“Por mí reinan los reyes, y los
legisladores decretan lo que es justo”
(Salomón).
Como usted sabrá, la cuerda se rompe por
donde debe hacerlo. En el pasado reciente, otra regidora votó en contra del pueblo
de Hermosillo al apoyar la desaparición del Parque de Villa de Seris en favor
de Musas, el elefante cultural blanco que cumple sus días y sus años agrietando
su estructura, y algunos negocios privados. La visión empresarial del gobierno
estatal y municipal, en sintonía con el centro, hizo posible la desaparición de
un pulmón natural de esta agobiada ciudad capital y los árboles fueron pronto
sustituidos por muros de concreto, vidrio y estupidez. Quien contemple la
esperpéntica obra, quizá no recuerde el nombre de quien la hizo posible con su
voto: Dorotea Rascón, regidora de la oposición (sic) bajo las siglas del PRD.
Como “los tiempos cambian” y hay que modernizarse, ahora tenemos que el
servicio de agua de Hermosillo se privatiza bajo el manto formal de una
“concesión” que, al decir de los regidores del PRI fue “legal y democrática”,
gracias al voto de una regidora panista: Diana Karina Barreras.
Lo que se ignoró en uno y otro caso fue
la voluntad expresa y airada del pueblo que vota y hace posible que tal o cual
gobierno se instale con ánimo de propietario de los bienes y servicios que
pertenecen, legítimamente, al pueblo. Aquí el chiste se cuenta solo, habida
cuenta que el elemento común es la privatización, que siempre se recurre a la
“legalidad” y que las decisiones del cuerpo edilicio son formalmente
“democráticas”, a pesar de que los ciudadanos salen a la calle y marchan, se
plantan frente a las oficinas públicas y se manifiestan de las maneras en que
legalmente es posible en este pueblo sin ley que valga en defensa del interés
colectivo.
Las dos mujeres en su papel de regidoras
municipales aparentemente se “salieron del huacal”, votaron en contra de la
línea de sus respectivos partidos, se la tomaron muy literalmente eso del
empoderamiento a como dé lugar y se convirtieron en traidoras de sus capillas
políticas, y, desde luego, fueron reconvenidas sin que la sangre llegara al
río. La culpa parece diluirse cuando se infringen las normas o la línea en
beneficio de un bien ideológicamente superior: la privatización como loca
compulsión de los gobiernos neoliberales. Aquí, quienes tiene el poder de
decidir con su voto el rumbo de la administración pública, demuestran que el
mandato popular y los intereses ciudadanos no valen si no coinciden con los apetitos
de los gobernantes. En este sentido, los deseos y aspiraciones de los
ciudadanos que votan, pagan impuestos y trabajan arduamente por su subsistencia
y la del municipio, no cuentan. Son inexistentes desde el punto de vista
material y formal. Actualmente, la mayoría ciudadana va a contrapelo de la
minoría autista que ha trepado al poder y se sostiene como el borracho
consuetudinario: apoyado en el vaso del que bebe.
Quienes dice que la culpa es de los
partidos, ignoran que la lucha en defensa de los derechos ciudadanos pasa por
los órganos legislativos, que quienes aprueban las leyes y reglamentos y las
grandes decisiones administrativas están ahí porque alguien votó por ellos,
alguien los puso en el lugar donde están para los fines del bien común. Resulta
que la comodona decisión de no votar, de abstenerse, lo único que ha hecho es
favorecer a quienes ahora nos traicionan. Las votaciones se deciden por los
votos efectivos, no por los ausentes. Aquí se plantea el típico problema entre
el ser y el deber ser, donde el ser implica una decisión afirmativa, tangible,
cuantificable, real.
Sin embargo, los buenos ciudadanos que
votan lo siguen haciendo por los mismos: si no es el PRI es el PAN, la Chana y
la Juana de nuestras decisiones y la causa inmediata de nuestros
arrepentimientos. De manera esporádica y minoritaria el votante se inclina por
otras opciones, pero usualmente le saca la vuelta al cambio, teme arriesgar su
voto y “perder” lo ganado. Incluso, puede llegar a pensar que votar, por
ejemplo, por Morena, es tanto como votar por el Anticristo, por ser López
Obrador un generador de inquietudes y planteamientos que permitirían,
eventualmente, las condiciones para el avance de la verdadera izquierda,
actualmente casi inexistente en el panorama legislativo nacional. La sociedad
es tan conservadora en muchos sentidos que, a pesar de enterarse de que le
metieron el dedo en cierto sitio sin requerir de examen prostático, y que le
dan atole con el dedo cada vez que un funcionario abre la boca y enseña los dientes,
sigue con la atávica costumbre de votar por los mismos y esperar el “cambio”
prometido por los mismos gatos nomás que maquillados.
Nos
cuesta trabajo pensar y actuar en función del cambio deseado y nos pesa en el
fondo lanzarnos a la aventura de un nuevo horizonte político, lo que bien puede
deberse a la inmadurez cívica y política de la inmensa mayoría de los
sonorenses y, visto panorámicamente, de los mexicanos. Creemos que
desperdiciamos el voto al optar por fuerzas distintas al PRIAN y que es mejor
el “voto útil”, así que le apostamos al posible ganador de una contienda donde
se reparten despensas, útiles escolares, comidas de barrio, espectáculos
artísticos, materiales de construcción, becas y muchas, muchas promesas y
compromisos que se evaporan como el agua en el verano sonorense.
La locura privatizante permea la
conciencia de muchos que terminan pensando en términos empresariales, aun cuando
se trata de simples ciudadanos que luchan por conservar el alma pegada al
espinazo cada día de su vida laboral. Sudamos las calenturas de la clase que
nos explota, defendemos sus intereses, les hacemos el trabajo sucio, somos
gatilleros al servicio de una clase político-empresarial sin conciencia ni
moral, pero con un gran apetito por hacer negocios a costa del erario y a la
sombra del poder.
Pero, reflexionemos: ¿vale la pena ejercer
el poder ciudadano y no permitir que otros decidan por las mayorías?
¿Estaríamos dispuestos a votar y llevar a los órganos legislativos a verdaderos
representantes del pueblo? Es de esperar que las respuestas seas afirmativas a
partir del próximo 2018. La energía social y el poder del pueblo se hace
realidad y fluye a través de las estructuras legales vigentes. ¿Por qué no
darles contenido? ¿Por qué no formalizar la oposición al sistema que nos
desangra y excluye? Sólo así, de cara a la realidad, daríamos fuerza, vigencia
y organicidad a la consigna de que “el pueblo unido jamás será vencido”. Cualquier
otra acción sería un simple desahogo.
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