“El amor a mi patria me dirige” (César).
Todo parece indicar que estamos en la
república holográfica mexicana, otrora patria defendible y fuente de
compromisos y acciones públicas y sociales. La naturaleza cambiante de nuestro
crisol histórico permite suponer que las tareas de reformateo institucional han
obedecido, y obedecen, a una serie de contingencias derivadas de nuestra
relación con el resto del mundo, entendido por esto, la cruda y burda adhesión a
los caprichos de nuestros vecinos del norte que, como es ya costumbre, deciden
y hacen cuenta de nuestros recursos como si fueran de ellos. Tan así es que las
llamadas “mega-regiones”, como la de Sonora, y las protestas de amistad y
sociedad ganadora, sólo tiene vigencia cuando se grata de obsequiar los
apetitos económicos y políticos (de control a como caiga), de los güeros que
administran nuestras fronteras.
Da pena ajena ver cómo se desvive el
gobierno local en barrer y trapear el camino de la depredación bajo el supuesto
de la cooperación internacional, la amistad entre vecinos y la cómoda confesión
de que la dependencia sonorense es tal que sin ellos no pudiéramos vivir: ¿qué
haría un fronterizo sin la ida al shopping, o un ciudadano de la capital estatal
sin darse sus vueltas por los centros comerciales, los bancos y los lugares de
jolgorio de Arizona? Las respuestas las tiene, seguramente, usted que viaja con
la bachicha de dólares y el ojo puesto en la baratura y calidad de los
productos, en oposición a las cantidades de mercancías que se importan y
expenden en nuestros comercios.
La ida al “otro lado” nos pone en una
dimensión bastante hedonista, de imagen más que objetivo, de dependencia que
pasa de lo económico a lo psicológico, como una adicción a lo gringo por el
hecho de serlo, como estatus social que permite el ridículo apátrida envuelto
en el inmediatismo de quien tiene y puede. Las consideraciones nacionales y
locales quedan para cuando el destino nos alcance, para cuando le “caiga el
veinte” a la sociedad que vive sintiéndose tucsonense honorario y goza de
presumir sus visitas y sus compras con los cuates en torno a un asador de carne
y a una hielera provista del bebestible necesario.
Hoy todos se sienten obligados a
expresar su repudio a las medidas anunciadas por el güero estropajoso que
habita la Casa Blanca (la de Washington), incluso se llama a marchas cuya
anodinez conmueve hasta las lágrimas por inconsecuentes y perdidamente ancladas
en esa dependencia que arriba se señala. Lujoso distractor con pujos de
internacional que deja de lado otros asuntos y motivos de
protesta: las reformas estructurales, la mendacidad del gobierno que tapa el
sol del desastre del Grupo México con el dedo del legislativo en forma de “zona
económica” especial, que cubre los municipios afectados por el derrame tóxico
con el velo de la inmediatez jurídica; aquí, los pobladores y las autoridades
municipales son excluidos, desprovisto de obligaciones y facultades, mediante
la atracción legal por parte del gobierno estatal que así arrumba la autonomía
municipal y el ámbito de competencia de la otrora “célula del federalismo
mexicano”.
Los señores legisladores deben primero
enterarse de las competencias del municipio, entenderlas y respetarlas y, solo
en caso de urgencia y a solicitud expresa, intervenir de acuerdo a lo que marca
la ley suprema, poniendo antes que los intereses económicos de un grupo
empresarial evidentemente depredador, los del pueblo y sus órganos de legítima
representación.
El año que corre es el de las
declaraciones patrióticas, de los amagos externos que ponen en evidencia la
debilidad del gobierno federal y la permisividad cómplice de los estatales;
pero también lo es de la conmemoración de nuestra Carta Magna. La constitución
federal actualmente tiene algo así como 700 modificaciones, y ha sido
particularmente modificable el artículo 27, con 77 cambios que hablan del
avance de los intereses extranjeros y los de sus prestanombres y gerentes
nacionales. En este caso, tenemos que el dominio de la nación sobre los bienes
del subsuelo, el espacio aéreo, el mar patrimonial y las islas y cayos, quedan
a disposición de las trasnacionales porque somos un país que vende hasta la
historia y dignidad de eso que todavía llamamos patria. Las fronteras y playas
ahora son aprovechadas, colonizadas y administradas por los gringos y la
salvaguarda de nuestro territorio va en función del cumplimiento del papel de
traspatio.
Es claro que la industria nacional y el
enorme potencial que se tiene gracias a los recursos naturales y humanos está
subutilizado por cumplir con el papel de dependiente que obligan tratados como
el TLC, donde el hecho de producir menos para poder comprar al vecino ha
decidido la soberanía alimentaria y el desarrollo de la economía local y
regional; ahora resulta que dejar de producir para comprar es el modelo
colonial que México asume como propio, y todavía sirve como elemento motivador
de reacciones patrioteras que defienden “lo hecho en México” por las maquiladoras
que invaden y controlan la manufactura nacional y los servicios.
Lo triste del asunto es que, a pesar de
las lecciones recibidas en la historia reciente, seguimos dando palos de ciego
y reaccionamos como sociedad por los efectos y no por las causas: los
gasolinazos, las altas tarifas, la carestía de medicamentos y los cambios
legales que permiten la subcontratación laboral y la privatización de los
fondos de pensiones, así como la precarización del empleo y el deterioro del
salario, las licitaciones para la privatización de los servicios públicos, son
efectos directos del modelo económico que sostiene dogmáticamente el gobierno
federal y el local; sin embargo, al sistema lo dejamos fuera de las protestas,
los reclamos y las denuncias de los grupos sociales que ahora toman las calles y hacen valer una
ciudadanía dormida y anestesiada por la inercia. Nuestro problema es de
información e integración y análisis de esa información en un programa político
que recoja las inconformidades aisladas y sectarias y las transforme en una
lucha nacional en favor de la república, de revalidación de las instituciones,
de priorizar el interés nacional, de la creación de empleos decentes, de
fortalecimiento de la economía nacional y el mercado interno, de recuperar el
régimen de seguridad social solidario y dignificar la vejez y la protección de
las nuevas generaciones de niños, jóvenes y adultos. Sin esto, no se puede
hablar de unidad nacional, sino de una imagen holográfica que nos distrae y
envilece. Hora de despertar.
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