“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” (Augusto
Monterroso).
Nadie sabe cómo,
tras un año más de ultrajes, ninguneos, provocaciones, hostigamiento y
represión, engaños y demagogia contra los trabajadores, el gobierno sigue tan
campante afinando sus discursos sobre la paz laboral, la atracción de
inversiones, las conveniencias de seguir conteniendo los salarios, la
desindexación del salario mínimo, las alzas en los precios de los bienes y
servicios, la atomización y precariedad del empleo, la inseguridad laboral y las
disculpas y excepciones por la compulsión por violar los contratos colectivos.
Como si no pasara nada, la clase patronal sigue quejándose de la inseguridad,
de lo caro que les sale el caviar y las vacaciones en EE.UU., Europa y los
viajes y comunicación con los paraísos fiscales internacionales de moda, y señalando
la urgencia de un cambio en la cultura laboral que permita abaratar los costos
y aumentar la productividad.
Tal parece que
la clave del éxito económico de las empresas, gobierno y sistema depende de que
los trabajadores entiendan y aprendan cuál es su papel en la bonanza económica
que el sistema promete y que, por fallas humanas, no cumple. ¿Cómo culpar al
modelo económico y la ideología neoliberal de arruinar la vida social,
económica, política y natural del planeta, si todo recae en la conducta del
trabajador? ¿Acaso no es él quien maneja la maquinaria y el equipo, se encarga
del mantenimiento, conduce los vehículos, carga y descarga, vigila
instalaciones, atiende al público, está en la línea de producción, se encarga
de la distribución y además consume?
El “empleado del
mes” debe ser alguien que reduzca al mínimo su subsistencia pero que al mismo
tiempo sea capaz de consumir la chatarra producida por las transnacionales
avecindadas entre nosotros. Debe tener y mantener el pago mínimo y los
intereses de alguna cuenta en acreditada casa bancaria o comercial que concede
crédito y ofrece un día sí y otro también los beneficios del endeudamiento como
forma de vida y destino de sus clientes.
Debe resistir la
tentación de cuestionar tanto la política salarial como la precariedad del empleo,
así como los altos costos de la vida; está obligado, en obvio de la corrección
política, a dar muestras de madurez y no estallar huelgas que, aunque justas,
pueden “ahuyentar inversiones” y manchar la imagen de gobernantes y
funcionarios oficiales e institucionales.
Mientras ve y
padece la violación de su contrato colectivo, se debe sentir obligado a aceptar
“un mal arreglo antes que un buen pleito”, porque la sociedad aborregada espera
de él no un grito de rebeldía sino un balido que lo haga formar parte del
rebaño. Si es empleado comercial, bancario, burócrata u obrero, está obligado a
poner por encima la productividad y las ganancias de la empresa antes que su
bienestar personal y familiar; si es docente, debe aguantar las cadenas del
chantaje, la manipulación y el desprecio institucional y sacrificarse en aras
de la “calidad académica” y la desnaturalización de su empleo: No es un
profesional que merece consideración y respeto, con derecho a exigir no sólo
reconocimiento sino un salario decoroso que le permita vivir dignamente, sino
un “apóstol” de la educación que bien puede ser ignorado mientras cumpla un
horario, llene formatos y acepte las medidas oficiales en contra de la
educación pública nacional.
El docente es un
profesional que por la naturaleza de su trabajo se autoevalúa cotidianamente,
es capaz de autocorregirse, de mejorar guiado por su vocación y su experiencia,
sin embargo, debe ser evaluado por burócratas que no tienen idea de lo que es
la función docente en un país como el nuestro pero que, en cambio, están
atentos a las consignas, recomendaciones y presiones de los organismos
financieros internacionales, las corporaciones trasnacionales y las modas que
impulsan e imponen a los países de la periferia capitalista neoliberal. La
evaluación punitiva contra los maestros y la reforma unilateral al Estatuto del
Personal Académico universitario forman parte del mismo paquete de medidas de
la contrarreforma educativa del sistema, nopalero y periférico, que azota
nuestro país.
Ante esta
situación de auténtico golpe de estado y cancelación de derechos y garantías
fundamentales para la clase trabajadora mexicana, se impone la unidad, la
información y el análisis permanente y transparente de nuestra realidad, así
como de las acciones oportunas y consensuadas de las organizaciones sindicales,
que permita a sus miembros tomar conciencia de la gravedad y urgencia de las
luchas y la importancia de sostener una oposición firme y decidida contra las
modificaciones unilaterales y arbitrarias de las condiciones de trabajo y los
mecanismos de ingreso, promoción y permanencia consagrados en la norma vigente
y el contrato colectivo de trabajo. Lo que está en juego es el futuro de la
clase trabajadora y la calidad y el carácter de la educación y el progreso nacional.
Este 1 de mayo,
la música y la estridencia de un festejo patrocinado por el sector oficial no
pudo ocultar la presencia y la voz de los trabajadores, ni pudo disimular las
ofensas, el desprecio y la represión infligidos a los inconformes. La ausencia
de la gobernadora Pavlovich sólo sirvió para subrayar lo que todo mundo sabe:
cuando los trabajadores tomaron la calle y marcharon, el dinosaurio todavía estaba
allí.
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