“Creemos que la lucha organizada y consciente
emprendida por un pueblo colonizado para restablecer la soberanía de la nación
constituye la manifestación más plenamente cultural que existe” (Frantz Fanon).
Como se sabe, los senadores hicieron lo
suyo y aprobaron sin ver la Ley de Seguridad Interior que, como los calzones,
sirve para ocultar intimidades y rastros inconvenientes que deben ser
reservados para su debido lavado. Ellos y su colegisladora, la inefable cámara
de diputados, celebran el trabajo y esperan, desde luego, pasarla de lujo en
estas fiestas decembrinas. ¿Se imagina usted vivir en un país donde se respeten
los derechos humanos, sin las emociones que nos han ganado fama y prestigio
internacionales? El horror me deja sin palabras… por elemental instinto de
supervivencia.
Fue conmovedor verlos a ellos, tan
ufanos, darse abrazos y celebrar con alborozo el triunfo del autoritarismo conosurense instalado en las mentes y
los votos de quienes lo hicieron posible. En su momento, el senador Bartlett
señaló que era una ley impuesta por los gringos y que no debiera el país
militarizarse por una imposición, en medio del chacoteo de la Cámara y las
tibias llamadas al orden por parte de quien presidió la sesión. Los patrióticos
legisladores bailaron un zapateado sobre la Constitución y sobre la dignidad de
las fuerzas armadas metidas a policías y a émulos legales de los militares
chilenos o argentinos de la época de la guerra fría, el ascenso de las dictaduras
siempre con el patrocinio y guía de los gringos: América debía ser preservada
de las ideas comunistas y hoy lo debe ser de los ciudadanos de los países
petroleros que defienden sus tierras y su patrimonio histórico y cultural. Los
gringos apoyan el nacionalismo, desde luego, pero aquél que se entiende como la
defensa incondicional de sus intereses nacionales. A los demás se les receta
eso de la apertura en todas sus dimensiones, las maravillas de los intereses
globales y la idea de la necesaria unidad mundial en torno a su muy particular
y onanista interpretación de la democracia.
Como el perspicaz lector sabe, las
advertencias de expertos internacionales sonaron a chiste decembrino de Pepito y
la urgencia presidencial se hizo ley. Las policías y las autoridades civiles
pueden esperar a que desde arriba les arreglen los renglones torcidos de
nuestra democracia, seguridad pública y vida en comunidad, porque ¿para qué
sirve el Pacto Federal ante las crudas realidades de un narco-estado creado y
financiado desde las cañerías de las agencias de inteligencia de allende el
Bravo?, ¿para qué queremos soberanía cuando bien podemos servir de corredor y
campo experimental del polo hegemónico del continente en condiciones seguras
para Washington? Es claro que la necesidad de militarizar México obedece a una
elemental precaución de salvaguardar los recursos energéticos para el mejor
aprovechamiento de la economía del Norte.
De muchas maneras, el desmantelamiento
del aparato productivo y la cancelación de la salida tecnológica y científica
nacional se revela como necesidad sobre todo a partir de los años ochenta, cuando
la cochi nacional torció el rabo. Los
intereses locales y nacionales pasaron a ser “megarregionales”, con fuerte olor
a neocolonización comercial y financiera. En ese contexto, es claro que el
marco legal nacional debía ser modificado en beneficio de la idea
globalizadora, así que empezaron las adecuaciones en el sector bancario y
crediticio, el comercial, el agropecuario, el de servicios y, por obviedad, la
sustitución de la industria nacional por la facilona plataforma maquiladora y
ahora, en el colmo de la modernidad, la apertura total a la inversión
extranjera sin contrapartida o responsabilidad exigible.
Como consecuencia, las leyes y reglas de
funcionamiento de las actividades productivas y de servicios pronto se
encontraron en la disyuntiva de servir a intereses locales o a la creciente
transnacionalización de la economía y la cultura, así que la palabra
“armonización” surge como la panacea legislativa y se allana el camino de la
desnacionalización normativa. Una prueba clara y reciente es el famoso sistema
penal acusatorio, patrocinado por el gobierno gringo, pasando por las reformas
estructurales y las leyes que le tapan la boca a las disidencias y a los
comunicadores de noticias: la ley de seguridad interior y la ley mordaza que
previene el “daño moral” son dos brazos de una misma pinza disuasoria del
pensamiento crítico e independiente. La democracia dirigida se pone frente a la
democracia como expresión de las aspiraciones del pueblo.
Gracias a la labor discreta, soterrada,
nocturna del honorable cuerpo legislativo, tenemos una legislación que favorece
el abuso, coarta la libertad de expresión y nulifica la protesta social, pero
que favorece a la invasión gringa y a las labores de apoderamiento de los
recursos estratégicos del país, sin ruido social ni protestas inconvenientes
que arruinen la máscara de democracia y soberanía que lucimos frente al
extranjero en noches de gala internacional. Como en boca cerrada no entran
moscas, “los diputados aprobaron una
reforma al Código Civil Federal, que establece que se considerará como hecho
ilícito la comunicación, a través de cualquier medio, de un hecho, cierto o
falso, que pueda causar deshonra, descrédito, perjuicio o exponer al desprecio
a alguien. La propuesta de reforma la presentó el PRI y ya se encamina al
Senado para su revisión” (El Financiero, 15.12.2017).
Pero, claro, no debemos pensar en votar
por el populismo, en una especie de remedo del Chávez venezolano porque, ¿se
imagina que México cayera en manos de algún radical de pensamiento nacionalista
que echara para atrás nuestros logros de salario mínimo inferior a la línea de
subsistencia?, ¿ha pensado usted en el oprobio de ser autosuficientes en
alimentos, gasolinas, ciencia y tecnología, y soberanos en el terreno político
y administrativo? Los horrores inimaginables de la libertad y la soberanía
nacional son conjurados por la sabia decisión del gobierno de entregarnos a las
bondadosas manos de la dependencia económica y la subordinación legislativa. Con
las reformas, los opositores deberán pasar a la invisibilidad y los
legisladores podrán estar sin el temor de que la opinión pública, expresada en
las redes sociales, pueda dañar su imagen y ocasionarles “daño moral” por
exponerlos como son. La paz porfiriana derrama su poder balsámico sobre la
curtida piel del mexicano de a pie. Somos, hoy por hoy, el país del “no pasa
nada”.
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