“Una
huelga de intelectuales, que es un supuesto improbable, paralizaría la marcha
del mundo” (Camilo José
Cela).
Como el culto e informado lector sabe,
Sonora padece una enfermedad social que se traduce en el desprecio oficial por
los reclamos de los trabajadores cuando de defensa de derechos se trata; así,
tenemos que la necesidad de ser un buen lugar para invertir, algo así como un
paraíso laboral que halague y consienta a los posibles, probables y potenciales
inversionistas que “vienen a generar empleo porque creen en nuestro estado y en
la seguridad que ofrece nuestro gobierno”, independientemente que dicha
pretensión coarte las vías legales y legítimas de protesta laboral de los
afectados de siempre: los trabajadores. En Sonora, por decreto de la actual
gobernadora, la política es de cero huelgas.
Tal situación se manifiesta en la forma
en que la Junta Local de Conciliación y Arbitraje recibe y decide sobre los
emplazamientos y su posterior declaratoria de huelga. La autoridad laboral
decide facciosamente dar por inexistente cualquier atisbo de parálisis de
actividades y en el mismo sentido va la Secretaría del Trabajo del Estado de
Sonora, dependencia gubernamental de existencia cuestionable que se apresura a
cumplir las instrucciones de la gobernadora y logra el milagro de convertir el
derecho en privilegio: en nuestra entidad no hay derecho laboral que valga y el
ejercicio de las garantías legales son, en términos prácticos, un privilegio.
Lo anterior viene al caso porque, tanto
en 2014 como en el año en curso, la huelga del STEUS se declaró ilegal y se
ordenó el archivo del expediente. Así tenemos que no importa si el gobierno es
panista o priista, o el rector de la UNISON es Grijalva o Velázquez, el
resultado es el mismo: el patrón tiene la razón por decreto y puede amenazar
con el despido a los trabajadores que sostengan la huelga, independientemente de
que su emplazamiento y estallamiento haya sido en los términos que la ley
establece, sus demandas justas y su actuación pacífica y apegada a derecho.
Se arguye que los estudiantes no pueden
dejar de tener clases porque “son el futuro de Sonora”, entidad que genera
empleo precario y sigue puntualmente el dogma de no rebasar el tope salarial
del 3.4 por ciento, sea cual sea el costo de la canasta básica, el precio de la
gasolina, electricidad, agua, educación de los hijos, entre otros gastos
forzosos que gravitan e inciden en el ingreso del trabajador, situación que se
ha agravado gracias a las llamadas reformas estructurales.
Como usted sabe, la novedad de este
gobierno ha sido lo de las zonas económicas exclusivas y, sobre todo, la
llamada mega-región Sonora-Arizona bendecida por ambos gobiernos que queman
incienso a la potencial utilización de los recursos y el espacio sonorense en
beneficio de nuestros vecinos del “otro lado”. Por ahora, centraremos la
atención en este último aspecto. Nuestro malinchismo nopalero puede más que las
razones estrictamente económicas, históricas, políticas y sociales, despertando
los deseos de las clases favorecidas sonorenses de ser tucsonenses honorarios
en lacayuna asimilación por el extranjero.
Si la frontera entre nuestra entidad y
la vecina Arizona se desdibujan por obra del dólar, la desmemoria y el
malinchismo apátrida del gobierno, resaltan, sin embargo, las diferencias en el
trato de problemas similares cuando se ofrecen respuestas distintas. Pongo por
caso la reciente huelga magisterial de Arizona.
Mientras que en Sonora las instituciones
educativas padecen de anemia económica, restricciones presupuestales, reformas
punitivas, mecanismos de exclusión y control de los docentes y sus
organizaciones gremiales, los profesores de Arizona lograron un aumento general
del 20 por ciento en cuatro años.
La huelga que duró cinco días y que
finalmente se levantó el pasado viernes 4, dejó sin clases a medio millón de
estudiantes de escuelas públicas, es decir 470 mil más que los supuestamente afectados
por la huelga del STEUS. Aquí tanto el gobierno del Estado como el rector de la
UNISON se rasgaron las vestiduras y bramaron su enojo por la suspensión de
clases, amenazando con despidos masivos en caso de que no volvieran al redil
los trabajadores que ejercían su derecho a huelga; en cambio, en Arizona el
gobernador Ducey dijo que los maestros se habían ganado el incremento y lo
consideró un triunfo de éstos y de los propios estudiantes. El aumento
significa un gasto de 300 millones de dólares para el próximo año (Expreso, 4
de mayo de 12018). Ambos movimientos duraron cinco días, pero es claro que la
actitud del gobierno es completamente distinta.
Pero ya entrados en gastos, ¿usted cree
que una “mega-región” transfronteriza puede llegar a beneficiar a la parte más
débil del binomio? ¿Se pude suponer bondadosa una relación asimétrica, es
decir, la coexistencia de tiburones y sardinas? Aquí cabe recordar que el
gobierno de Arizona siempre ha hecho cuentas de los recursos de Sonora, parte
del gran traspatio gringo, lo que fue más que evidente en el programa de
gobierno del republicano Fife Symington (1991-1997). Seguramente usted recuerda
la pretensión de hacer de Guaymas el puerto de Arizona. Lo interesante sería
ver esfuerzos gubernamentales por integrar económicamente el Noroeste de
México, y aprovechar sus potencialidades en beneficio de los habitantes de las
entidades que lo conforman.
Nosotros tenemos huelgas con destino
diametralmente opuesto a las que se desarrollan en el país del norte, meca y paraíso
de los desarraigados. La diferencia es la concepción que se tiene de desarrollo
y la forma de lograrlo. No hay duda de que una mejor retribución al factor
trabajo produce mejores resultados en las condiciones de vida de las familias y
el clima laboral de la entidad, región o el país. Los sueldos de hambre y la
ausencia o disminución de los derechos laborales sólo producen miseria,
desencanto y violencia. De esto somos el ejemplo. ¿Mega-región? ¡Pamplinas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario