Recientemente, la sociedad sonorense se
conmovió con la noticia del asesinato de una joven estudiante de medicina,
ultimada el pasado viernes 13 por su novio de la misma profesión auxiliado por
un chofer de ambulancia. De acuerdo a un hermano de la víctima, ésta sostenía
una relación complicada y tortuosa con el presunto asesino y que tal cosa
derivó en tragedia, de suerte que no es, a su juicio,
un caso asociado a su calidad de médico y, por ende, a la inseguridad pública (La
Crónica, 17/06/2014). Por su parte, estudiantes de la UABC, compañeros del
presunto asesino han declarado que éste era una buena persona y expresan su
temor por la falta de seguridad, mientras que los familiares del inculpado juzgan
forzada su detención, incluso llegan a aventurar la hipótesis de que la muerte
debe atribuirse a otras razones, por ejemplo, represalias de algún
narcotraficante por falta de atención médica (La crónica, 18/06/2014).
Mientras que las instancias
formalmente competentes se encargan de repartir culpas y disculpas, el
homicidio de la señorita María Concepción de la Torre Martínez ha destacado
aspectos que habían permanecido más o menos ocultos, discretamente olvidados y
fuera de las consideraciones del público consumidor de los horrores de la vida
en una sociedad neoliberal. Tanto los estudiantes de medicina que cumplen su
servicio social como las autoridades escolares señalan con diversos acentos el
problema de la inseguridad que se vive en las comunidades alejadas de los
núcleos urbanos y de la vigilancia pública, pero al parecer el problema
fundamental y fuente de las otras situaciones es el de la carencia de los más
elementales recursos para cumplir con el servicio social en medicina (El
Imparcial, 17, 18 y 19/06/2014).
Tanto los docentes como los
estudiantes consideran que a éstos se les toma como “fuerza de trabajo barata”
por las instituciones de salud y son sometidos a un ritmo de trabajo extenuante
a cambio de una compensación económica: en el internado les pagan 475 pesos a
la quincena mientras que en el servicio social 3 mil pesos al mes por estar 6
días en los poblados y trabajando 24 horas (El Imparcial, 18/06/2014).
María Elena Rivera Torres, encargada
del servicio social en medicina de la Universidad de Sonora, refiere que los
estudiantes “son los únicos que en su sano juicio si les tocan a las tres de la
mañana tienen que abrir la puerta y dejar pasar a quien sea, porque si no lo
hacen, o les aplican la ley por negar una atención o ponen en riesgo su vida.”
“La seguridad de los muchachos no está al 100% garantizada en esos lugares… Lo
más común es que los habitantes amenacen a los pasantes con tirarles la puerta
si no les abren el Centro de Salud a cualquier hora, debido a que piensan que
es su obligación atenderlos, por lo que lo tienen que hacer” (El Imparcial,
17/06/2014).
Por su parte, una pasante de medicina
declara que “los jóvenes tiene que ir a realizar su servicio social durante un
año en centros de salud de localidades donde ningún profesionista de base va,
ya que no estudiaron siete años para percibir un salario de 3 mil pesos
mensuales y laborar 6 días por 24 horas.” (El Imparcial, 18/06/2014).
Los estudiantes de medicina protestan y
las instituciones que los forman discuten la necesidad de que haya cambios en
el reglamento del servicio social, mientras en Sonora hay 200 comunidades sin
atención médica. La Secretaría de Salud de Sonora enfrenta la exigencia de las
instituciones formadoras de médicos de garantizar las condiciones de seguridad
y el grave problema de hacer volver a los estudiantes para que cumplan con su
servicio en las comunidades (ya que dicha dependencia es la encargada de acreditarlo)
y la desprotección de la población rural en materia de salud pública.
De lo anterior se desprenden varias
cosas. El horror de un asesinato aparentemente pasional permite a los
estudiantes de medicina sentirse como víctimas potenciales de algún maniático
en despoblado, es decir, en la periferia sonorense donde no hay ni medios de
transporte que permitan ir a casa un fin de semana, ya que hay comunidades que
distan hasta 13 horas de Hermosillo (Mesa de Tres Ríos), con el agravante de
que están solos a cargo de funciones que no necesariamente pueden desempeñar por
causa de carecer de los recursos materiales y técnicos necesarios, además de la
guía y supervisión de un médico titulado en el lugar donde realizan su
servicio.
Los pobladores parten de que tienen
derecho a ser atendidos a cualquier hora y así lo manifiestan en caso de alguna
necesidad médica, lo que sume en la intranquilidad a los futuros médicos que se
sienten infravalorados, tanto por el sistema que les impone esas obligaciones
hacia la comunidad como por las bajas cantidades que reciben como compensación
por cumplir con sus obligaciones legales. En este sentido el servicio social se
traduce en una fuerte sensación de frustración, ya que el reconocimiento social
que esperan no se da en su vida cotidiana.
Tal desconexión del contexto, supone
una enorme falta de información sobre la realidad socioeconómica y cultural de las comunidades,
sus orígenes, desarrollo y alcances, lo que nos lleva al plan de estudios y los
programas de materia, al perfil del egresado y a las condiciones en las que se
da su formación y al cómo, por qué y para qué de su ejercicio profesional
futuro: ¿estará situado en la ciudad con sus ventajas relativas o en el medio
rural con sus carencias? ¿Serán capaces de atender una urgencia con los mínimos
recursos a su alcance o sólo podrán funcionar en las clínicas privadas, lejos
del pueblo y sus tragedias? ¿Tomarán la profesión médica como un trampolín para
una ventajosa relación de negocios, o servirán a la comunidad por la
satisfacción de una vida honorable y socialmente útil? Así las cosas, cabría
preguntarse qué clase de médicos preparan en la Universidad de Sonora o en la
UVM, para hablar de las universidades locales formadoras de profesionales de la
salud. Qué tan bien diseñado está el servicio social para que cumplan con el perfil
de egreso. Qué clase de médicos necesita Sonora y hasta dónde las escuelas
cumplen con este fin.
Habría que valorar qué es el servicio
social y si la idea de “retribuir a la sociedad lo que se ha recibido en
formación mediante el trabajo comunitario” ha cambiado, y si se debe entender
ahora como un empleo remunerado mientras se completa la formación profesional.
Esto es importante dado que trabajo remunerado y servicio social son
esencialmente distintos. Mientras que el primero indica la relación con el
mundo laboral desde una profesión, el segundo supone enfrentar problemas reales
para complementar los estudios y apoyar el futuro ejercicio profesional de los
estudiantes, en este caso becarios. La
dislocación entre la realidad y la imagen que sobre sí mismos crean los jóvenes
es abrumadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario