“Un hogar será fuerte
cuando esté sostenido por estas cuatro columnas: padre valiente, madre
prudente, hijo obediente, hermano complaciente” (Confucio).
El viernes 10 amanecimos con la noticia
de que un chico de 12 años (algunos dicen que de ocho, otros que 11) y alumno
de sexto año de primaria asesinó a su maestra, hirió a varios (cinco compañeros
y un maestro) y se suicidó. Uno pudiera pensar que los gringos son proclives al
asesinato truculento y escandaloso, que en las tierras del Tío Sam la sangre
fluye con tanta facilidad como lo hace el vómito que se sienten obligados
culturalmente a emitir cada vez que se asustan, se enojan o se impactan ante la
visión de algo extraño o, simplemente, de otro igual que ellos. Las emociones
anglosajonas tienen relación directa con el contenido estomacal, sin duda.
Al seguir leyendo la nota por razones de
estricta morbosidad, nos enteramos de que el asesinato y suicidio fue en una
escuela privada de Torreón, Coahuila, en mero territorio nacional. Aquí fue
cuando exclamamos “OMG!”, para seguir leyendo sobre el horror escolar que padecieron
los alumnos y personal del Colegio Cervantes.
Las fuerzas de la ley y el orden desde
luego llegaron y acordonaron el área, en medio de la parafernalia propia del
caso. Ha trascendido que el menor era atendido por su abuela dado que los
padres no lo hacían; sin embargo, en la escuela nunca se detectó algún
comportamiento anormal previo.
Antes de que las autoridades tengan el
cuadro completo de este inusual suceso ya hay una organización que señala con
dedo flamígero que el culpable de la tragedia es… AMLO. Representantes de la “Red
por los Derechos de la Infancia en México” (Redim), declaran que en este
gobierno los menores están “más desprotegidos que en los dos sexenios
anteriores”, así que, según ellos, los homicidios y suicidios son debidos al
ninguneo presidencial (Uniradio Noticias, 10.01.2020).
Para Redim el abandono familiar, el ambiente social en el que
interactuaba el menor, la influencia de las series de televisión gringas, la
exposición a influencias e ideas potencialmente peligrosas y todo aquello que
favorezca el “libre desarrollo de la personalidad” son lo de menos. Lo
importante y definitivo es el factor AMLO; sin embargo, este es el segundo
tiroteo que se registra en una institución educativa del país.
El primero ocurrió en Monterrey en enero del 2017 en el Colegio
Americano del Noreste y “en aquella
ocasión, un jovencito de secundaria llevó un arma oculta en su mochila y ya en
el salón de clases disparó en contra de la maestra, varios de sus compañeros y
se suicidó” (Excelsior 10.01.2020).
Para
algunos llevados por ese infaltable sentido de las comparaciones históricas, resulta
evidente que la causa de los males que azotaron a la familia del menor agresor
que llevó dos armas a la escuela, no fue que nos estemos “convirtiendo en
Venezuela” sino en los Estados Unidos, famoso por sus masacres en centros comerciales
y educativos.
Lo anterior viene al caso dado que la
vestimenta del chico suicida del Colegio Cervantes “recuerda completamente a Eric
Harris, quien junto a Dylan Klebold asesinaron a 12 estudiantes y a un profesor
antes de dispararse a ellos mismos el 20 de abril de 1999 en la escuela de
Columbine, en Colorado, Estados Unidos” (pantalones negros, tirantes y una
camiseta color blanco con la leyenda “Natural Selection” al parecer escrita por
él mismo), según reporta El Sol de La Laguna (10.01.2020).
Al parecer, el guion es sencillo: chico
abandonado en forma real o virtual, probablemente acompañado de videojuegos
violentos, celular, computadora, monitor de televisión y abuela permisiva, con
acceso a armamento y cargado de frustraciones ligadas a la autoestima, es regañado
por la maestra que representa la autoridad institucional. El chico no lo
resiste y echando mano a la pistola, así como lo vio en la tele, jala el
gatillo una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces, para quedar suspendido en
una fría realidad que lo apabulla: “chin, me van a regañar…” y se suicida.
La tragedia familiar cuyo sustrato
pudiera ser el de las emociones encontradas en una mente preadolescente, no se busca
esclarecer mediante la revisión puntual de las capacidades de la escuela para
detectar y prevenir tragedias como ésta, como tampoco mediante el análisis de
la situación familiar del menor y sus potenciales o reales peligros para él y
los demás, o el estado mental del sujeto víctima y victimario en este drama. Aquí
se trata de culpabilizar al actual gobierno que, según esto, ha abandonado a
los menores al declararlos “invisibles”: la tragedia se convierte en arma
política que dispara balas de insidia y desinformación.
Quizá la tragedia sirva para poner en la
consideración de todos la importancia de la familia, los valores como el
respeto, la responsabilidad de los padres hacia los hijos y los deberes de
éstos respecto a aquéllos, así como el seboso oportunismo de la derecha
borolista.
No puede ser posible que la
desarticulación y el desapego que se ve en la cultura anglosajona, preñada de
pragmático individualismo, siga siendo alentada por las familias mexicanas en
las que no es rara la coexistencia, no de una sino dos o más generaciones, en
un mismo entorno doméstico. No estaría de más revitalizar nuestros valores y
tradiciones de cara a un futuro en el que cabemos todos. Tampoco lo estaría el
fortalecer nuestras convicciones nacionalistas frente a la influencia cultural
del extranjero y celebrar la voluntad democrática de los mexicanos por el
cambio político. Creo que la familia mexicana, nacionalista y unida por el
cariño y el respeto a nuestras tradiciones y valores, jamás será vencida.
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