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domingo, 13 de mayo de 2018

Al borde del festejo


“Un maestro afecta la eternidad; solo él puede decir donde para su influencia” (Henry Adams).

Los aires primaverales nos llenan de entusiasmo festivo ya que tenemos varios hitos en el calendario de jolgorios reconocidos y aceptados en el mes de mayo, entre los que destacan el día del trabajo (1), la batalla de Puebla (5), el de la madre (10), el maestro (15), el psicólogo (20), el estudiante (23) y el contador (25). Por hoy me referiré al día del maestro celebrable el martes 15.

En nuestro país el festejo se debe a Venustiano Carranza, quien a iniciativa de los diputados Benito Ramírez y Enrique Viesca decretó la conmemoración en 1917 y que, a partir de 1918, se celebra en todo el país. Cabe hacer notar que ese día, pero en 1950, el Papa Pío XII nombró a San Juan Bautista de La Salle patrono universal de los educadores. Por otra parte, en 1867, con la victoria de las armas republicadas concluye el sitio de Querétaro y, con él, la Segunda Intervención Francesa y el Segundo Imperio Mexicano.

La fiesta de los maestros debiera suponer el reconocimiento enfervorecido a los que hacen posible el despertar de la conciencia de sus alumnos; un homenaje a los constructores de futuro de un pueblo amante de sus tradiciones, su cultura, su identidad, y comprometido con su futuro, con su prestigio internacional, con su paz interior, con su grado de civilidad, de progreso, del bienestar de sus gentes, de la confiabilidad de sus instituciones, de la calidad de su oferta de trabajo y la solidez de su seguridad social. Debiera, pero no resulta creíble en la realidad cotidiana, porque en México no se educa para la libertad, para la justicia y para la vigencia de los derechos económicos, sociales y políticos de sus habitantes.

Mientras que en otros países el maestro goza de la más alta consideración social, aquí es un ciudadano de segunda, un empleado que sirve para llenar los actos masivos del régimen, un manipulador de conciencias que puede rozar el sicariato ideológico cuando se sirve de la fuerza de la organización magisterial para apoyar a tal o cual candidato, iniciativa de ley, pronunciamiento, programa o proyecto de desnacionalización a cuenta del gobierno en turno. La influencia del maestro así reducido es empleada para el Plan “B” de las contingencias políticas de un gobierno sin legitimidad, apátrida, corrupto y peligroso para el desarrollo del país. En estas condiciones se educa para la subordinación y el engaño.

En décadas pasadas, antes del golpe neoliberal, el ingreso a la Escuela Normal era posible tras rigurosos filtros, pero el esfuerzo valía la pena porque el maestro salía con su plaza, tenía un destino programado, podía acceder con el tiempo a posiciones de carácter administrativo, rodeados de prestigio y poseedores de experiencia. El maestro de base y el director de escuela eran reconocidos y respetados en el pueblo, en la ciudad, en todos los ámbitos de la interacción humana en la que participaban y desplegaban su capacidad de gestión en beneficio de las comunidades, llegando a ser promotores del cambio, ciudadanos ejemplares cuya acción cotidiana los convertía en activistas por un mejor país. Sin duda la fuerza moral del magisterio pronto devino política, irradiando su influencia en los más diversos círculos, hasta llegar a las alturas de la administración pública y eventualmente el poder.

Cuando la política del país dejó de ser nacionalista y revolucionaria, el interés basado en los valores del mercado trastocó la obra social del magisterio y la transformó en una mercancía más; un bien que sólo se adquiere con la calidad suficiente cuando se consume en los expendios de la iniciativa privada, los negocios de la educación como signo de prestigio, de pertenencia a una clase social que no se siente heredera de Juárez, de Vasconcelos o de Cárdenas. La educación pública se puso frente a la privada privilegiando el logro individual sobre el bien común.

Actualmente la educación pública sufre los embates del gobierno neoliberal y se privilegian los negocios educativos. Esta ideología anclada en el mercado castra la conciencia social de sus docentes y de los alumnos que se forman en el pragmatismo individualista que carece de perspectiva histórica, de raíces de identidad con el país que tenemos y que debemos cambiar para bien de todos. El maestro se convierte en simple transmisor de la trivialización de la historia, de la cultura y la conciencia nacional.

Frente a este panorama triste y desesperanzador, se levanta valientemente una nueva generación de maestros con conciencia social, con conciencia de clase, que luchan cada día por recuperar el espacio privilegiado del maestro que sirve al país con su esfuerzo y generosidad desde el aula en la ranchería, en la colonia marginal, y que ve el futuro de México ligado a la educación pública, gratuita, de calidad, formadora de verdaderos ciudadanos capaces de ser solidarios en la recuperación de la república. Por eso se ejercen acciones políticas, por eso hay movilizaciones, por eso se da la lucha legal. Por eso los maestros democráticos y nacionalistas luchan en la actualidad en las filas de la CNTE, hermanados con cada vez más movimientos ciudadanos que creen y piensan en México como una patria soberana que debe ofrecer espacio y abrigo para todos, porque es democrática, justa, equitativa e incluyente.

El día del maestro es un día de lucha, no una fecha en el calendario de celebraciones del sistema, llena de discursos, de hipocresía y de cursilería oficial. Es un recordatorio, en todo caso, de la misión formadora que el maestro debe realizar, junto con las familias y los estudiantes de que son responsables. Es tarea de todos, ¿le entramos?

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