“Movimiento es el paso de la potencia al
acto” (Max Frisch).
Las aguas nacionales se agitan por el
influjo cíclico de las elecciones, como si se tratara de dar respuestas
distintas a las preguntas existenciales de nuestra economía sin modificar nada,
o casi nada, del contexto, los actores y los métodos. Nos repetimos, redundamos
en las interrogantes clave de nuestro acertijo nacional, sin pausa ni respiro;
rascamos en los bolsillos de la estructura salarial en busca de la satisfacción
de necesidades acumuladas sin ampliar la bolsa ni llenar tanto expectativas
como certezas, perdidos en la oquedad cancina de nuestro círculo vicioso
estructural. El sistema, cadáver que se cachondea cada tres o seis años, apesta
el acontecer sin que medie máscara antigases ni aromatizantes que valgan: lo
que está podrido no admite cirugía reconstructiva.
Sin embargo, se nos recetan fórmulas
mágicas para abatir la fealdad de la inflación, el exceso de equipaje de una
población en aumento, que ya no cabe en el tren de la contención salarial y las
alzas de precios y tarifas de los bienes y servicios que son públicos y se
comportan como privados. El sistema que augura jugosas ganancias para los grandes
corporativos trasnacionales hinca sus dientes en la carne flácida de un
gobierno prostituto, y copula con la dignidad nacional que trota por las calles
y medra en las esquinas y callejones de la economía mundial. La
nación-traspatio tiene recursos naturales, estratégicos si hubiera proyecto
propio. En este contexto, las promesas de bienestar, combate a la corrupción,
cese de la violencia e inseguridad pública, suenan como pitorreo lectoral, como
chascarrillo mamón que nadie celebra, salvo sus autores.
Los batidos políticos que se ofrecen al
paladar nacional como opciones electorales actúan como pócimas vomitivas y
cumplen su función a la perfección al disuadir al votante de cumplir con su
papel de elector nacional y local. Usted podrá replicar diciendo que otra
opción es la del López Obrador, y estoy de acuerdo, pero, en el panorama
político-electoral diseñado para acarreados, apáticos, timoratos y despistados,
la inercia de votar por el PRI o el PAN es fuerte, y las variantes de un mismo
modelo siguen siendo un pleonasmo, redundancia o tautología que reduce la
oferta a su mínima expresión: es PRI o PAN, nomás que revolcada, marinada,
adobada, empanizada o simplemente empaquetada con nuevos envases y marcas. La
mierda puede estar en la letrina, en el sanitario, en una placa de Petri o
envuelta en papel para regalo, pero sigue siendo lo que es, mierda. La opción
de López Obrador se sataniza, rechaza y excluye en el discurso oficial porque
supone “un peligro para México”, un boleto de ida a las cavernosas y temibles
regiones del cambio. Nos dicen que con esto llegaremos a estar como en
Venezuela o Cuba, padeciendo los horrores de una democracia basada en la
voluntad del pueblo, en defensa de su patrimonio material y cultural, con
salarios dignos, con empleo, educación, vivienda y salud para todos. ¿Se
imagina usted vivir en un país donde los recursos naturales sean para beneficio
del pueblo que lo habita? ¡Cielos, no lo puedo creer! Debe ser terrible creer y
defender la soberanía nacional.
Tanto el PRI como el PAN y satélites
coaligados tiene discursos complementarios que recuerdan el bodrio salinista de
las concertaciones, de la formalización del cogobierno y el pacto de
complicidad transexenal para efectos de garantizar la impunidad y el disfrute
del saqueo del erario y el despojo inmobiliario, así como el blindaje de
negocios bastante corruptos y rentables. ¿No es lógico que centren su campaña
en desacreditar a su contraparte electoral encarnada en Morena? Su calidad de
socios los obliga a cargar contra el “outsider”
que puede dar la sorpresa de vencer la aplanadora del sistema y una buena
estrategia es la del temor visceral de grandes capas de la población que tiene
la costumbre de sufrir el apaleamiento del sistema pero que, sin embargo, tiene
miedo de reaccionar en su propia defensa. ¿Valdrá la pena dejar hacer a un
sistema que te jode? ¿Usted cree que si vota por López Obrador va a perder lo
ganado? ¿En serio, cree que podríamos estar peor?
Un pueblo con una voluntad política
paralizada es el escenario ideal para el avance de las trasnacionales, para la
explotación de los recursos por manos extranjeras, para retroceder a la época
colonial o si se prefiere a los tiempo del porfiriato. Cabe recordar que la
huelga de Cananea tuvo el propósito de emancipar a los trabajadores del yugo y
la explotación de los gringos, la expropiación petrolera y la nacionalización
eléctrica, pasando por la de los ferrocarriles fueron hitos en la consolidación
de nuestra independencia y libertades; de la construcción de un país de leyes,
del reconocimiento y consolidación de las luchas de los trabajadores, de abrir
el camino para paz y la justicia social. Usted sabe que somos un pueblo
traicionado por un sistema corrupto que se resiste al morir.
A juzgar por nuestra experiencia
histórica, un buen arreglo para este complejo desbarajuste económico, político
y social nacional sería el decidir votar de una vez por todas por el cambio, y
en ello llegar a la conclusión de que no podemos estar peor que como estamos, y
que, como se vea, estaríamos mejor con López Obrador. Ahora que si ya de plano
hemos perdido la esperanza y nos vale gorro lo que siga, prácticamente
declarados enfermos terminales, pues ahí están los predecibles e infaltables
Anaya y Meade. Sobre aviso no hay engaño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario