“La autoridad sólo se compara con
la virtud” (Claudio).
Pues la ganadora en causas de muerte en
México es la diabetes mellitus. En gran medida el éxito se debe atribuir a las
grandes empresas trasnacionales refresqueras y a los emporios productores de
comida chatarra, la que se come de prisa, empaquetada en plástico o en cartón
encerado, de vivos colores y una sensación de estar a la par con EUA y otros
centros de consumo de prosapia y glamur primermundista.
Somos un país de parias alimenticios que
pateamos con desprecio lo autóctono por ser algo conectado a los usos y
costumbres de una cultura mestiza, vergonzante de su identidad, aficionada a la
sumisión extranjerizante y al desperdicio de inteligencia y músculo. Es claro
que la sustitución de valores entra por los ojos y la boca, penetra en la
anatomía y satura las neuronas y las concepciones de lo correcto y defendible
en nuestro diario actuar. Comemos y respiramos las miasmas de una
transculturación con tufo de intervención política, de suerte que nuestros
intereses son una especie de moretón del impacto de los que representan la
hegemonía gringa en nuestro suelo.
Lo anterior explica por qué un grupo de
diputados federales mexicanos de los partidos afiliados al “Pacto por México”
se exhibieron con camisetas con la propaganda de la fallida candidata presidencial
demócrata, en pleno recinto legislativo, sin reparar en el hecho de que
formalmente representan los intereses de los electores mexicanos, mientras que
aquélla a los del complejo financiero-militar que tiene jodida a la humanidad.
Así pues, sudamos calenturas ajenas porque de algunas tenemos que hacerlo, ante
la esclerosis de nuestra perspectiva nacionalista y las ganas de ser una
colonia de explotación de otra soberanía.
El desprecio y desencanto de lo propio
ha sido obra de años de autoflagelación, de lástima de sí mismo, de liquidación
del patrimonio nacional y el reversazo impuesto por el neoliberalismo de
guarache importado e implementado por el alopécico Salinas, en aras de una
modernidad prestada o, más bien, rentada a un alto costo a cargo del erario
nacional. ¿Tenemos petróleo?, pues a regresarlo a las trasnacionales; ¿tenemos
electricidad?, mejor que lo tengan las empresas extranjeras; ¿tenemos
industrias?, en todo caso, instalemos maquiladoras y a las empresas nacionales
convirtámoslas en patrimonio del capital extranjero.
¿Gozamos de empleo permanente y seguro?
Estorba al desarrollo de la iniciativa de los trabajadores jóvenes. ¿Tenemos
seguridad social? Mejor cancelemos ese derecho y convirtámonos en clientes
explotables de empresas bancarias trasnacionales. ¿Diseñamos nuestra política
económica? Ya basta. Ahora dejemos que otros manejen nuestra economía y
finanzas. En México, la reducción de la calidad de vida va de la mano de una
recolonización con el beneplácito de organismos como la OCDE, el FMI y el Banco
Mundial. Si podemos ser el perro faldero de éstos, ¿por qué sostener una
soberanía e independencia que nos quedan grandes?
Quizá por eso vemos como un reproche la
independencia y decisiones soberanas de Bolivia, de Venezuela, de Cuba, y de
quienes se saben parte de Latinoamérica y rechazan el intervencionismo absurdo
de EUA. Quizá por ello nos duele mirar al Sur, pero masticamos el chicle
envenenado de un Estado canalla.
Consumimos los productos saturados de
sustancias químicas que venden en los supermercados pero pasamos de largo en
puestos de los mercados populares; buscamos marcas y dejamos de lado la calidad
y el origen de los productos; vacacionamos en Arizona, California,
Massachusetts o Nevada, porque suponemos que damos calidad a la vida de la
familia, mientras despreciamos los destinos locales, regionales y nacionales;
enviamos a los hijos a escuelas extranjeras mientras nos quejamos de la falta
de oportunidades, de la calidad de nuestras escuelas, del costo de la
educación, de las huelgas, de la inseguridad pública, de la falta de empleo decente,
del latrocinio de las Afores, de la privatización de la vida institucional, de
las cosas que compramos o adoptamos a costa de ser lo que debemos ser.
Para nosotros, es fácil convertir en
leyenda a representantes del crimen organizado y hacer parodias de la defensa
de los derechos humanos, así como solapar la impunidad y la leperada de
nuestros gobernantes y clase empresarial adicta a los moches y al tráfico de
influencias. Así las cosas, no es difícil sentir flojera en participar en
acciones contra el abuso y la corrupción, porque tomar la calle y parar
escuelas, hacer plantones y levantar pancartas son acciones que se ven mejor a
lo lejos, sin fatigas y como tema de cantina o sobremesa.
Si nos importa un rábano el saqueo del
erario y el agandalle inmobiliario sexenal, el abuso y la farsa de una
legalidad preñada de complicidades y acuerdos, así como el espectáculo
deplorable de la simulación gubernamental, ¿qué tanto nos afecta Trump, si el
trabajo de “joder a México” lo hemos venido haciendo desde la década de los 80?
Hablando de otros asuntos, es importante
para el futuro de los trabajadores sonorenses y sus familias, el análisis, las
conclusiones y los compromisos que resultarán del Congreso Estatal Sindical
sobre Seguridad Social que organiza el STAUS junto con el STEUS, Telefonistas,
SIATCIAD, FASU, SUTUES, CENPRO, CNJP - “Elpidio Domínguez Castro”, entre otras.
La cita es el miércoles 16 a partir de las 9 AM, en el auditorio del Sindicato
de Telefonistas, sito en Blvd. García Morales y Lázaro Mercado.
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