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martes, 28 de febrero de 2017

Loca compulsión

          “Por mí reinan los reyes, y los legisladores decretan lo que es justo” (Salomón).

Como usted sabrá, la cuerda se rompe por donde debe hacerlo. En el pasado reciente, otra regidora votó en contra del pueblo de Hermosillo al apoyar la desaparición del Parque de Villa de Seris en favor de Musas, el elefante cultural blanco que cumple sus días y sus años agrietando su estructura, y algunos negocios privados. La visión empresarial del gobierno estatal y municipal, en sintonía con el centro, hizo posible la desaparición de un pulmón natural de esta agobiada ciudad capital y los árboles fueron pronto sustituidos por muros de concreto, vidrio y estupidez. Quien contemple la esperpéntica obra, quizá no recuerde el nombre de quien la hizo posible con su voto: Dorotea Rascón, regidora de la oposición (sic) bajo las siglas del PRD. Como “los tiempos cambian” y hay que modernizarse, ahora tenemos que el servicio de agua de Hermosillo se privatiza bajo el manto formal de una “concesión” que, al decir de los regidores del PRI fue “legal y democrática”, gracias al voto de una regidora panista: Diana Karina Barreras.

Lo que se ignoró en uno y otro caso fue la voluntad expresa y airada del pueblo que vota y hace posible que tal o cual gobierno se instale con ánimo de propietario de los bienes y servicios que pertenecen, legítimamente, al pueblo. Aquí el chiste se cuenta solo, habida cuenta que el elemento común es la privatización, que siempre se recurre a la “legalidad” y que las decisiones del cuerpo edilicio son formalmente “democráticas”, a pesar de que los ciudadanos salen a la calle y marchan, se plantan frente a las oficinas públicas y se manifiestan de las maneras en que legalmente es posible en este pueblo sin ley que valga en defensa del interés colectivo.

Las dos mujeres en su papel de regidoras municipales aparentemente se “salieron del huacal”, votaron en contra de la línea de sus respectivos partidos, se la tomaron muy literalmente eso del empoderamiento a como dé lugar y se convirtieron en traidoras de sus capillas políticas, y, desde luego, fueron reconvenidas sin que la sangre llegara al río. La culpa parece diluirse cuando se infringen las normas o la línea en beneficio de un bien ideológicamente superior: la privatización como loca compulsión de los gobiernos neoliberales. Aquí, quienes tiene el poder de decidir con su voto el rumbo de la administración pública, demuestran que el mandato popular y los intereses ciudadanos no valen si no coinciden con los apetitos de los gobernantes. En este sentido, los deseos y aspiraciones de los ciudadanos que votan, pagan impuestos y trabajan arduamente por su subsistencia y la del municipio, no cuentan. Son inexistentes desde el punto de vista material y formal. Actualmente, la mayoría ciudadana va a contrapelo de la minoría autista que ha trepado al poder y se sostiene como el borracho consuetudinario: apoyado en el vaso del que bebe.

Quienes dice que la culpa es de los partidos, ignoran que la lucha en defensa de los derechos ciudadanos pasa por los órganos legislativos, que quienes aprueban las leyes y reglamentos y las grandes decisiones administrativas están ahí porque alguien votó por ellos, alguien los puso en el lugar donde están para los fines del bien común. Resulta que la comodona decisión de no votar, de abstenerse, lo único que ha hecho es favorecer a quienes ahora nos traicionan. Las votaciones se deciden por los votos efectivos, no por los ausentes. Aquí se plantea el típico problema entre el ser y el deber ser, donde el ser implica una decisión afirmativa, tangible, cuantificable, real.

Sin embargo, los buenos ciudadanos que votan lo siguen haciendo por los mismos: si no es el PRI es el PAN, la Chana y la Juana de nuestras decisiones y la causa inmediata de nuestros arrepentimientos. De manera esporádica y minoritaria el votante se inclina por otras opciones, pero usualmente le saca la vuelta al cambio, teme arriesgar su voto y “perder” lo ganado. Incluso, puede llegar a pensar que votar, por ejemplo, por Morena, es tanto como votar por el Anticristo, por ser López Obrador un generador de inquietudes y planteamientos que permitirían, eventualmente, las condiciones para el avance de la verdadera izquierda, actualmente casi inexistente en el panorama legislativo nacional. La sociedad es tan conservadora en muchos sentidos que, a pesar de enterarse de que le metieron el dedo en cierto sitio sin requerir de examen prostático, y que le dan atole con el dedo cada vez que un funcionario abre la boca y enseña los dientes, sigue con la atávica costumbre de votar por los mismos y esperar el “cambio” prometido por los mismos gatos nomás que maquillados.

 Nos cuesta trabajo pensar y actuar en función del cambio deseado y nos pesa en el fondo lanzarnos a la aventura de un nuevo horizonte político, lo que bien puede deberse a la inmadurez cívica y política de la inmensa mayoría de los sonorenses y, visto panorámicamente, de los mexicanos. Creemos que desperdiciamos el voto al optar por fuerzas distintas al PRIAN y que es mejor el “voto útil”, así que le apostamos al posible ganador de una contienda donde se reparten despensas, útiles escolares, comidas de barrio, espectáculos artísticos, materiales de construcción, becas y muchas, muchas promesas y compromisos que se evaporan como el agua en el verano sonorense.

La locura privatizante permea la conciencia de muchos que terminan pensando en términos empresariales, aun cuando se trata de simples ciudadanos que luchan por conservar el alma pegada al espinazo cada día de su vida laboral. Sudamos las calenturas de la clase que nos explota, defendemos sus intereses, les hacemos el trabajo sucio, somos gatilleros al servicio de una clase político-empresarial sin conciencia ni moral, pero con un gran apetito por hacer negocios a costa del erario y a la sombra del poder.


Pero, reflexionemos: ¿vale la pena ejercer el poder ciudadano y no permitir que otros decidan por las mayorías? ¿Estaríamos dispuestos a votar y llevar a los órganos legislativos a verdaderos representantes del pueblo? Es de esperar que las respuestas seas afirmativas a partir del próximo 2018. La energía social y el poder del pueblo se hace realidad y fluye a través de las estructuras legales vigentes. ¿Por qué no darles contenido? ¿Por qué no formalizar la oposición al sistema que nos desangra y excluye? Sólo así, de cara a la realidad, daríamos fuerza, vigencia y organicidad a la consigna de que “el pueblo unido jamás será vencido”. Cualquier otra acción sería un simple desahogo.

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