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viernes, 13 de junio de 2025

EL GIGANTE MIEDOSO

 “Ojos que no ven corazón que no siente” (dicho popular).

 

Para muchos, es obvio y claro como un día de verano que debemos estar puestos a la defensa de México y lo mexicano, aunque algunos, quizá sin darse cuenta del todo, luchan porque los gringos vengan a poner orden en lo que estrictamente nos corresponde.

En pocas palabras, le dan un “like” a los afanes intervencionistas del vecino y buscan alentar la idea de que aquí nos gobiernan los narcos y que todos los que tengan pene son violadores compulsivos y los que no, también.

A la identidad mexicana relacionan con total desparpajo la estupidez congénita, los pelos parados, la panza colgada y una severa propensión por lo ajeno, como si el mundo fuera coto de caza ilegal pero permisible, cerrado pero permeable, libre pero acorazado de leyes y reglamentos, acuerdos y decretos y un conjunto de normas que se desprenden de una constitución que puede cambia dependiendo de quién gobierne, porque la ley y la democracia son platillos que se sirve al gusto y petición del cliente.

La democracia resulta un juego de conveniencias dependiente de para dónde se inclina la balanza: si somos nosotros, pues está bien. Si no, pues no y hay que salir a las calles a gritar qué tan jodidos nos quieren ver y que nos llevan al comunismo, a ser como Cuba o Venezuela en una deriva Castro-Chavista que no nos deja hacer lo que hacemos aquí y ahora en esta nueva marcha por la libertad tan fotogénica y comentable.

Da la impresión de que los opositores ligados al viejo Prian perfumado de incienso y aires de campanario, también señalan al inmigrante como chusma, violadora pelos parados, sin ver que son genética y legítimamente tan mexicanos como las personalidades marchantes vestidos de colores claros, rositas y blanquitos sudando Chanel, Carolina Herrera o algún aroma que los primermundiza a la vuelta de tanto oler.

No hace mucho era “el INE no se toca”, ahora “la Corte no se toca” y “el Poder Judicial no se toca”, lo que reprime cualquier intento reformista que suponga acciones táctiles en la delicada superficie del estatus quo. No tocar, no mover, no avanzar supone el mantra del inmovilismo social y el estancamiento político llevado a niveles de paranoia, de negación del Soberano que, en términos constitucionales, es el pueblo.

Así pues, las marchas de protesta como reacción a los aranceles y mordiscos fiscales ahora contra los inmigrantes, sus economías familiares y su bienestar laboral, son calificadas y penalizadas como actos de terrorismo, de invasión criminal a “América”, como gustan llamar a Estados Unidos los ignorantazos promedio que habitan tierras americanas invadidas y saqueadas desde fines del siglo XV.

El imperio que se construyó por vía del saqueo, el genocidio y la exclusión aún no entiende su propia naturaleza, el alcance de su influencia transcultural, el impacto deformante de su corrupción en el núcleo de las instituciones de los países parasitados, los cambios que provocan en la idea de mundo de libertad, de democracia, de derechos humanos, de calidad de vida, tras las constantes y obscenas manipulaciones y usos de los conceptos que debieran definir a cualquier sociedad occidental respetuosa de la ley y preocupada por el bienestar ciudadano.

Lo que ocurre es que con demócratas o republicanos, el horizonte son los negocios y el lucro a costa de lo que sea, aunque el costo se traduzca en masacres tan repelentes como la de Gaza, tan insólitas como los experimentos masivos bajo la cobertura de prevención de enfermedades, el manejo financiero y comercial de las vacunas, de las drogas que de terapéuticas pasan a ser cadenas de sujeción química de los jóvenes de aquí y del otro lado de la frontera; y tan peligrosas como las acciones de provocación, desestabilización, militarización y conflictos armados en regiones enteras, a kilómetros de las ahora convulsas fronteras de Estados Unidos.

Tenemos un gigante que teme hasta a su propia sombra, que sin la tecnología su ejército sería una panda de niños cagones, que su economía no sería nada sin la fuerza de trabajo inmigrante, que su ciencia y tecnología daría risa si no fuera por el trabajo calificado y especializado de académicos y técnicos de origen extranjero.

Un gigante en tamaño mastodonte que llora y gimotea ante el paso de una mosca, se declara víctima luego que golpea, traiciona o conspira desde sus embajadas o tras la fachada de misiones diplomáticas, de salud, de cooperación, de comercio, de educación, de bioprospección, de mejora del ambiente, de entrenamiento militar o policial y de cualquier actividad o proyecto que requiera del ojo fiscalizador del Imperio. De un imperio de cartón, mentira y toneladas de propaganda y manejo mediático, más miles de millones de dólares para ser untados en las manos y conciencia de ONG y funcionarios puestos a cooperar.

Y aquí, nuestros actuales Miramones y Mejías, claman por libertad, democracia y derechos humanos, de acuerdo con su reducida idea de lo mismo, en razón de su mezquindad que se desborda desde el momento mismo en que las reglas del juego político nacional empezaron a cambiar, aunque sea a nivel de amenaza o apariencia.

Aquí, las marchas son de trabajadores víctimas del neoliberalismo prianista, desde Salinas a Peña Nieto, pasando por el vacuo Fox y el megalómano etílico de Calderón, y proclaman el ¡basta ya! a la condescendencia con el neoliberalismo laboral y pensionario de la reforma a la vigente ley del ISSSTE de 2007. La abrogación es el imperativo categórico del cambio de régimen; es el ser o no ser de la transformación.

Allá es la defensa del derecho del trabajador inmigrante y sus familias, el derecho a soñar en una mejor calidad de vida y la protección de sus familias que quedaron en México o cualquiera que sea su origen.

Aquí es la ausencia de una política de desarrollo industrial y del empleo que garantice ocupación digna e ingreso seguro y remunerador. No se toma en serio ni la salud ni la seguridad social, y, a pesar de ciertos avances, seguimos en la órbita de la dependencia y el atraso en renglones que debieran apuntalar nuestra soberanía, sin demagogia ni maquillajes.

En el aquí y ahora, debemos defender nuestros valores, reencontrarnos con nuestra identidad y pertenencia a un país hispanoamericano con una rica herencia cultural que debemos preservar y difundir. Sin patrioterismo histérico o fantasioso, sin pujos de dignidad coyuntural, sin mamadas, pues.


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