“Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y
arrepentirse” (Nicolás Maquiavelo).
Las declaraciones de los aspirantes a
conservar el poder neoliberal bajo las siglas del PRI y el PAN, más la fauna de
acompañamiento que la coyuntura nos presenta uncida a las siglas principales,
despierta en el simple ciudadano más motivos para la depresión que la misma
situación económica que hace de la pobreza endémica el estado natural de la
nación. Esto es claro porque no es lo mismo estar jodido económicamente que anímicamente,
aunque una y otra cosa suele estar íntimamente relacionada.
Según se ve, el enemigo a vencer es
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y nadie más. Los dos frentes
político-electorales son solamente caras de la misma moneda colonizada y
extractivista que bebe en las cloacas de las trasnacionales y los organismos
internacionales de control económico y político como el FMI y el Banco Mundial;
espantajos políticos que jalan la carreta del prianismo zombi que aún
gobierna.
Aunque muchos se han dado cuenta de la
inutilidad de conservar en el poder a partidos fanáticamente defensores del
mercado y de su enorme carga negativa, no sólo para la paz pública, sino que
también para la estabilidad y progreso de las instituciones nacionales y las
familias, padecemos de una apatía cívica que nos convierte en víctimas de
manipulaciones y engaños que pasan por ciertos porque no hay el ánimo de
oponerse de manera expresa y dinámica. Muchos sufren los estragos de una política
económica equivocada y nefasta, pero pocos se sienten y declaran estar dispuestos
a actuar en defensa de sus intereses.
Padecemos una anemia política que nos
permite actuar como si los problemas fueran ajenos, aunque los compartimos
todos los días y en todos los ámbitos. Sufrimos de la decepción constante de
ser marginados y pertenecer a esa ominosa mayoría que lucha por sobrevivir con
sueldos y salarios entre la indigencia y la precariedad, sin embargo, vemos con
impaciencia a quienes buscan nuestra solidaridad, apoyo o mínimamente
comprensión en sus luchas ciudadanas. Pensamos que estamos mejor así porque
¿para qué arriesgar nuestro futuro en aventuras transformadoras? Somos como
esclavos que temen perder las cadenas que los sujetan.
Nuestra esclavitud e invalidez
voluntaria genera, tarde o temprano, una sensación de náusea, de asco personal
que no se puede disimular con las justificaciones facilonas de ser una
ciudadanía disminuida, degradada, atrofiada por el temor a la represión, al
entredicho social, al dedo acusador del Estado que quiere cómplices antes que
ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos.
La reducción al absurdo de las fuerzas
sociales capaces de generar el cambio permite que las demandas progresistas
terminen siendo banderas acaparables por personas que se la toman como si
fueran propietarios del movimiento y administradores de la protesta, hasta que
la fuerza de la negociación con el poder obra el milagro de diluir las
diferencias. No hay continuidad ni consistencia, sino mercancías políticas
sujetas a las leyes de la oferta y la demanda. La acción social tiene precio y
sus actores cotizan en el mercado.
En medio de este paisaje deprimente, en
el que el pueblo cada tanto sólo atina a dar bostezos democráticos, hay quienes
se resisten a cambiar porque el temor a lo diferente les paraliza. Prefieren
seguir comiendo las sobras de la comida de los ricos, y proclaman su suerte de
ser cautivos en su civilidad como lo son en su economía: “¿para qué arriesgarse
a perder lo que tenemos?” Aquí, la puerta de cambio, de rescate de la
república, de recuperar la dignidad y el poder ciudadano suena a provocación
del demonio, a blasfemia terrible, a pasaporte directo al infierno. Por eso
algunos insisten en llamar peligro a López Obrador.
AMLO presenta una propuesta que no debe despreciarse:
dejar de caminar de rodillas y recuperar la legalidad en un país plagado de
corruptelas. Es evidente que lo que propone no es un cambio revolucionario,
sino un horizonte reformista con sentido humano. Dado el deterioro de las
condiciones económicas, sociales y políticas nacionales, ese tipo de
ofrecimiento programático supone un respiro a las fuerzas progresistas, un
espacio y un tiempo para restablecer el tejido social y la confianza en las
instituciones de la república puestas al servicio de los intereses nacionales.
¿Por qué no intentarlo?
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