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viernes, 19 de noviembre de 2021

Los más vulnerables

 

“¿Cómo puedo curarme si ni entiendo mi enfermedad? (Susanna Kaysen).

 

Hermosillo se perfila como la capital de las carencias de Sonora, y sus alaridos de dolor e impotencia se oyen más allá del cerro de la Campana, porque la ciudad no sólo es el viejo centro que algunos dan en llamar “colonia”, sino que cubre una extensión cuyas dimensiones se traducen en problemas.

La ciudad capital sufre de abandono crónico profundizado por la demagogia comodona de los gobiernos ahorrativos en obras que no sean de relumbrón y que carezcan de cualidades fotogénicas.

Las calles de barrios enteros lucen como el escenario de una batalla apocalíptica que se repite devorando la reparación de baches y algunos socavones que ya actúan como puntos de referencia geográfica, porque la topografía otorga carácter a algunas zonas de la ciudad, por su extensión, duración y peligrosidad.

Los servicios públicos municipales son una caja de sorpresas que acumula éxito tras éxito en el cartel de las lamentaciones ciudadanas: se oye y repite que el agua no llega o lo hace con poca presión, que el pavimento recubre sólo pequeñas porciones de terreno por el desgaste producido por el tránsito y la mala calidad de los materiales, que los baches truenan las llantas y suspensiones de los vehículos, que la tierra suelta, los charcos y los olores a panteón o a letrina invaden y torturan los orificios nasales más aguantadores…

Se quejan los vecinos de tal o cual colonia que sus calles y recovecos están plagados de vicios y que los vagos hacen de ellas su patio de recreo, sin dejar de lado la inseguridad que acojona los domicilios y pone en riesgo las pertenencias de los vecinos y los viandantes.

Postes sin lámparas que moderen la sombría atmósfera, calles sin vigilancia policiaca, rateros y malandros de la más baja y variada ralea, pestes diversas e indescifrables, distribuidores ratoneros de droga y comercio sexual completan el panorama citadino.

En medio de una mala distribución del espacio urbano tenemos el flujo constante de la gente que vende o compra, que consume y desperdicia, que vaga sin destino definido aportando basura en las calles y sitios de reunión, y una amplia gama de sonidos, de emociones e imágenes que llegan y se van con pulso errático, como si fuera la taquicardia de un organismo que de estresado vive y muere a diario.

Cada día nos encontramos con otros, interactuamos con el vecino, con el vendedor, con el comprador y el simple mirón; ejercemos la civilidad para dejar constancia de la fortaleza o debilidad de nuestra idea de mundo y sociedad; toleramos a los demás con la esperanza de la reciprocidad en el trato, damos noticias y las recibimos en una cadena de mensajes que a diario depositamos en los oídos y los ojos de los demás.

Nuestra sociabilidad habla de las necesidades que compartimos y que, en cierta forma, nos definen como parte de algo, así que no sabemos ser nosotros sin los demás, dependemos del otro, del cercano y del distante.

La pandemia, hecho singular y extraordinario por su magnitud, duración e intensidad, nos invita a revalorar nuestro trato con el resto, a poner sana distancia del otro, a separarnos del conjunto del que formamos parte activa e influyente. Nos disociamos socialmente para protegernos del contagio viral.

Por tomar precauciones y la amplia difusión de las noticias en los medios de comunicación masiva, nos atrincheramos en las casas, reducimos la movilidad, se condiciona el acceso a determinados lugares, usamos cubrebocas, alcohol en gel y aceptamos las medidas que recomiendan o disponen las autoridades competentes.

Hermosillo, como el resto de las ciudades, se semiparaliza hasta que la curva de eventos virales baja y cambia el semáforo a verde, con lo que se reactivan los comercios, las fiestas y reuniones aumentan su frecuencia y volumen, y se facilitan los contactos y las posibilidades de empleo e ingreso.

Así pues, las medidas restrictivas dan paso al relajamiento que apunta hacia la normalidad y pintan su huella en la economía de las familias, en las expectativas de las personas o grupos que dependen de los demás para sobrevivir, en este caso los más vulnerables.

En el plano político, la ciudad de los baches, los malos olores, el vandalismo, la inseguridad y la marginación termina un ciclo y empieza otro; cada nuevo gobierno promete mejoras, cumplir demandas ciudadanas, cobijar expectativas y propósitos, hacer habitable la ciudad y próspero el municipio.

La epidemia pone sus puntos suspensivos en la nueva administración municipal, en las pautas a seguir para recuperar los huecos financieros, económicos y sociales, sin dejar de lado el descalabro sanitario que reveló cuán irracional puede ser una población si se tiene una autoridad que actúa sin un planteamiento claro e informado de las causas y consecuencias de los problemas.

Los más afectados han sido los que dependen de la calle para vivir, los enfermos hipertensos, los que padecen sobrepeso u obesidad que cargan con un hígado graso, un páncreas que no funciona bien y que convierte en diabético a su dueño, así como los desnutridos o mal nutridos que deambulan entre la miseria y la pobreza, los parias sociales, los marginados de siempre.  

  

 

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