En
política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno” (Konrad Adenauer).
El domingo 11 de noviembre de 2018 será
recordado por un hecho insólito, nunca visto, asombroso, inédito por razones de
estricta cursilería política que se niega a reconocer que “México ya ha
cambiado”. Las calles que van del Ángel de la Independencia al Zócalo
capitalino, en el mero corazón de CDMX, antes D.F., se vieron colmadas de
aromas exquisitos, de visualizaciones con textura de bótox, de cremas
humectantes y bloqueadores solares, de conjuntos casuales y ropa cómoda de
tendencia deportiva, de calzado variopinto con predominancia de tenis y otros
adecuados para dar frescura y confort a los pies marchantes que durante aproximadamente
hora y media permitieron el desplazamiento de cuerpos y voces que gritaron, con
la pertinencia y corrección del caso, consignas ñoñas aunque poderosamente
intencionadas de que las cosas sigan igual: ¡sí al progreso, no al retroceso!,
¡sí a la inversión, no a la corrupción!, y la muy reiterada ¡Texcoco, Texcoco,
Texcoco..Texcoco!, pronunciada con graciosa economía de esfuerzo: “Tescoco, Tescoco,
…, Tescoco”.
La marcha en favor de la construcción
del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México, NAICIM, mereció el
concurso y la convocatoria de varias organizaciones interesadas en que las
inversiones ahí canalizadas y sus grandes expectativas de lucro no se vieran
frustradas por argumentos, detalles y decisiones populistas que se basan en el aspecto
fútil e intrascendente de la razón ecológica y en el pueril caso de que Texcoco
es zona de recarga, de que el terreno es una esponja y que se hunde de manera natural
30 centímetros por año, sin necesidad de soportar carga alguna. Para los marchantes
la naturaleza debe subordinarse a las expectativas de los inversionistas y lo
demás es populismo puro y duro, de ahí que se haya gritado: “¡México despierta,
así empezó Venezuela!”, “¡sí a la inversión, no a la corrupción!”, y para
subrayar la idea motriz en el aspecto político: “¡somos ciudadanos, no somos
acarreados!”, “¡no más consultas corruptas!”, y, desde luego “¡no a Maduro!,
¡no a maduro!” … Aquí hay que destacar la presencia protagónica de doña Laura
Elena Herrejón, dama que preside el Movimiento Pro-NAICIM, quien declara que “México
tiene voz”, que “ni chairos ni fifís, todos somos mexicanos” y que
(dirigiéndose a AMLO) “No señor Andrés, no nos vamos a acostumbrar”, en
referencia a las consultas y a las decisiones que la clase VIP considera “populistas”
y casi esquina con dictadura.
Los chilangos y seres periféricos al
ombligo político nacional vieron ese inusual despliegue de populismo de derecha
adobado con la dosis esperada de prepotencia que tuvo la humorada de quitar las
barreras que se habían puesto el día anterior en la plancha del Zócalo, en ocasión
al festival juvenil que ahí se realizó. Tras ello siguieron gritando consignas para
terminar declarando el éxito de esa inmersión a la calle y al Zócalo,
ponderando desde luego el propósito de seguir su ruta política porque “se ha
abierto una puerta” y van a continuar con su “lucha” que, desde luego es por
México.
En el trayecto se observó que los
negocios permanecieron abiertos, quizá por considerar que los socios o
propietarios de los principales centros comerciales en operación no serían
capaces de tronar alguna vitrina, aparador, puerta y menos saquear el
inventario. Al llegar a las inmediaciones del Zócalo aminoraron la marcha y gritaron:
“no a la provocación, no a la provocación”, en prevención de lo que nunca
ocurrió. Nadie los provocó, salvo sus deseos de experimentar la aventura de la
marcha, las consignas, los selfies, el estreno de ropa deportiva, el zapato cómodo
o la ilusión de las cámaras y micrófonos siempre atentos y presentes en los
eventos de relevancia social porque, según declararon, “los fifís somos trabajadores”
(lo que eso quiera significar).
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