¿Se enteró del impresionante
despliegue de trabajadores que hubo el día 1 de mayo? ¿Vio cuál contingente
encabezó el desfile? ¿Tiene noticia de los reclamos que se hicieron frente
al templete ocupado por las autoridades?
¿Notó que una vez más el señor gobernador estuvo ausente en la conmemoración
del Día del Trabajo? ¿Sabe que a los trabajadores de la Universidad de Sonora
(Unison) en huelga se les ofreció el 50 por ciento de sus salarios caídos?
¿Está informado que el rector retiró los ofrecimientos porque no se discutieron
en una asamblea? ¿Sabe usted que los procedimientos internos son de la
competencia exclusiva de los sindicalistas y que la administración
universitaria no tiene por qué decirles cómo hacer las cosas y menos
condicionar sus ofrecimientos?
Muchos ciudadanos no están enterados
de estos detalles, a pesar de que son asuntos que se han manejado en los
espacios de noticias, como es probable que también ignoren que los recursos
correspondientes a los salarios caídos no suponen un esfuerzo extraordinario
para las autoridades estatales y universitarias por el simple hecho de que ya
están depositados, según recientemente puntualizó el diputado Carlos Navarro (http://www.dossierpolitico.com/vernoticias.php?artid=142690&relacion=&tipo=Sonora&categoria=1).
A los jaloneos mediáticos sobre la
situación del sindicato STEUS y la huelga de la Unison se suma la triste
circunstancia de que al sindicato de académicos, STAUS, le fue negada la
prórroga a su estallamiento de huelga que había acordado en asamblea para dar
margen a las negociaciones. La Junta Local de Conciliación y Arbitraje (JLCA)
decidió con cuestionable legalidad negar la prórroga, por no haber “estado de
acuerdo” la autoridad universitaria. Con la anterior decisión, la JLCA
contribuye al clima de crispación y encono que sufren los universitarios, lo
que demuestra que las autoridades del trabajo hacen lo imposible por apoyar al
gobierno de Padrés en sus afanes por aniquilar los sindicatos e imponer una
nueva ley universitaria ajena y contraria al espíritu que desde sus inicios ha animado
a la institución.
Lo anterior parece más claro si se
recuerda la actitud del gobierno desde el inicio del conflicto. A pocos días de
iniciada la huelga, empezaron las descalificaciones al ejercicio de los
derechos laborales de los trabajadores, calificando la huelga casi como un
crimen de lesa humanidad porque los estudiantes se quedarían sin clases sin que
hubiera, desde la óptica oficial, razón suficiente y necesaria para la
suspensión de labores. El gobernador la calificó de irracional, y como
demostrando las cualidades del eco, el rector hizo lo mismo, pero más barato.
Seguramente usted recuerda que de
inmediato, en voz del secretario Romero, se ofrecieron soluciones “de
emergencia”: se abrirían espacios para que los alumnos pudieran seguir
estudiando, porque el gobierno, en su inmensa sabiduría, habilitaría aulas para
tales fines. De pronto, un grupo de “madres de estudiantes” saltó a la palestra
para desplegar una pírrica lucha “en defensa del derecho” de sus críos. Últimamente,
los ataques contra los trabajadores toman la forma de desplegados en periódicos
locales, firmados por la burocracia universitaria bajo las órdenes de rectoría,
o de personajes de la iniciativa privada, así como una ola de diatribas en las
redes sociales con formato sospechosamente parecido.
Hasta aquí, los aspavientos y “propuestas”
de solución no han tocado el origen del problema. No se razonó sobre el derecho
que asiste a los huelguistas y se antepuso el argumento del interés
estudiantil, no por ser superfluo, sino para envilecer ante la opinión pública
y los propios alumnos el ejercicio del derecho de huelga, aunque en reiteradas
ocasiones los dirigentes sindicales manifestaron su preocupación por el tiempo
perdido en el semestre, insistieron en el diálogo y la necesidad de que el
rector se presentara en la mesa de las negociaciones. Se organizó un foro público
donde asistieron integrantes de los dos sindicatos, estudiantes y personas interesadas,
siendo evidente la ausencia y el desinterés del rector que ni siquiera mandó
representante. Los reclamos fueron ignorados hasta llegar a un inocultable
nivel de exigencia social y, hasta entonces, el rector apareció fugazmente para
de inmediato alejarse y seguir cavando la trinchera de las diferencias.
Muchos se ha llegado a preguntar cuál
es el trasfondo de la actitud del rector para con los sindicalistas. ¿A qué se
debe su desprecio, cerrazón, soberbia e insidia?, ¿por qué propiciar campañas de
opinión contra el movimiento?, ¿por qué habiendo recursos ya presupuestados,
ofrece solamente la mitad de los salarios caídos?, ¿por qué tanta coincidencia
con el gobierno de Padrés, alérgico y enemigo de los trabajadores?
El diputado local Carlos Navarro, al
proponer en el Congreso un punto de acuerdo para establecer una mesa de diálogo
entre las partes involucradas, expresó que: “el ala dura del Gobierno estatal
está llevando a las autoridades y a los trabajadores a una trampa perversa para
golpear unos y destruir a otros; además
de cocinar una nueva ley universitaria ilusa y más autoritaria”. Lo anterior
aclara algunas cosas sobre lo que, a estas alturas, parece una comedia de
enredo cuando no un drama con ribetes de tragedia, donde el villano se oculta
tras bambalinas y maneja los hilos de una trama donde sirve de pararrayos el
personaje que parece ser el más débil, torpe y manipulable, en este caso el
rector.
Por si los enredos al servicio de la
viciosa idea que sobre educación superior y sindicalismo tiene el actual
gobierno fueran pocos, nos enteramos de que el rector ha decidido retirar los
ofrecimientos al STEUS, “porque no los sometieron a discusión en asamblea”. Es
decir, los ofrecimientos con los salarios caídos a la mitad resultaron
estar condicionados al procedimiento que
indicaba, exigía, la autoridad administrativa universitaria. Si no me equivoco,
el concepto “autonomía sindical” acaba de ser borrado del vocabulario de la
administración. Tan desaseada y burda forma de interlocución con el
sindicalismo universitario no tiene parangón, como tampoco lo tiene el desastre
financiero que exhibe el gobierno de Padrés.
El diputado Navarro señala que el
conflicto artificialmente prolongado puede estar sirviendo como un distractor
de otros “temas espinosos”. Aquí las preguntas obligadas son, ¿por qué en las
dependencias de gobierno no hay ni para clips?, ¿por qué se ha disparado la
deuda en el tiempo que lleva este gobierno?, ¿qué razón hay para que no se
pague a los proveedores?, ¿por qué desaparecieron y quién es responsable del
desfondo de más de 2 mil millones de pesos que debiera tener el Isssteson para
el pago de las pensiones y jubilaciones? ¿Por qué la diputación panista se
opuso a la comparecencia de la directora del Isssteson, Teresa Lizárraga?, ¿por
qué no se entregan a la Universidad los recursos que el propio Congreso del Estado
ha aprobado?
En este orden de ideas, resulta que la
Universidad de Sonora es víctima de las maniobras perversas de una
administración estatal que propicia el caos, la parálisis institucional y el
enfrentamiento social, lo cual se ve complementado con la reciente participación de un segmento
privado acomodaticio que se convierte en cómplice de la cruzada antisindical.
Lo triste y lamentable de este asunto es que quienes encabezan la
administración universitaria están sirviendo de instrumentos dóciles, de
patéticas marionetas de un gobierno desleal y traidor al pueblo de Sonora. En
su salud lo hallarán.
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