La nota distaba mucho de ser la que
tronante cimbró la receptividad ciudadana: que la CTM siempre no estallará las
huelgas prometidas en la jeta insolente del gobierno de Padrés. Previamente,
los empresarios modositos habían expresado su opinión en contra porque
afectaría la economía y la paz sepulcral del neoporfiriato nopalero sonorense,
como si la organización de los trabajadores para la defensa de sus derechos
fuera algo incómodo, inoportuno, molesto y hasta pecaminoso.
Salta a la vista que los sindicatos
sólo pueden ser bienvenidos a la mesa del Señor cuando no dan signos de vida
independiente, cuando el dedo acusador del trabajador ofendido por la
insolencia patronal no se levanta o lo hace poco y de manera discreta, cuando
se siente vergüenza al levantar una demanda, tomar la calle y gritar las mil y
una verdades sobre la injusticia asalariada, el oprobio contractual y la
condena de ser un obrero, campesino, empleado o profesor, con la única función
de alimentar con su sangre el sistema que lo exprime y tritura día con día.
La huelga general fue una magnífica
broma, una tomadura de pelo que merece certificarse como ejemplar, porque el
gobierno necesitaba una respuesta y el sindicalismo cetemista un pretexto para
seguir vigentes sin arriesgar nada. Algunos creen que el gobierno ganó, pero en
el juego de los conflictos laborales son dos los participantes y en éste se
aparenta que nadie perdió. Quizá sea cosa de pensar que perdió la civilidad, el
respeto a sí mismos en las organizaciones y la confianza en que los “obreros”
tienen un lugar más allá del simbolismo revolucionario del siglo pasado y
antepasado. Nuestro hoy pinta colores pálidos, apastelados, diluidos, como
víctimas de una enfermedad que destruye el pigmento de las ideologías y las
hace aparecer iguales.
Desde luego que la paz social es
importante, valiosa y digna de preservarse, pero las rugosidades del terreno
una vez aplanadas hacen lucir los lugares tan parecidos que lo mismo da estar
en uno o en otro, como si el tiempo y el espacio se vaciaran de contenido y
fueran simples recursos semánticos para decir lo mismo. La apariencia de
civilidad es un bálsamo para la hipocresía política, tanto para el gobierno sin
compromisos con el pueblo, como para el pueblo sin representatividad en el
gobierno. Como se ve, la esquizofrenia puede ser ejemplificada por los actores
políticos oficiales, que se amenazan de día y de noche salen juntos de farra a
celebrar la engañifa cotidiana.
A propósito de farsas, a los jóvenes
de las casas de estudiantes que reclaman apoyos suspendidos por parte del
gobierno del estado, se les convierte en “becarios” y sujetos a ciertas
exigencias de desempeño, por lo que, según el Instituto Sonorense de la
Juventud, no se les quitan los apoyos sino solamente los modifican. Con lo
anterior, el concepto de solidaridad que campeaba en las casas de acogida para
estudiantes foráneos y la función formativa que estas tenían en materia de
civilidad y compañerismo, acaba de desaparecer por decreto y da paso al
individualismo y a la filosofía del “cada quien se rasca con sus uñas”.
Con la anterior “solución”, el problema de financiamiento
estudiantil se elimina de las consideraciones públicas y la operación de las
casas, su dinámica interna, como las tradiciones que vertebraban la vida
cotidiana de quienes compartían el espacio y el tiempo en un lugar que servía
de puente entre el pueblo de origen y la ciudad capital de Sonora. Los urenses,
empalmenses y demás inmigrantes ahora sólo serán expedientes que responderán en
formatos sus preguntas vitales ligadas a la subsistencia. La beca individualiza
y desarticula, es la manera de decir “ahí se la echan” del gobierno pitufo. La
solución no es solución, sino una trampa tendida a los chicos foráneos ahora
convertidos en sujetos de crédito y deudores, con acento en esto último.
Si la simulación parece poca, la
situación del sindicalismo universitario nos sigue dando muestras de lo
inagotable que es la provisión gubernamental de nuevas formas de sentir
náuseas. La comprobada campaña contra las organizaciones sindicales
independientes aún no termina y el tema de la huelga en la Universidad de
Sonora es asunto vigente. Cabe recordar que la rectoría hizo al STEUS ofrecimientos
del aumento de 3.5 por ciento al salario y 2.4 por ciento en prestaciones,
mientras que al sindicato de académicos STAUS solamente el 1 por ciento. El
reclamo es que se empareje el aumento a 2.4 por ciento, ya que el resto de las
demandas pueden canalizarse al análisis y acuerdo de comisiones una vez que el
núcleo conflictivo quede resuelto y, por ende, la amenaza de huelga desaparezca
(http://www.dossierpolitico.com/vernoticias.php?artid=143956&relacion=&tipo=Sonora&categoria=1).
Cualquiera puede ver que si el
problema se resuelve homologando los ofrecimientos en el rubro de prestaciones,
la solución está a la mano, ya que el monto requerido sólo sería de cinco
millones de pesos, cantidad que no debe representar problema alguno para la
Universidad, salvo que de lo que se trate sea de provocar problemas donde no
debieran existir. La experiencia reciente ha demostrado que la rectoría no se
especializa precisamente en negociar con los sindicatos, ofrecer soluciones
inteligentes y oportunas y generar un clima organizacional favorable para la
vida académica, sino al contrario. Ello pudiera sugerir que la solución será
postergada e incluso negada por la autoridad universitaria, lo cual obligaría
al sindicato a lanzarse a la huelga, a pesar de los reiterados llamados al
diálogo que ha hecho desde hace meses a su contraparte administrativa.
De prosperar lo que parece una
política intencional de confrontación, se pueden dar situaciones no sólo
absurdas sino perfectamente evitables: ha trascendido que en ciertos grupos
estudiantiles campea la idea de permanecer dentro de las instalaciones
universitarias si estallara la huelga, lo que solamente apoyaría la tesis de la
manipulación estudiantil en aras de complicar artificialmente el conflicto,
toda vez que su presencia violentaría los procedimientos legales para encontrar
una solución entre las partes, es decir, sería un estorbo para destrabar el
conflicto y no ayudaría para nada, salvo que se trate de empeorar las cosas y
actuar como un grupo provocador frente a los trabajadores.
Pero si el clima laboral de Sonora
parece ser una vacilada, la conciencia ciudadana resiente los estragos de una
patología social de tremendas consecuencias: estamos próximos al quinto
aniversario de la tragedia de la guardería ABC sin que los culpables sean
castigados. El tránsito de un gobierno priista a uno panista no ha hecho
diferencia y el clima de impunidad y cinismo sigue golpeando la dignidad y la
memoria de las 49 víctimas infantiles que cobró la negligencia criminal de unos
y la perfidia inconmensurable de otros. El reclamo de justicia sigue, porque
aquí no hay ni perdón ni olvido.
¿Hasta cuándo el pueblo de Sonora y
los habitantes de la ciudad capital sentirán el hartazgo suficiente como para
abandonar la cómoda complicidad del que no reclama, protesta y exige justicia,
respeto y castigo ejemplar? ¿Qué nos falta para lanzarnos a la calle en una
protesta que sea de todos los días hasta que el problema se aborde con
pertinencia y seriedad? ¿Por qué no paralizar las actividades del estado hasta
que la ciudadanía toda y los más directamente afectados obtengan la
satisfacción que cualquier ser humano merece? ¿Falta dignidad? ¿De plano nos
vale?
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