“La democracia no es el silencio, es la claridad con que se
exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos” (Enrique Múgica Herzog).
En la vida cotidiana partimos de muchos
supuestos que vertebran nuestras decisiones y organizan nuestra vida. Creemos
en la democracia como algo que está ahí, en espera de que alguien actúe de
acuerdo con sus principios y valores, acojonados por la visión de una mayoría
que sabe lo que le conviene y que busca el bien común. La mayoría es el gran
cardumen social que avanza y gira de acuerdo con un programa debidamente
instalado en su memoria por los siglos de los siglos y que le garantiza su
supervivencia en las agitadas aguas de la vida cotidiana, y que, siendo lo que
es, el futuro depende del movimiento masivo de sus integrantes.
La mayoría se erige en el factor de
persuasión política indiscutible, y el discurso electoral siempre tiende a
apoyarse en esa conveniencia proyectada al futuro que concita fuerzas y promueve
acciones. La mayoría es una entidad abstracta que presume de concreta cuando se
convierte en cliché, en argumento de venta de ideas y compromisos y es, en ese
momento, objeto de manipulación y de control de una minoría que conoce los
mecanismos de la acción social. Así, el interés particular se convierte en el
motor del general.
Seguramente a usted le han recetado eso
de que “la mayoría está de acuerdo con…”, o que “una mayoría apoya …”, y el
temor a la masa abstracta llamada mayoría se transforma en motor de una acción
irreflexiva y totalmente involuntaria pero forzosa y exigible. La presión de
una minoría manipuladora adquiere legitimidad por exclusión: “si no estás de
acuerdo con la mayoría eres antidemocrático e hijo de la chingada confeso e irredento.”
¿Quién se animaría a soportar el sambenito de lo antidemocrático y ser excluido
del cardumen social con el que comparte y navega? La presión de unos alcanza a
acojonar a muchos, de suerte que la “democracia” se convierte en un garrote que
amenaza las cabezas de quienes sobresalgan a la medida establecida por las
reglas de convivencia establecidas por unos cuantos y aceptadas sin pizca de
conciencia crítica por los demás.
Los griegos tenían claro que la
democracia sólo funciona entre iguales, pero si de entrada hay unos que se asumen
como poseedores de la verdad y reclaman su administración exclusiva, ¿qué hay
de los demás que en números bien pueden ser la mayoría pero que su peso es
menor que quienes administran el saber, la memoria y el conocimiento de las
reglas del grupo? ¿Una voluntad pude hacer que las demás sean simplemente un
cardumen social que se mueve de acuerdo con su impulso? ¿Las organizaciones
sociales, sean políticas, gremiales o de otra índole, dejan de tener capacidad
de crítica y autocrítica cuando ceden su poder a tal o cual liderazgo? Si es
así, ¿dónde quedó la raíz democrática y la legitimidad de sus representantes?
Pues queda en un fantasmón que sirve para convencer a quien se deje que las
medidas que se proponen y deben ser aceptadas son “democráticas”.
Después de este largo rollo le planteo
un caso particular para ilustrar la situación: en el cotarro universitario se
ha vuelto tema recurrente la situación del ISSSTESON a partir de antecedentes
que usted posiblemente conoce: el Instituto se convirtió en la caja chica de
los gobiernos tanto priistas como
panistas; se reformó la Ley 38 para obtener más recursos por concepto de cuotas;
se evidenció el saqueo y el desfondo pensionario alcanzando un daño patrimonial
de 6 mil 41 millones de pesos y se optó por presionar a los organismos
afiliados a que firmaran convenios claramente recaudatorios para compensar el
robo y las desviaciones de recursos, sin que hasta la fecha existan evidencias
de que la acción legal sea efectiva y que se vayan a recuperar los fondos
robados. En este marco, la directiva de ISSSTESON dio en presionar a la
Universidad de Sonora para que sin más firmara el citado convenio, amenazando
con la negación del derecho a los servicios médicos y suspendiendo o lentificando
el trámite para la pensión o jubilación de quienes tenían el derecho de
solicitar esta prestación. Consecuentemente, el tema del convenio figuró en
primer lugar en las preocupaciones y en las discusiones al interior de los
sindicatos universitarios.
