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sábado, 10 de julio de 2021

Llueve en la ciudad

 

“Cada ciudad recibe la forma del desierto al que se opone” (Italo Calvino).

 

El calor que padecemos por causas naturales, es decir, por estar en una región desértica parte de la gran Aridoamérica, no es poca cosa si leemos las temperaturas que alcanzan ciudades como nuestra capital, desarbolada gracias a los impulsos inmobiliarios y a la visión obtusa de los gobiernos.

Así pues, mientras muchos habitantes de otras regiones del país y el mundo se sienten morir en el infierno cuando el termómetro marca los 35 grados centígrados, los sonorenses de las costas y los valles bien pueden continuar sus vidas con total normalidad con lecturas de 45 grados, aunque lamentando cada vez más la desaparición de tal o cual área verde, la desviación de tal o cual río o arroyo, y la lotificación y desarrollo de proyectos habitacionales donde antes habitaban aves y peces para solaz de los ciudadanos.

Aquí tenemos que la mancha urbana se desparrama por la geografía, causando que la temperatura aumente, las lluvias escaseen y la recarga de los acuíferos baje lo suficiente como para hablar de estrés hídrico, sequía extraordinaria y haya rogativas para que la Virgen de la Cueva haga su milagro, o que haya agua aunque no sea día de San Juan.

La ciudad crece con vigoroso impulso y las invasiones de terrenos han hecho la fama y fortuna de personajes bastante olvidables en el folclore político local, pero que presionan al gobierno municipal para que les resuelva el problema de la vivienda y los servicios a los clientes de su liderazgo.

Tenemos “colonias” que emergen como hongos, sin más impulso que la necesidad y la saliva de los promotores, sin planeación, sin idea de la necesidad de espacios libres y arbolados, sin pizca de conciencia ecológica, sin la menor preocupación por el ambiente, pero que sirven al jugoso negocio del reparto de lotes.

Por otra parte, tenemos una ciudad capital donde es fácil morir electrocutado o ahogado en un paso a desnivel (El Imparcial, 04.07.21), porque tanto los servicios de mantenimiento eléctrico como los de las vialidades está para cuando las cosas ya ocurrieron.

La ciudad se ve adornada con obras escultóricas de plástico, aunque a veces se emprenden labores necesarias visibles para la cámara fotográfica, el selfie o la toma panorámica, no para la verdadera funcionalidad urbana en caso de lluvia. Las tripas de la ciudad están llenas de desechos, por no decir otra cosa.

Pero hay ideas y acciones que en mayor o menor medida han tenido la buena acogida del ciudadano común, en algunos casos como reacción a medidas claramente lesivas al ambiente, como la protesta contra la destrucción del vivero y parque de Villa de Seris, contra la intentona absurda y gandalla de la venta del El Cárcamo de la Sauceda y el abandono de los humedales.

Tenemos acciones positivas como la reforestación y mantenimiento del Parque Madero, de algunos camellones, de algunos parques abandonados y vandalizados, por mencionar algunos.

Asimismo, han surgido ideas como la de diseñar e implementar un sistema de recolección de agua de lluvia, de aprovechamiento del agua, de mantenimiento de humedales, de saneamiento y cuidado de recursos hídricos.

La ciudad capital, entre otras con importante concentración humana, requiere de planeación urbana, que haya un gobierno atento al entorno, a los recursos disponibles, a la prevención de contingencias y con capacidad para resolver y prevenir problemas de infraestructura, de ambiente, de transporte, de salud y seguridad pública.

En los tiempos que corren, la diferencia está en la velocidad y eficacia de la respuesta que den las autoridades a los problemas que, por su propia naturaleza, no puedan ser resueltos por los vecinos.

Así pues, es hasta ridículo ver a los políticos pasar el tiempo firmando pactos, acuerdos y haciendo declaraciones de banqueta en vez de estudiar los problemas que, por su antigüedad, ya deberían forman parte de la agenda pública, y plantear e implementar las soluciones que sea pertinentes y oportunas en cumplimiento de sus obligaciones legales.

La lluvia nos ha enseñado, una vez más, cuán vulnerables somos y qué tan poco entendemos el contexto y los problemas del lugar donde nos tocó vivir.


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