He visto y leído los vídeos y
reportajes sobre la tragedia del 5 de junio de hace cinco años, para llegar a
la conclusión de que la carne y la sangre de 49 inocentes sigue siendo quemada
y regada en medio de estertores sociales que huelen a descomposición, a
subdesarrollo emocional, a jodidez suprema que aniquila las barreras de lo
políticamente correcto, de la compostura en el lenguaje, de la prudencia, del
respeto a la autoridad, para dar paso a la más íntima sensación de náusea, de
abandono, de frustración, de decepción infinita; las palabras acumuladas en
estos cinco años son tantas, tan recurrentes, tan parecidas entre sí que
ignorarlas sólo puede conducir a la pérdida de nuestra conciencia, de la razón
que traduce y codifica los símbolos de nuestra relación con el mundo exterior y
que hace posible que usted y yo podamos divergir y coincidir.
En estos cinco años ha habido promesas
de justicia, evasivas legales, investigaciones dependientes e independientes,
declaraciones políticas de coyuntura electorera, manifestaciones de solidaridad
desde la comodidad de un presídium, de un foro televisivo, de la visión de un
teleprompter, desde la frialdad protectora de las salas de prensa; pero
también, y eso es lo más importante, de grupos sociales, de vecinos, de
ciudadanos sin pertenencia a siglas políticas, de padres de familia, de estudiantes, de sindicalistas que se han unido en marchas y
mítines en memoria de las víctimas, en sufragio a la posible acción de la
autoridad que, como se sabe, siempre vigila.
Culpables |
Las notas periodísticas cada tanto nos
informan que se ha ejercido la acción penal contra algún presunto responsable,
que se ha puesto tras las rejas a reserva de que se sepa si en realidad es
culpable de algo; luego viene el asunto de la fianza y cierra con el pago de la
misma, quedando la justicia satisfecha formalmente mientras se siguen las
investigaciones. Los lectores que seguimos el caso nos quedamos con la
convicción de que la cuerda se sigue rompiendo por el lado más delgado. Los
chivos expiatorios ideales son los empleados, los funcionarios menores, los
implicados periféricos, los asalariados que no tenían capacidad de decisión en
el otorgamiento de concesiones y permisos a particulares para operar guarderías
y estancias infantiles, producto de la retirada del Estado en la provisión de
seguridad social para los ciudadanos y sus familias.
La privatización impulsada por el
priista neoliberal Salinas y profundizada hasta el absurdo por los gobiernos
del PAN, acabó con el concepto y la práctica de la solidaridad, entregando las
funciones del sector público a los agentes privados que tuvieron la influencia
y el poder económico para comprarlos. Muchas funciones públicas terminaron
siendo negocio privado en un adelgazamiento del gobierno que derribó las pocas
barreras que protegían al pueblo de menos de cinco salarios mínimos de los
embates del mercado. Paralelo a esto, el alza constante de los bienes de
consumo familiar enfrentó la baja en el poder adquisitivo de la moneda y el
salario fue congelado por obra y gracia de la política económica neoliberal.
No debieron morir |
Las guarderías quedaron a disposición
de mercaderes, de fenicios de apellido conocido que ahora administraban el
cuidado de los hijos de los trabajadores a cambio de un pago. La
responsabilidad fue cosa de simples trámites, porque la visión de negocios
debió privilegiarse frente a la seguridad y protección de la vida humana.
Cualquier galerón podía maquillarse de guardería, cualquier espacio podía ser
habilitado estancia mientras diera dinero cada mes. Así las cosas, la
protección de la integridad física y emocional de los infantes podía no estar
dentro de las prioridades empresariales de lograr un saldo a favor en el
ejercicio contable.
Pero, como lo sabemos, se dio un
incidente ajeno a los cargos y los abonos; una de estas eventualidades que
pueden ser evitadas porque son previsibles, porque son riesgos perfectamente
identificados por cualquier perito en seguridad, incluso por cualquier
trabajador de la construcción que ha puesto techos y manejado materiales
sintéticos. En esa virtud, el otorgamiento de permisos y concesiones resulta
asombroso, por su ejemplar irresponsabilidad y negligencia criminal.
A cinco años de distancia, hemos sido
testigos de los juegos exculpatorios, de la defensa tendenciosa de apellidos y
redes familiares, del obsceno juego de influencias, de la farsa ridícula de los
apoyos “solidarios” de quienes debieran estar actuando en defensa de la
legalidad y la justicia y que, sin embargo, forman parte del juego de sombras
que intenta, sin lograrlo, ocultar la perversidad del sistema político y
económico que propició la tragedia. El PRI y el PAN han jugado sus cartas de
simulación y ahora se instala el cinismo como política de estado. En estos días,
es común encontrar a funcionarios del “Nuevo Sonora” pegando propaganda
política en los barrios, bajo el pretexto de las “jornadas comunitarias”, donde
el servicio a la población no pasa de ser la bajuna escenografía de la derecha en
acción.
Un lustro es suficiente tiempo de
duración de cualquier farsa, para llegar al límite de nuestra capacidad social
de proteger culpables. México, Sonora y Hermosillo no son los mismos tras el
incendio de la Guardería ABC. El olor a quemado y el humo son la materia que
respiramos todos los días, lo que nos persuade que somos una sociedad ajena a
la justicia, al dolor, a la solidaridad, y que así será mientras no nos
decidamos a reparar los hilos rotos, los jirones de identidad que cuelgan como
banderas de impunidad en el tejido social. No somos los mismos, pero debemos luchar denodadamente por recuperar nuestro sentido de pertenencia.
El jueves 5 de junio, día del quinto
aniversario, hubo una larga y nutrida
marcha que culminó en un mitin ciudadano. En él destaca la idea de que la
ciudadanía no ignora ni cae en las argucias cómplices del gobierno: el pueblo
demostró que tiene memoria, que es capaz de exigir justicia, que no se ha
cansado, que sigue con vigorosa convicción reclamando castigo a los culpables,
que el oportunismo de políticos inescrupulosos ya no confunde a nadie, que
estamos hartos de cinismo, de irresponsabilidad, de manipulación
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