La Universidad de Sonora (UNISON) se ha
negado a firmar un nuevo convenio por la simple razón de que tal exigencia aumenta
grandemente su gasto corriente y el dinero recibido por concepto de subsidios
no alcanza a compensar el esfuerzo económico que supone el pagar cuotas más
altas por el mismo servicio. Cabe recordar que la UNISON es un organismos
académico y cultural subsidiado por el gobierno federal y el estatal, de suerte
que, si el gobierno estatal a través del ISSSTESON reclama cuotas más altas por
concepto de seguridad social sin aumentar el subsidio, las cuentas
universitarias no van a salir bien porque los recursos requeridos para el
cumplimiento de sus funciones sustantivas no serían suficientes. ¿Usted cree
que es justo que el gobierno exija a la Universidad el cumplimiento de algo que
en primera instancia depende de él? ¿La institución debe pagar por las raterías
del propio gobierno?
Como suele suceder en otros campos de la
actividad pública, los trabajadores están siendo persuadidos de que de ellos
depende la viabilidad financiera del ISSTESON y que deben pagar más por los
servicios y prestaciones a que tienen derecho, en una rara transformación del
ratero en vocero de la justicia y la legalidad y del defraudado en culpable del
desfondo. La junta directiva del organismo exige tronantemente la firma de un
nuevo convenio y amenaza con la quiebra del Instituto si no se aumentan las
cuotas. Seguramente usted sabe que los trabajadores afiliados pagan
puntualmente sus cuotas que son descontadas en cada día de pago durante
décadas, pero, aun así, el dinero no le alcanza a la directiva de ISSSTESON.
Aunque los sindicatos universitarios han
desarrollado una larga campaña de información entre sus bases se evidencian dos
aspectos fundamentales: no existe información masiva del derecho que asiste a
los trabajadores a tener una pensión completa con base en la ley anterior a la
reforma de 2005, además de que el propio sindicato no ha asumido esta demanda
como propia. Por otra parte, solamente se ha informado de la situación del
Instituto y la alternativa fatal de pagar más. Se ha considerado que el
problema mayor es lograr consenso respecto a la decisión de firmar o no el
citado convenio, de ahí que se plantee la celebración de un plebiscito donde
los universitarios habrán de votarlo.
Suena bien en términos de una democracia
en abstracto, pero lo cierto es que sin propuesta previa no existe razón alguna
para impulsar un “plebiscito”.
Lo lógico es que la Universidad presente
alternativas a los sindicatos y que éstos decidan por mayoría informada si se
aceptan o no los términos de la propuesta, pudiendo ofrecer observaciones y
sugerencias que hagan posible el consenso. Resumiendo, no puede haber
plebiscito sin propuesta previa que lo justifique.
En Sonora como en el resto del país, se
sufre una crisis de valores democráticos y de justicia social que afectan a las
instituciones y las formas de organización de la sociedad civil, por lo que
queda claro que la lucha por la vigencia de los derechos humanos, destacando el
derecho al trabajo, a la seguridad social y una mejor calidad de vida es
irrenunciable, y con ello, la crítica seria e informada sobre la conducción de
la cosa pública en el nivel local, regional y nacional.
La democracia desinserta de su base
social no deja de ser una caricatura o un exceso de manipulación que nos lleva
a ese peligroso mal de las sociedades políticas, el democratismo:
Ningún gobierno puede usar el recurso de la mayoría para reprimir a minorías y seguir llamándose a sí mismo democrático. La mayoría otorga el gobierno, pero no un cheque en blanco al gobernante. El ‘democratismo’ no siempre es democrático. Si un gobierno aplasta a las minorías solo porque ganó las elecciones gracias a una mayoría, las minorías tienen el derecho, incluso el deber de rebelarse, no contra las mayorías sino en contra de los representantes políticos de esas mayorías, quienes convierten el recurso más democrático de una nación en un medio de opresión antidemocrática.
Hay que tener en cuenta que toda mayoría sólo refleja el estado de la opinión pública el día en que se realizó una elección” (Luis Herrería Bonnet, en Hispanismo.org).
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