“Un maestro afecta la eternidad; solo él puede decir donde
para su influencia” (Henry Adams).
Los aires primaverales nos llenan de
entusiasmo festivo ya que tenemos varios hitos en el calendario de jolgorios
reconocidos y aceptados en el mes de mayo, entre los que destacan el día del
trabajo (1), la batalla de Puebla (5), el de la madre (10), el maestro (15), el
psicólogo (20), el estudiante (23) y el contador (25). Por hoy me referiré al
día del maestro celebrable el martes 15.
En nuestro país el festejo se debe a
Venustiano Carranza, quien a iniciativa de los diputados Benito Ramírez y
Enrique Viesca decretó la conmemoración en 1917 y que, a partir de 1918, se
celebra en todo el país. Cabe hacer notar que ese día, pero en 1950, el Papa
Pío XII nombró a San Juan Bautista de La Salle patrono universal de los
educadores. Por otra parte, en 1867, con la victoria de las armas republicadas concluye
el sitio de Querétaro y, con él, la Segunda Intervención Francesa y el Segundo
Imperio Mexicano.
La fiesta de los maestros debiera
suponer el reconocimiento enfervorecido a los que hacen posible el despertar de
la conciencia de sus alumnos; un homenaje a los constructores de futuro de un
pueblo amante de sus tradiciones, su cultura, su identidad, y comprometido con
su futuro, con su prestigio internacional, con su paz interior, con su grado de
civilidad, de progreso, del bienestar de sus gentes, de la confiabilidad de sus
instituciones, de la calidad de su oferta de trabajo y la solidez de su
seguridad social. Debiera, pero no resulta creíble en la realidad cotidiana,
porque en México no se educa para la libertad, para la justicia y para la
vigencia de los derechos económicos, sociales y políticos de sus habitantes.
Mientras que en otros países el maestro
goza de la más alta consideración social, aquí es un ciudadano de segunda, un
empleado que sirve para llenar los actos masivos del régimen, un manipulador de
conciencias que puede rozar el sicariato ideológico cuando se sirve de la
fuerza de la organización magisterial para apoyar a tal o cual candidato, iniciativa
de ley, pronunciamiento, programa o proyecto de desnacionalización a cuenta del
gobierno en turno. La influencia del maestro así reducido es empleada para el
Plan “B” de las contingencias políticas de un gobierno sin legitimidad,
apátrida, corrupto y peligroso para el desarrollo del país. En estas
condiciones se educa para la subordinación y el engaño.
En décadas pasadas, antes del golpe
neoliberal, el ingreso a la Escuela Normal era posible tras rigurosos filtros,
pero el esfuerzo valía la pena porque el maestro salía con su plaza, tenía un
destino programado, podía acceder con el tiempo a posiciones de carácter
administrativo, rodeados de prestigio y poseedores de experiencia. El maestro
de base y el director de escuela eran reconocidos y respetados en el pueblo, en
la ciudad, en todos los ámbitos de la interacción humana en la que participaban
y desplegaban su capacidad de gestión en beneficio de las comunidades, llegando
a ser promotores del cambio, ciudadanos ejemplares cuya acción cotidiana los
convertía en activistas por un mejor país. Sin duda la fuerza moral del
magisterio pronto devino política, irradiando su influencia en los más diversos
círculos, hasta llegar a las alturas de la administración pública y
eventualmente el poder.
Cuando la política del país dejó de ser
nacionalista y revolucionaria, el interés basado en los valores del mercado trastocó
la obra social del magisterio y la transformó en una mercancía más; un bien que
sólo se adquiere con la calidad suficiente cuando se consume en los expendios
de la iniciativa privada, los negocios de la educación como signo de prestigio,
de pertenencia a una clase social que no se siente heredera de Juárez, de
Vasconcelos o de Cárdenas. La educación pública se puso frente a la privada
privilegiando el logro individual sobre el bien común.
Actualmente la educación pública sufre
los embates del gobierno neoliberal y se privilegian los negocios educativos. Esta
ideología anclada en el mercado castra la conciencia social de sus docentes y
de los alumnos que se forman en el pragmatismo individualista que carece de
perspectiva histórica, de raíces de identidad con el país que tenemos y que
debemos cambiar para bien de todos. El maestro se convierte en simple
transmisor de la trivialización de la historia, de la cultura y la conciencia
nacional.
Frente a este panorama triste y
desesperanzador, se levanta valientemente una nueva generación de maestros con
conciencia social, con conciencia de clase, que luchan cada día por recuperar
el espacio privilegiado del maestro que sirve al país con su esfuerzo y
generosidad desde el aula en la ranchería, en la colonia marginal, y que ve el
futuro de México ligado a la educación pública, gratuita, de calidad, formadora
de verdaderos ciudadanos capaces de ser solidarios en la recuperación de la
república. Por eso se ejercen acciones políticas, por eso hay movilizaciones,
por eso se da la lucha legal. Por eso los maestros democráticos y nacionalistas
luchan en la actualidad en las filas de la CNTE, hermanados con cada vez más
movimientos ciudadanos que creen y piensan en México como una patria soberana que
debe ofrecer espacio y abrigo para todos, porque es democrática, justa, equitativa
e incluyente.
El día del maestro es un día de lucha,
no una fecha en el calendario de celebraciones del sistema, llena de discursos,
de hipocresía y de cursilería oficial. Es un recordatorio, en todo caso, de la
misión formadora que el maestro debe realizar, junto con las familias y los
estudiantes de que son responsables. Es tarea de todos, ¿le entramos?
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