Hay razones suficientes como para
suponer que México ha cambiado. De una cultura basada en tradiciones regionales
y algo de la mitología aportada por nativos y conquistadores, pasamos a otra
moderna, tecnológica, basada en efectos especiales y parafernalia
cinematográfica y televisiva.
Antes, el político debía conocer las
artes de la persuasión oratoria, el manejo sutil de la forma y mantener el
equilibrio en la cuerda floja de la legalidad, así como separar lo familiar de
lo atinente al desempeño de las funciones oficiales. Ahora las cosas parecen ser
diferentes, ya que el ciudadano presidente puede abandonar la solemnidad del
cargo para chacotear a cuadro (Fox), lucir crudo y obtuso en actos públicos
(Calderón) y exhibir una frívola ignorancia telenovelera (Peña) con cargo a la
respetabilidad de la institución presidencial.
Por otra parte, la sensibilidad respecto
a temas de interés nacional ha cambiado, ya que el propio gobierno se empeña en
diluir el sentimiento patrio de los ciudadanos al evitar que se entone el Himno
Nacional en actos públicos debido a que, se dice, incita a la violencia. ¿Qué
es eso de defender a la patria de los ataques y acechanzas enemigos? ¿Cómo
incitar a los hijos a defender lo nuestro nomás porque “un soldado en cada hijo
te dio”?
Al parecer el canto a la patria
despierta la desconfianza de los inversionistas y provoca resquemores entre los
capitalistas dueños de trasnacionales, ya que existe la sospecha de que alguien
puede sentirse inflamado de fervor patrio y tomar literalmente lo dicho en el
Himno, con la consecuente defensa de lo que la globalización ha logrado para
las empresas que cumplen con su destino manifiesto de saquear a los países
periféricos. ¿Imagina usted que los ciudadanos mexicanos se organicen para
rescatar lo malbaratado de su patrimonio colectivo? ¿Y si alguien acusa al
gobierno de traidor y entreguista y toma medidas al respecto? ¿Qué sentiría si
fuésemos acusados de patriotismo por la comunidad internacional? Los horrores
de lidiar con un pueblo que cuide sus recursos y exija respeto a su vida
interna son indescriptibles ya que la dignidad nacional es peligrosa.
En cambio, la delicada percepción de los
ciudadanos bien portados según el modelo neoliberal, debe exhibir una acentuada
predilección por la semántica, de suerte que el significado real de los
conceptos pueda ser sustituido por otro a tono con la moda terminológica
impuesta. Así, el convencionalismo de ocasión se impone al lenguaje común y las
palabras reformatean nuestra idea de las cosas. La realidad se convierte en un
juego de palabras, mientras que los hechos pierden relevancia.
Mientras que los derechos humanos sufren
un retroceso significativo, el lenguaje oficial y oficioso se enriquece con
eufemismos, neologismos y otras argucias que nos imponen nuevos significados,
de ahí que ahora los usos y costumbres del mundo anglosajón se decreten
necesarios para la administración de la justicia mexicana: la exigencia de los
juicios orales, así como los vimos en televisión, debe ser instalada en las
mentes de los futuros abogados. Estados Unidos apoya, impulsa y patrocina las
reformas y vigila y asesora a la periferia. El “nuevo esquema de justicia” es
asunto de convenios internacionales y no producto de la evolución jurídica de
los pueblos.
Ya no basta que el repugnante delito de
matar a un ser humano sea llamado como lo que es, ahora hay que ponerle
apellido y particularizarlo sexualmente, debido a que, se dice, existen
elementos que revelan su comisión por razones ligadas a esta característica. Al
parecer la figura de homicidio no es suficiente y hay que definir con detalle
la naturaleza de la víctima: ¿Hombre, mujer, homosexual…? Con este criterio
pronto tendremos nuevas exigencias de ser incluyentes, considerando si el
afectado es zurdo, bizco, moreno, entre otras características, y habrá además
de feminicidio, masculinicidio, zurdicidio, y así.
Hoy se puede hablar de “crímenes de odio”
echando mano a las puntualizaciones arriba señaladas, aunque, si bien es cierto
que son importantes las motivaciones del criminal, hay que considerar que cualquier
agresión, leve o grave, no supone un acto de amor, y las especificaciones
semánticas no pueden sustituir ni evadir la sustancia del tema: quien mata a un
ser humano es un homicida y en consecuencia, el crimen es homicidio. La ley
debe aplicarse y castigar sin distingos de sexo, edad, ideología o condición
social, pues de otra forma sería discriminante.
En otros asuntos, cada vez resulta más
asombrosa la capacidad de manipulación de que son víctimas los televidentes, ya
que así nos enteramos de que viajar es satisfactorio, regalar también, pero lo
máximo es donar. Asimismo, los niños deben saber que el ahorro es bueno y,
cuando llenen la alcancía, deben decirles a sus padres que los lleven al banco
para depositar su dinero en la cuenta del Teletón. ¡Así, todos ganan!
Si México es el país de las amenazas
presidenciales, también lo es el de las aclaraciones farandúlicas sobre el
origen de riquezas inmobiliarias. De repente, nos vemos en medio de detenciones
arbitrarias, por el simple hecho de tomar en serio los deberes y obligaciones
cívicos y protestar por los crímenes recientes y pasados, y se sufren despliegues
policíacos, no en contra de los criminales, sino de ciudadanos en pleno
ejercicio de sus derechos, mientras que la prensa internacional señala al país
como uno sin legalidad ni gobierno.
El sistema político y el régimen no
pasan de ser ridículas manifestaciones de entreguismo, incompetencia y fatuidad,
donde menudean los llamados a “cerrar filas” en vez del extrañamiento y la
condena. En los partidos políticos se confunde la complicidad con la militancia
y la frivolidad farandulera navega con viento en popa, en tanto que el pueblo
lucha en las calles y las plazas por respeto a los derechos fundamentales y
justicia para todos.
En Sonora el gobierno ha decretado el
fin de la emergencia ambiental en medio de la desconfianza y las protestas de
los habitantes de las áreas afectadas, como de los lamentos de las familias
que, pese a los anuncios oficiales, siguen padeciendo la falta de agua, las
enfermedades de la piel y la presencia de metales pesados en su sangre.
La “remediación” de los ríos envenenados
corre a cargo del mismo grupo empresarial minero que ocasionó el desastre, con
lo que se tiene al mismísimo asesino a cargo de la autopsia de su víctima.
Cosas de un país patas arriba.
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