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domingo, 20 de mayo de 2018

Las campañas



“No puedes llamarles gilipollas, son votantes” (Louane Emera, en La familia Bélier).

Estamos acostumbrados, sentimos que son parte de nuestra existencia y determinan los eventos de la vida cotidiana, los temas de conversación, los medios y las formas de comunicación social, personal, afectivo, familiar… Son infaltables y sacan de apuros cuando no hay tema, cuando la flojera de pensar en dialogar nos lleva al lugar común, al tema facilón, a la nausea de la trivialidad convertida en costumbre social. Las campañas políticas nos llenan de mensajes e informan sobre vidas, obras y milagros sin que necesariamente se deban o puedan comprobar las buenas nuevas, los motivos de asombro y admiración, los motivos de apoyo o de defensa del paladín en turno; el sistema corta a todos con la misma tijera y el modelo que se recicla siempre tiende a ser predecible, simulador y vacuo. Nos aburrimos colectivamente, pero también establecemos diferencias y preferencias, filias y fobias, apoyos y rechazos.

La repetición de los mensajes y la falta de imaginación, pertinencia y propuesta llenan los espacios mediáticos y las neuronas sufren los efectos soporíferos de la propaganda y la agresión de los argumentos y denuncias que hacen de la política un simple lavadero público, espacio vergonzoso donde la ignorancia, la mentira y el desprecio a la opinión pública reinan soberanos y se yerguen invencibles.

Por otra parte, la guerra de encuestas permite suponer que los instrumentos estadísticos en su elemental simplicidad pueden ser tan falsos como el más torcido de los discursos. La manipulación mediática basada en instrumentos sesgados da cuenta de la prostitución cuantitativa de que son capaces los políticos y los equipos a su servicio, en apoyo a la construcción de una imagen que sólo tiene vida y sustento en el papel, la película o el cartel publicitario, de credibilidad más escasa que la de las bondades de las reformas estructurales o la certeza de un futuro ligado a las transnacionales. En resumen, la mentira recreada en diversas formas y lugares crea al candidato, le da vida e historia, lo hace héroe sin batallas, paladín de causas ficticias y agorero de un país sin recursos como si la nada fuera logro y el fracaso probado un ejercicio de eficiencia exitoso y redituable.

La burla a la inteligencia del ciudadano tiene un punto culminante cuando los candidatos de los partidos emblemáticos del sistema señalan problemas y proponen soluciones que bien pudieron aplicar cuando estaban en el puesto de gobierno o en el cargo de elección. El que fue funcionario público, de partido o legislador ahora descubre el hilo negro y el agua tibia y señala airado las deficiencias, desviaciones y corruptelas del sistema al que pertenece, que antes no vio o no le importaron y puesto a defender sus propuestas novedosas y transformadoras, sus iniciativas de ley y sus acciones en las colonias y barrios al calor de la campaña, vocifera contra sus oponentes.

¿En serio pensarán que el ciudadano es idiota de nacimiento o un ser tan corruptible que su destino es hacer de palero o sicario electoral del sistema que lo nulifica y degrada? Lo deseable es que no lo sea, pero las cosas no funcionan en los parámetros del “deber ser” sino del “ser”, pero tan es así que basta una tarjeta precargada, una despensa, un poco de material para construcción, o una oferta, para que la credencial sea fotocopiada y se establezca un compromiso de voto.

La voluntad adormecida hace el milagro de que cualquier campaña negra pueda funcionar o al menos ser difundida en las redes sociales con visos de convicción de quien comparte. El trasiego de basura informativa y de desorientación y embrutecimiento popular va viento en popa en tanto no haya un chispazo de conciencia, una respuesta inteligente e informada o un vacío razonado de quien se niegue a envilecer aun más el oscuro y deprimente panorama electoral mexicano. La desconfianza en el Instituto Nacional Electoral se refrenda por el hecho de que el sistema de información de resultados electorales quedó en manos de empresarios privados ligados al sistema que se niega a morir y que une sus fuerzas para impedir que llegue la oposición representada por Morena y López Obrador. La modorra ciudadana bien puede desaparecer ante el estímulo de un fraude monumental que, de realizarse, pondría a trabajar en defensa de su propia integridad a una ciudadanía agraviada pero apática. El tigre aún puede despertar.

En el marco de las campañas los llamados debates son un circo alimentado por la morbosidad e ignorancia de quienes compran el boleto de entrada a una pelea en el lodo. Desde la comodidad de su hogar y plácidamente pertrechado de bebidas alcohólicas, botanitas y almohadones, el ciudadano puede gozar de las típicas fintas de la lucha de máscara contra cabellera, en un formato rígido, manipulable, aburrido y tendencioso a voluntad de sus productores y “moderadores”. La pornografía política goza de cabal salud mientras que la conciencia ciudadana recibe golpes bajos y la democracia patadas en el trasero. Tiempo de madurar. Tiempo de cambios en serio.

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