“El agua es la fuerza motriz de toda la
naturaleza” (Leonardo
Da Vinci).
Recientemente se celebró la tercera
reunión de evaluación de la “zona económica especial del Río Sonora” (ZEERS),
donde el gobierno y la iniciativa privada (Grupo México) lanzan bengalas al
cielo no en pedido de auxilio sino como expresión pirotécnica del éxito de
sobrevivir flotando en aguas colmadas de metales pesados.
Las expresiones de satisfacción y las
acciones debidamente proclamadas pintan un escenario muy distinto al que el
simple ciudadano del Río Sonora puede reconocer: la conformación de la ZEERS, “ha permitido que mejore la
calidad de vida para habitantes de Ures, Aconchi, San Felipe, Huépac, Arizpe,
Baviácora, Bacoachi y Banámichi, a través de inversiones en infraestructura,
salud, educación y apoyos a productores agropecuarios, entre otros”, revela el
Secretario de Gobierno Miguel Pompa (Kiosko Mayor, 21/10/2019).
La
ingeniosa solución a un gravísimo desastre ambiental adoptada por el gobierno
de Sonora resulta ser ejemplar para aquellos empresarios mineros, nacionales o
extranjeros, que busquen echar bajo la alfombra los miles de metros cúbicos de
sustancias tóxicas derramados en las aguas de un río que alimenta nueve
municipios contando al de Hermosillo, asiento de la capital del Estado. Sólo fue
cosa de crear una “zona económica especial” y los problemas derivados del
interés por extraer metales y enriquecerse a como dé lugar quedan resueltos por
vía de taparlos con el velo de la promesa de inversiones en infraestructura, y
hacer de cuenta de que ahí no pasó nada. El progreso tiene sus costos y es
natural que sean los ciudadanos los que paguen, frente a la empresa
trasnacional que los “beneficia” con fideicomisos y demás flatulencias
económicas tras los platos rotos del desastre ambiental.
Como usted
sabe, ya han pasado cinco años y muchos metros cúbicos de contaminantes que se han
distribuido generosamente a lo largo del curso del río, servidos en el riego de
las tierras de cultivo, para sustento del ganado, de los seres humanos que
abren la llave del agua para el aseo o la cocina, sin que haya trabajos de remediación
que posibiliten hablar de normalización de la vida económica y social sin
riesgo, y sin que los voceros de la buena nueva experimenten un súbito
crecimiento de la nariz al estilo de Pinocho, el muñeco de madera que aspiraba
a ser niño.
El pueblo
que vive de la actividad agropecuaria, de la artesanía gastronómica, de las
interacciones comerciales que se dan en la región no comparten la visión de los
funcionarios y los políticos que viven en el medio urbano protegidos por su
adhesión a la nómina del gobierno, a los aparatos de aire acondicionado, al
agua embotellada con cargo al erario y que pueden ver pasar la realidad desde la
cómoda y alfombrada perspectiva de ser autoridad.
El caso es
que en la región hay personas enfermas, que la incidencia de cáncer ha
aumentado, que los problemas de la piel se han exacerbado, que existe temor por
el consumo de agua contaminada que permita la acumulación de metales pesados en
el organismo de quien los ingiere, que existe la percepción de vivir en un
peligro permanente, que el famoso fideicomiso fue una mala broma y que las
promesas de solución fueron palabras que se las llevó el río.
Queda claro
que las llamadas “zonas económicas especiales” sirven de cobertura mediática a
la inacción del gobierno contra los depredadores ambientales, los abusadores en
el saqueo de los recursos que debieran ser empleados en beneficio de todos. Su
creación obedece a limpiar la cara de quienes delinquen por omisión o comisión,
en este caso contra nueve comunidades, contando a Hermosillo, que ya presenta
problemas de contaminación de agua en algunos puntos del norte de la ciudad
capital, según han reportado investigadores independientes.
Nuestras
presas resultan ser recipientes que contienen veneno sedimentado que se
revuelve en cada temporada de lluvias, y que al salir a la superficie pasa a
formar parte de las sustancias que se depositan en nuestro organismo, sin
distinción de sexo, edad o condición social. A la larga o a la corta, nadie
está a salvo. Lo anterior sugiere la pregunta de ¿qué hacer con el Río? La
respuesta ha sido, hasta ahora, chapucera y demagógica. Mientras tanto, Grupo
México sigue adelante con sus proyectos y el gobierno local parece babear de
agradecimiento. ¿No cree que ya es tiempo de cambiar y de actuar realmente por
Sonora?
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