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domingo, 18 de febrero de 2018

¿Un buen arreglo?


                                       “Movimiento es el paso de la potencia al acto” (Max Frisch).

Las aguas nacionales se agitan por el influjo cíclico de las elecciones, como si se tratara de dar respuestas distintas a las preguntas existenciales de nuestra economía sin modificar nada, o casi nada, del contexto, los actores y los métodos. Nos repetimos, redundamos en las interrogantes clave de nuestro acertijo nacional, sin pausa ni respiro; rascamos en los bolsillos de la estructura salarial en busca de la satisfacción de necesidades acumuladas sin ampliar la bolsa ni llenar tanto expectativas como certezas, perdidos en la oquedad cancina de nuestro círculo vicioso estructural. El sistema, cadáver que se cachondea cada tres o seis años, apesta el acontecer sin que medie máscara antigases ni aromatizantes que valgan: lo que está podrido no admite cirugía reconstructiva.

Sin embargo, se nos recetan fórmulas mágicas para abatir la fealdad de la inflación, el exceso de equipaje de una población en aumento, que ya no cabe en el tren de la contención salarial y las alzas de precios y tarifas de los bienes y servicios que son públicos y se comportan como privados. El sistema que augura jugosas ganancias para los grandes corporativos trasnacionales hinca sus dientes en la carne flácida de un gobierno prostituto, y copula con la dignidad nacional que trota por las calles y medra en las esquinas y callejones de la economía mundial. La nación-traspatio tiene recursos naturales, estratégicos si hubiera proyecto propio. En este contexto, las promesas de bienestar, combate a la corrupción, cese de la violencia e inseguridad pública, suenan como pitorreo lectoral, como chascarrillo mamón que nadie celebra, salvo sus autores.

Los batidos políticos que se ofrecen al paladar nacional como opciones electorales actúan como pócimas vomitivas y cumplen su función a la perfección al disuadir al votante de cumplir con su papel de elector nacional y local. Usted podrá replicar diciendo que otra opción es la del López Obrador, y estoy de acuerdo, pero, en el panorama político-electoral diseñado para acarreados, apáticos, timoratos y despistados, la inercia de votar por el PRI o el PAN es fuerte, y las variantes de un mismo modelo siguen siendo un pleonasmo, redundancia o tautología que reduce la oferta a su mínima expresión: es PRI o PAN, nomás que revolcada, marinada, adobada, empanizada o simplemente empaquetada con nuevos envases y marcas. La mierda puede estar en la letrina, en el sanitario, en una placa de Petri o envuelta en papel para regalo, pero sigue siendo lo que es, mierda. La opción de López Obrador se sataniza, rechaza y excluye en el discurso oficial porque supone “un peligro para México”, un boleto de ida a las cavernosas y temibles regiones del cambio. Nos dicen que con esto llegaremos a estar como en Venezuela o Cuba, padeciendo los horrores de una democracia basada en la voluntad del pueblo, en defensa de su patrimonio material y cultural, con salarios dignos, con empleo, educación, vivienda y salud para todos. ¿Se imagina usted vivir en un país donde los recursos naturales sean para beneficio del pueblo que lo habita? ¡Cielos, no lo puedo creer! Debe ser terrible creer y defender la soberanía nacional.

Tanto el PRI como el PAN y satélites coaligados tiene discursos complementarios que recuerdan el bodrio salinista de las concertaciones, de la formalización del cogobierno y el pacto de complicidad transexenal para efectos de garantizar la impunidad y el disfrute del saqueo del erario y el despojo inmobiliario, así como el blindaje de negocios bastante corruptos y rentables. ¿No es lógico que centren su campaña en desacreditar a su contraparte electoral encarnada en Morena? Su calidad de socios los obliga a cargar contra el “outsider” que puede dar la sorpresa de vencer la aplanadora del sistema y una buena estrategia es la del temor visceral de grandes capas de la población que tiene la costumbre de sufrir el apaleamiento del sistema pero que, sin embargo, tiene miedo de reaccionar en su propia defensa. ¿Valdrá la pena dejar hacer a un sistema que te jode? ¿Usted cree que si vota por López Obrador va a perder lo ganado? ¿En serio, cree que podríamos estar peor?

Un pueblo con una voluntad política paralizada es el escenario ideal para el avance de las trasnacionales, para la explotación de los recursos por manos extranjeras, para retroceder a la época colonial o si se prefiere a los tiempo del porfiriato. Cabe recordar que la huelga de Cananea tuvo el propósito de emancipar a los trabajadores del yugo y la explotación de los gringos, la expropiación petrolera y la nacionalización eléctrica, pasando por la de los ferrocarriles fueron hitos en la consolidación de nuestra independencia y libertades; de la construcción de un país de leyes, del reconocimiento y consolidación de las luchas de los trabajadores, de abrir el camino para paz y la justicia social. Usted sabe que somos un pueblo traicionado por un sistema corrupto que se resiste al morir.

A juzgar por nuestra experiencia histórica, un buen arreglo para este complejo desbarajuste económico, político y social nacional sería el decidir votar de una vez por todas por el cambio, y en ello llegar a la conclusión de que no podemos estar peor que como estamos, y que, como se vea, estaríamos mejor con López Obrador. Ahora que si ya de plano hemos perdido la esperanza y nos vale gorro lo que siga, prácticamente declarados enfermos terminales, pues ahí están los predecibles e infaltables Anaya y Meade. Sobre aviso no hay engaño.


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