“Puede que seas capaz de engañar a los
votantes, pero no a la atmósfera”
(Donella Meadows).
Una frase puede decir muchas cosas, o
nada, pues depende de la interpretación. Por ejemplo, veamos que la famosa
frase maquiavélica de “el fin justifica los medios”, es una forma de decir que
no importa de qué se eche mano siempre y cuando se logre el objetivo, que
pudiera ser hacerse con una herencia, un puesto de trabajo o una posición
política más el etcétera que usted guste aportar, algo así como la frase que
popularizó el impresentable Felipe Calderón al llegar a la presidencia del país,
“haiga sido como haiga sido”. En este
El querer justificar un atropello con el
argumento de que es para resolver un problema encuentra su mejor expresión en
la frase “los bienes sirven para aliviar males”, lo que resulta equivalente a
decir que el fin justifica los medios. Un ejemplo de actualidad lo tenemos en
la decisión de vender “un terreno” enseguida de La Sauceda, que forma un
humedal importante en el proyecto de corredor biológico de Hermosillo, no
siendo un terreno cualquiera sino uno de gran importancia desde el punto de
vista ecológico.
En este caso se ve sólo el valor
comercial y no el importante hecho de que la superficie donde se encuentra el
cárcamo representa una parte de la continuidad geográfica y ambiental que forma
un ecosistema que, antes de apurar su destrucción, debiera acelerarse su recuperación,
en beneficio de las generaciones actuales y futuras que habitan la ciudad
capital de Sonora, entidad federativa que forma parte de la gran región llamada
por los geógrafos Aridoamérica, donde se encuentra uno de los grandes desiertos
del mundo.
Si el problema más recurrente en la
ciudad y la región es la escasez de agua y la desforestación promovida por la
ampliación de la mancha urbana, vender “el terreno” de La Sauceda sería tanto
como combatir el asma o el coronavirus fumando dos o tres cajetillas diarias
que, aunque sean cigarrillos “light”, el estrago pulmonar le asegura un
problema de salud que apunta mucho más a la muerte que a la disminución de la
morbilidad y mortalidad.
No hay duda de que el problema de la
proliferación de baches e incluso socavones en las vialidades urbanas es
molesto, frecuente y se pudiera decir que crónico. Es cierto que se requieren
de grandes sumas de dinero para resolver el deterioro de las calles, pero debe
considerarse la posibilidad de resolver problemas de manera creativa y
participativa, por ejemplo llamando a la solidaridad de la comunidad mediante
campañas vecinales de bacheo, de presentación de proyectos e iniciativas,
incluso de trabajo voluntario, que apoyen el esfuerzo municipal para, al menos,
disminuir la superficie afectada.
Buscar lograr en esta administración que
las calles luzcan como acabadas de hacer es un tanto aventurado y bastante
pretencioso, y ciertamente electorero de cara al 2021, pero distante de la
realidad financiera hermosillense.
Lo que queda claro es que la comunidad
no debe estar al margen de decisiones que son fundamentales para el bienestar
colectivo, y se debe respetar sin duda el aspecto geográfico y climatológico
del municipio y su ciudad capital si se quiere gobernar de manera significativa
y trascendente, lo que trae a cuento la insistencia del presidente López
Obrador acerca de que se manda obedeciendo. Nada por encima o a espaldas del
pueblo; todo con el pueblo y para el pueblo.
La ciudad de Hermosillo ha sufrido
gobiernos que se han dedicado a saquear las arcas municipales, hacer negocios
privados a la sombra del puesto público y a hipotecar el futuro de la ciudad
comprometiendo su patrimonio inmobiliario y su salud financiera. La historia
local registra que se han concesionado servicios, y desincorporado terrenos que
luego resultan vendidos y comprados por personas ligadas al prianismo en turno,
con lo que resulta una nueva versión de aquello de que “los bienes sirven para
aliviar males”, ya que alguien que quizá no lo era tanto resulta propietario de
terrenos millonarios o de su equivalente en moneda, o aparece en la lista de
los grandes desarrolladores urbanos.
En este contexto, resulta inevitable
mencionar la pérdida ambiental que sufrió Hermosillo con la venta del Parque de
Villa de Seris (vegetación a cambio de cemento), pulmón natural que permitía la
recarga del acuífero y ayudaba a moderar la temperatura, así como la
depredación inmobiliaria que ha sufrido la superficie del viejo vaso de la
presa A.L. Rodríguez y proximidades.
Si los ciudadanos de Mexicali se
pusieron las pilas y pusieron un alto a la cervecería transnacional que iba por
su agua, no resultaría tan aventurado suponer que los ciudadanos hermosillenses
pudieran salir en defensa de sus bienes ecológicos y ambientales que, sin duda,
son esenciales para resolver los males de la contaminación y el deterioro del
ambiente.
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