“Nosotros dos formamos multitud” (Ovidio).
Hermosillo se ha visto conmovido por la
irrupción de la sociedad civil en el escenario de las decisiones públicas. Los
tiempos en los que el gobierno decidía programas y acciones sin ninguna
oposición popular significativa parece que se alejan de nuestra realidad
cotidiana, al menos en lo concerniente a la indolencia del ciudadano común, que
ahora responde airado a las iniciativas y resoluciones que le parecen lesivas a
su economía e intereses personales y familiares. El horno nacional y, desde
luego, el sonorense, no está para bollos.
La muy prometedora dinámica de este
despertar ciudadano se ve oscurecida por la salida visceral a los conflictos
que de manera natural surgen en cualquier grupo humano: el “ustedes” y el “nosotros”
campea como una bandera que justifica las descalificaciones y la exclusión. Los
pretextos o motivos pueden ser muchos, pero destacan los referidos a la
pertenencia o no a tal o cual partido político, así como la sospecha de ser
agentes infiltrados de algún núcleo de interés electorero, gubernamental o
simplemente sectario.
Las buenas conciencias postulan la pureza
impoluta de quienes pueden y deben participar en los afanes colectivos, lo que
nos remite a lo dicho: la sospecha de estar ante un probado, probable o posible
militante o simpatizante de un partido o, incluso, sindicato, merece ser
considerado anatema. La condena supone la separación de esa fruta contaminada
del canasto de las reivindicaciones sociales y de la escritura de la historia
reciente de las luchas y los logros ciudadanos.
Esta forma de discriminación responde al
hecho de que muchos están verdaderamente hartos de las trapacerías de los
partidos en el seno de los órganos legislativos, que han sido cómplices del
poder ejecutivo al aprobar leyes que horrorizarían a cualquiera que tenga algo
de memoria y sentido social. Puede ser una reacción perfectamente explicable,
pero en el terreno de los hechos, ha devenido en una especie de santa
inquisición que barre con justos y pecadores. En este terreno, las acusaciones
con o sin fundamento pueden ocupar buena parte del tiempo y energía de los
participantes, se convierten en los ejes de las discusiones y terminan siendo
el motor de la desintegración y pérdida de eficacia de los grupos organizados
para defender derechos colectivos. La causa ciudadana se diluye y la conflictiva
interna se convierte en el principal apoyo del gobierno y sus malas decisiones.
Es claro que en todo movimiento social
existen diferentes grupos, tendencias, con intereses, de una u otra forma, ligados
al tema que convoca a la movilización. Es una utopía exigir pureza químicamente
comprobada en la sangre y conciencia de quienes se acercan a la participación.
Lo que sí es posible es la expectativa de que existan reglas mínimas de
conducta y compromiso, de que quienes se integren respeten las normas de
conducta que el grupo establezca en cada una de sus acciones y propósitos, que
existan acuerdos mayoritarios y que deban reconocerse por todos, sin que esto
suponga la condena y exclusión de quienes opinan de manera diferente. Si el
grupo tiene los objetivos claros, las formas de lograrlos pueden variar,
someterse a crítica, discutirse y acordar la forma de cómo hacer las cosas.
En cualquier organización existen
corrientes que pueden tener visiones un tanto distintas de los problemas y las
soluciones, pero que convergen en un gran objetivo general. La disensión es
normal en los conjuntos humanos comprometidos políticamente, y es que no somos
iguales porque tenemos diferente formación, origen y circunstancias, pero
podemos compartir valores y principios; compartimos problemáticas, padecimientos
y angustias, y podemos ser empáticos con quienes exponen sus circunstancias
particulares, pero el hecho de estar en un conjunto heterogéneo integrado por
diversas visiones y personalidades nos obliga a establecer puntos de
confluencia, elementos de unión de la diversidad en un haz de fuerza que
permita el logro de objetivos superiores. Un grupo eficazmente integrado no es
aquél en donde no existen diferencias, sino aquél en el que éstas pueden
discutirse, conciliarse y eventualmente superarse.
Actualmente tenemos dos grupos actuando en
torno al problema del alza de las gasolinas, pero donde debe estar el punto de
unión es en la conciencia de que la causa del malestar ciudadano y del desastre
nacional radica en el modelo económico que a como dé lugar impone el gobierno,
y que reporta constantes ataques a la economía y la seguridad familiar mediante
alzas en los precios, saqueo del erario, acaparamiento inmobiliario urbano,
dependencia de los factores externos y subordinación a otra soberanía encarnada
en los juegos perversos de las trasnacionales. Entendido esto, la conciliación
y la unidad son posibles.
El momento exige que se imponga la
prudencia, la mayor racionalidad posible, y la entrega a la defensa del interés
colectivo más allá de las naturales diferencias de concepción y de acción.
Verdad de Perogrullo: la unión hace la fuerza.
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