“No
hay nada tan adverso que haga que el alma justa no encuentre consuelo” (Séneca).
Al parecer, la vida transcurre en una
carrera de obstáculos, sorteando baches y brincando charcos, escribiendo con la
zurda cuando la derecha está ocupada secando el sudor que producen los afanes
cotidianos. La historia de nuestro día a día es la reseña del purgatorio cuando
no la antesala del infierno, con o sin Dante, pero de seguro sin el recurso de
un Uber cuando los taxis convencionales y las prisas nos traicionan.
Acaba de celebrarse el Día Internacional
de la Felicidad, lo que para muchos es una broma pesada, una pedorreta en mera
jeta y una mentada de madre en despoblado, sin embargo, las expectativas de que
“nos vaya bien” están plasmadas en el discurso y en las caras sonrientes de los
señores funcionarios públicos tanto del estado como del municipio. La sonrisa
radiante y las palabras inspiradas en un modelo que en el nivel internacional
está haciendo agua, nos persuaden que alguien está chalado, loco, majareta,
chiflado o, de plano, candidato a huésped permanente de la casa de la risa.
Mientras unos insisten en que a Sonora
le va a ir bien con las políticas de Trump, otros señalan que el noroeste es
vulnerable a las mismas, lo que permite al ciudadano lector de periódicos
suponer que alguien tiene problemas de percepción de la realidad económica
nacional y regional. Lo cierto es que mientras los reclamos por prácticas
abusivas y lesivas del ambiente, en particular las de Grupo México, aumentan en
varias latitudes de la geografía nacional, la gobernadora del estado impulsa
iniciativas que permitirían a la empresa abaratar los costos de operación y
así, tranquilamente, seguir contaminando el ambiente y arruinando a comunidades
enteras. No hay duda de que los costos de exploración y extracción son importantes,
pero tampoco la hay sobre los daños que ocasiona una actividad que ha gozado de
impunidad y que se ha especializado en abaratar costos, sin ninguna
responsabilidad clara sobre la seguridad e higiene de sus instalaciones y de la
salud y vida de sus trabajadores.
Si bien es cierto que los daños
ambientales son graves, también lo sería una legislación fuertemente centrada
en cumplir con los criterios internacionales de sanidad ambiental y protección
a la biodiversidad, empezando por la salvaguarda al derecho de los seres
humanos a una vida sana y libre de contaminantes; de haberla, los empresarios
canadienses y los nacionales, entre otros de menor presencia, sufrirían las de
Caín en sus utilidades, que se verían mermadas por el fastidio de cumplir con
la ley, monserga tercermundista que impide el libre desarrollo de la empresa
capitalista y la generación de empleos insalubres y riesgosos, pero empleos al
fin. Más grave para los negocios sería el tener una autoridad vigilante del
cumplimiento de las leyes y respetuosa de nuestra entidad y del país, pero, al
parecer, no existe peligro a la vista cuando el gobierno se muestra tan
obsequioso y permisible con ellos.
No hay duda que quienes encabezan las
instituciones públicas de Sonora tienen una oportunidad dorada de cumplir y
hacer cumplir el propósito privatizador del gobierno federal, en la medida en
que sus facultades se los permitan, pero tan fervorosa entrega al
neoliberalismo cuenta con obstáculos, con piedras en el camino que hacen que el
resuello les falte y la vista se les nuble. Hay una oposición activa, pequeña
pero picosa que hace camino al andar. Lo menciono porque a pesar de los sagaces
intentos de dividir, desarticular, desanimar, molestar y disuadir a este
contingente cívico, las banderas siguen en el aire, ondeando tan orondas a
pesar de todo.
Creo que cuando un movimiento pega en el
clavo de las necesidades sociales y tiene el valor de sostener una lucha, el
gobierno y los gatilleros profesionales al servicio del sistema empiezan a
infiltrarse, a sembrar insidia y confusión, a querer joder a los liderazgos
populares y a comprometer la credibilidad del movimiento con las maniobras del
su manual de destripamiento ciudadano. Si algo promete, se debe arruinar.
Lo que muchos perciben de los movimientos
sociales recientes es su vulnerabilidad ante las amenazas de los enemigos
internos y externos, que tarde o temprano hacen acto de presencia. También el
hecho de que no hay ni puede haber movimientos químicamente puros, y que la
presencia de personas que comparten al cien por ciento sus propósitos no es necesariamente
una realidad en nuestro sistema solar.
Actualmente tenemos varias luchas en
cartera, algunas como las de los familiares de las víctimas de la Guardería ABC,
la de los afectados por el derrame en el Río Sonora, las familias afectadas por
el acaparamiento urbano irregular el vaso de la presa A.L. Rodríguez y en el cauce
del Río San Miguel; los afectados por varilla contaminada, los padres de los
niños convertidos en mercancía que fueron dados en adopción sin su
consentimiento, los vecinos que padecen la inseguridad más cruda en sus barrios
y colonias, entre un largo etcétera que nos debe avergonzar, pero que no lo
hace porque muchas veces pasan inadvertidas, porque nos importan poco, porque parecen
ajenas y porque no nos afectan en forma directa. La experiencia nos dice que la
gente se moviliza con mayor facilidad cuando el problema le llega al bolsillo,
cuando la economía familiar se precariza y cuando el gobierno es lo
suficientemente imbécil como para no disimular su perfidia e incompetencia.
Pero, sea como sea, es alentador que la
ciudadanía en otros momentos estuvo dispuesta a manifestarse cuando se estuvo en
peligro de tener cerca un vertedero tóxico, y cuando el gobierno dispuso del Parque
de Villa de Seris, para convertirlo en una superficie ridícula y carente de
gracia. Somos testigos de muestras de valor y generosidad que no es posible
soslayar. Estas manifestaciones de vida cívica activa y vibrante son los
obstáculos que el gobierno y los negocios que protege con fidelidad perruna han
de encontrar hasta que la justicia reine en Sonora y la ley en acción permita
que los ciudadanos confíen en sus autoridades. Sueños guajiros, utopías de fin
de semana largo, memoria de un pueblo que hizo posible la expropiación
petrolera y la nacionalización de la industria eléctrica. Recuerdos que
alimentan la posibilidad de dar sentido a otro Día Internacional de la Felicidad,
que nos aguarda en el futuro que podemos construir.
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