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domingo, 24 de noviembre de 2019

No todo es cuestión de dinero


                       

"El mundo actual capitalista tiene como referente el dinero, de todo hace mercancía. Vivimos en un momento de transformación y la ciencia es la punta de lanza" (José Luis Sampedro).

El alarido principal entre los clamores de una sociedad tundida por el crimen organizado, la voracidad de los funcionarios enloquecidos con el puesto, las lamentaciones de un pueblo acostumbrado a rumiar viejas y nuevas carencias y frustraciones, es el dinero. Si hablamos de progreso y bienestar, de inmediato aparece en la mente colectiva la imagen de un signo de pesos; si se trata de salud y seguridad social, se oyen en el acto sonidos metálicos que insinúan una avalancha de monedas, acompañada, desde luego, por el suave crujir de los billetes de banco. El grito unificado de marchas y manifestaciones es ¡dinero!

Nos hemos convertido en una sociedad donde los únicos signos de valor reconocibles son los emitidos por el Banco de México y organismos similares en el nivel internacional. Las divisas y otros medios de cambio portan el valor de nuestras sociedades y concentran la atención de países y continentes: sí, el dinero no es la vida, pero cómo la facilita.

No hay conversación informal o en la austera e imponente majestad de los recintos de gobierno donde el asunto de los recursos no sea el tópico obligado, la preocupación central, el desencadenante non de las gastritis, colitis o úlceras duodenales; o calvicies precoces, tics nerviosos o ataques de histeria en el pueblo llano o las altas esferas del gobierno y la administración.

Ya ve usted que en la jerga popular se recogen expresiones como “con dinero baila el perro”, “cuánto tienes, cuánto vales”, “dinero mata carita”, entre otras reveladoras de la atención que le concedemos al asunto, y buena parte de nuestra cotidianidad se centra en la búsqueda de satisfactores de sin el dinero contante y sonante o el crédito serían difíciles de conseguir.

Los gobiernos han coincidido en que el problema central es la producción de dinero, a través del aparato productivo y una sabia manera de despanzurrar al competidor cercano o lejano, por lo que de la empresa libre se pasó al grupo de empresas unidas bajo la misma dirección o asociadas comercialmente, lo que implicó la necesidad de controlar el espacio que llamaron olímpicamente “mercado”.

Las luchas por el mercado reconfiguraron el mapa mundial y la geografía económica regional, dejando un saldo de vencedores y vencidos que a su vez se reconfiguraron en sucesivas alianzas y definiciones: bloques comerciales, acuerdos o tratados de comercio, asociaciones y alianzas para el progreso o la defensa de los espacios económicos que pronto evolucionaron a la defensa de los derechos humanos y las libertades ciudadanas.

Economía y política resultaron ser dos caras de la misma moneda, y el punto discretamente oculto en el discurso fue la matriz ideológica y política de los postulantes en el concierto internacional.

Al parecer, los modelos centrados en la producción han recibido no sólo atención sino reverencia por parte de los gobiernos occidentales, capitaneados en su momento por Inglaterra y después por los Estados Unidos, su vástago más exitoso. Los gringos nos han persuadido de que la economía puede tranquilamente convertirse en norma moral, pauta de conducta y credo religioso, ya que en esta lógica es fácil encontrar que la economía alimenta los argumentos de la política y las justificantes de la guerra; es decir, economía y violencia son partes esenciales de un modelo exitoso donde lo de menos son los intereses ajenos, la historia local y regional, la cultura, la justicia, los valores morales y la ética ciudadana.

Así pues, tenemos un mundo donde el fin justifica los medios, que pueden ser desestabilizar un gobierno democráticamente electo, organizar y financiar grupos terroristas o delincuentes que trafican con drogas.

El dinero es causa y efecto de luchas nacionales y mundiales, polo de atracción de las organizaciones que abanderan causas aparentemente humanitarias, de campañas o guerras “contra el narcotráfico”, de espionaje internacional, de pactos legales y extralegales con organizaciones de todo tipo, de calificar o descalificar gobiernos y de intervenir o desconocer la soberanía de naciones en la mira de los negocios y futuras inversiones. Un modelo centrado en la producción se vuelve extractivista y depredador, por lo que el interés de los demás es irrelevante y subordinado al propio.

En otro sentido, si se cambiara la preocupación de conseguir dinero por la distribución de este, habida cuenta que al aparato productivo mundial da para eso y más, tendríamos una sociedad donde la pobreza podría ser erradicada y, seguramente, no tendría mucho caso la solución militar a los conflictos económicos disfrazados de políticos.

Una buena idea sería la de ligar programáticamente los mecanismos y los resultados de la producción a los de la distribución y la redistribución del ingreso nacional, con lo que se tendría un modelo distributivo que permitiría no sólo el crecimiento sino el desarrollo de las sociedades. En todo caso, el eje central sería la distribución del ingreso en la población, bajo el criterio de la inclusión y la equidad.

Lo anterior supondría la obligación de promover y proteger el empleo y el ingreso de los trabajadores, la educación pública gratuita y de calidad, y la garantía de la salud y la seguridad social como responsabilidad del Estado.

Si se produce para acumular alguien resulta ganador y muchos perjudicados, pero si se produce para distribuir es posible que la sociedad cambie positivamente y que los conceptos de democracia, solidaridad y progreso tengan sentido. En este caso, es apropiado postular que para tener una sociedad justa e incluyente, primero los pobres.


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