar.

De los primeros dos, uno supone la vieja fórmula encabezada por el PRI y que ahora se presenta como alianza que “Va por Sonora”, un licuado político intragable, contradictorio, quimérico si se tomara en serio: la revoltura de patas con bofe, incapaz de negar su esencia de corrupción agusanada y pestilente puesta en evidencia cuando la firma del apátrida “Pacto por México” de Peña Nieto y refrendada en su actual asociación electoral.

Frente a ellos está Morena y aliados, que representan la ola variopinta del cambio, el instrumento que permitiría dignificar la política sonorense y recuperar la confiabilidad electoral.

Es algo así como una historia que se escribe sobre un texto previo, metiendo tachones y corrigiendo faltas de ortografía; lo nuevo saliendo del pasado, como negación pragmática del mismo, como resurgimiento o renovación del propósito de cambio en una sociedad azotada por la corrupción, la mentira y la traición.

La oferta de renovación social, de regeneración nacional y local, se basa en la fuerza de impulso de López Obrador, luchador social, humanista, hombre de bien, que llegó a la presidencia de la República tras una larga lucha contra el sistema, contra lo que el llama la mafia del poder; pero, a pesar del enorme capital político de que dispone, faltan hombres y mujeres que conozcan y se comprometan con su idea de nación, y sobran apuntados de temporada que el mismo proceso irá depurando.

 Así pues, independientemente de los hombres y sus nombres, tenemos dos proyectos enfrentados electoralmente, en un contexto en el que el ciudadano común deberá decidir entre lo ya conocido y la posibilidad de cambio.

El asunto no es menor si consideramos lo fuertemente arraigado que está el pasado en la conciencia de los ciudadanos y los actores políticos del presente, esos que van a decidir el rumbo futuro del gobierno y la administración pública local.

A la fecha, las demandas más sentidas de la población han sido: economía, salud, seguridad y combate a la corrupción. Lo que se espera del próximo gobierno es que esté regido por la honestidad, vocación de servicio y cercanía con la gente. Se espera que las campañas sea limpias y propositivas, además que no sean masivas y se privilegie la comunicación en redes. (El Imparcial, 05.03.21).

Como es fácil advertir, lo que quiere la ciudadanía es exactamente lo contrario a lo que siempre ha tenido: gobiernos corruptos, tráfico de influencias y protección de negocios privados a costa del interés público, colonización transnacional de la economía, abandono de la salud y la seguridad pública en aras de satisfacer el interés privado; campañas onerosas y demagógicas con actos masivos nutridos de acarreados.

Hoy parece que sigue predominando el tono del discurso del viejo guion neoliberal, ese tono sentencioso y paternalista, de esa pestilencia conceptual que lo hace chucatoso y poco creíble aunque recurrente, quizá por las muchas décadas de educación política recibidas del PRI que crearon una forma cultural que idealiza (en el fondo y la forma) el éxito fundado en la existencia de contrastes, en la riqueza a pesar de la pobreza, en el agandalle por encima de la honestidad y el trato justo.

Época de contradicciones y paradojas que genera un discurso contradictorio porque creamos una sociedad desigual para poder hablar de igualdad desde la altura del poder, ahondamos diferencias para luego clamar por equidad e inclusión; somos esencialmente distintos pero nos comprometemos con la homogeneidad, diluyendo matices y particularidades, como si la heterogeneidad no fuera la característica central de la naturaleza.

Así pues, decir que “nosotros no somos los mismos” o “nosotros no somos iguales” es dar razón a la diferencia y dejar en claro que podemos coincidir en los propósitos del discurso, pero que nos animan otras ideas de cómo y para qué deseamos el poder.

Entre el viejo discurso electoral y el actual hay diferencias abismales en los propósitos que declaran. Uno quiere conservar sus privilegios fincados en el abuso y la corrupción, el otro en las aspiraciones legítimas del pueblo que lo anima a seguir adelante, por el bien de todos.

Por eso, Morena, sin importar el nombre del candidato, sin ver otras siglas, otros rostros, otras promesas, ocupa un lugar privilegiado en la contienda; porque es un asunto de proyectos, no de personas. Debemos dejar en paz a los fantasmas del pasado, y escribir una nueva página en la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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