“Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es paz” (Benito Juárez).
Aún
crece el moretón que Ecuador ocasionó en la piel de Latinoamérica al asaltar la
policía con armas en mano la embajada de nuestro país.
En la peor tradición de los países bananeros el asalto se inscribe dentro del recetario dictado por la CIA o algún otro brazo de la “inteligencia” del Tío Sam, seguido puntualmente en naciones cuyos actores sociales y políticos obran como pequeños tentáculos del cefalópodo mafioso del norte que se autonombra “América”.
A pesar de los hechos y las evidentes violaciones al derecho internacional, tenemos gobiernos que no se atreven a condenar el asalto y llevarlo a las instancias internacionales competentes, en una omisión cobarde que atestigua su sumisión a Washington, y aquí destacan Argentina, Costa Rica, Uruguay y Paraguay.
Llama la atención la reciente visita de la general Laura Richardson, titular del Comando Sur del Pentágono a Argentina, donde el presidente Milei les concede la instalación de una base en la Antártida argentina a cambio de un avión militar. Así de barata es la soberanía y así de obsequioso es Milei.
Lo cierto es que la instalación de cada base gringa en Latinoamérica es un golpe directo a la seguridad de nuestro subcontinente, y una amenaza real a la estabilidad política de nuestros gobiernos. Aquí la pregunta sigue siendo ¿por qué tiene que haber bases gringas fuera de su territorio? ¿Qué razón hay para que tenga “comandos” en el norte y sur de nuestro continente, entre otros emplazamientos militares alrededor del globo terrestre? ¿Los estados nacionales no son libres y soberanos?
El caso en el que la policía asalta una sede diplomática, agrede físicamente a un representante del gobierno mexicano y se perpetra un secuestro a un asilado político es inadmisible y enteramente condenable, sentando un precedente que mancha la diplomacia no sólo latinoamericana sino mundial.
Las ya históricas intervenciones de Estados Unidos en los países cercanos y lejanos a sus fronteras deben ser tomadas con seriedad, y dar pasos firmes hacia la verdadera independencia, libertad y soberanía de las naciones, dejando de lado consideración de evidente tono colonial apenas disfrazadas con el ropaje de “lucha contra en narcotráfico”, “contra el terrorismo”, “por la democracia”, “por el progreso”, “por la cooperación internacional” entre otros subterfugios intervencionistas.
¿Por qué vemos como lo más natural que una potencia extranjera dicte la política económica y las normas de relación social en un modelo cuya uniformidad destruye la riqueza cultural y la diversidad latinoamericana?
¿O que provea de armamento a terceros países y lucre con la muerte y el dolor? ¿O que financie y prepare grupos que difícilmente pudieran escapar a la definición de terroristas, o grupos de la “sociedad civil” que actúan como palancas de desestabilización de gobiernos legítimos?
El atropello ecuatoriano a la embajada de México ha suscitado el azoro y la condena internacional, de tal manera que incluso la OEA y la ONU han deplorado el hecho. Sin embargo, parece difícil que de los dichos se pase a los hechos y que el violentador del derecho internacional sufra las consecuencias.
Quizá la impunidad bajo el manto de ser satélite de Estados Unidos logre que el gobierno de Ecuador se libre de las consecuencias de la acción que se señala. Quizá la ONU, la OEA, CELAC y la Corte Penal Internacional terminen buscando justificaciones y atenuantes, pretextos y dilaciones para no cumplir con lo que debiera ser la defensa de la inviolabilidad de las sedes diplomáticas, de sus bienes, vehículos y funcionarios.
En un mundo unipolar donde ciertas regiones se consideran traspatio o reserva de recursos naturales y estratégicos, todo es posible. El derecho y la legalidad son chistes privados reservados para la sobremesa entre el hegemón y sus satélites. Los países con aspiraciones de ser libres y soberanos pueden esperar en la antesala.
En este juego de poder transnacional tienen un papel importante las campañas y reclamos sobre la protección “del ambiente”, de las “especies en riesgo de extinción”, de tal o cual producto de exportación “sospechoso de estar contaminado”, de las malas prácticas de pesca, entre muchos otros motivos de intervención, bajo los supuestos del tratado comercial vigente, que actúa como camisa de fuerza geopolítica.
Tampoco hay que dejar de lado la presencia de saboteadores nacionales que hacen nado sincronizado con los conglomerados informativos bajo la mirada de los intereses desestabilizadores de la potencia del norte. La oposición política-electoral presenta particular virulencia sin respetar los límites que marca la ética y los valores nacionales. La traición y la mentira flotan en el aire.
Es deseable que la comunidad latinoamericana y caribeña recupere, reconstruya y fortalezca los fundamentos de su identidad y haga del desarrollo la expresión de su voluntad independiente, que fortalezca sus lazos de hermandad y respetuosa convivencia, que avance en el camino de la multipolaridad y la soberanía poniendo un alto definitivo a la densa red de complicidades y argucias de índole neocolonial.
El asalto en Ecuador no sólo afecta la soberanía de México, sino que representa la obscena y cobarde cara del intervencionismo unipolar y de cómo la diplomacia y el derecho sólo pueden tener sentido y valor cuando se defienden. Ya basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario