“El
político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas
generaciones y no en las próximas elecciones” (Winston Churchill).
Mientras la gobernadora y el alcalde
buscan en la esfera de sus competencias mancomunadas y transversales, con
independencia de las propiamente constitucionales, “vender” Sonora y Hermosillo
a los ricos y convenencieros xenófobos arizonenses, portadores de inversiones
que, eventualmente, “generarían los empleos que Sonora necesita”, la sangre y
la saliva corren en estas tierras tan lejos de Dios y tan cerca de los gringos.
La labor de “promoción” transfronteriza
se antoja patológica porque, más allá del accidente geográfico de la vecindad,
existe la pequeña salvedad de que nuestro estado y el vecino del norte
corresponden a dos realidades geopolíticas distintas, empezando por el país a
quien corresponde la soberanía tras el tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848,
que dio el ejemplo de lo que es la “buena vecindad” con Estados Unidos.
Mientras que uno es un ente terrorista internacional, un Estado canalla, en términos
de Noam Chomsky, el nuestro es uno agobiado por sus propios complejos de
colonizado y colonizable, de corrupto e irredento, siempre necesitado de una
guía que refrende su vocación de entrega sado-masoquista al extranjero. Algo
así como una prostituta internacional que espera, merced a la violación
constante de su soberanía, llegar al estatus oficial de colonia y purificar la
naturaleza espuria de los últimos mandatos gubernamentales. Si te dedicas al
talón, mejor ten al corriente tu cartilla de sanidad. Será por eso que ahora
las revisiones aduanales son por parte de los gringos y algún hambreado oficial
mexicano como fauna de acompañamiento y el sistema de justicia se ajusta a los parámetros
de la televisión gringa.
Si esto ocurre en el terreno aduanal,
las huestes académicas se aprestan a obtener puntos en el programa de estímulos
que mediatiza la producción local de evidencias de reciclamiento del
conocimiento, gracias al plus de lo “internacional”. Todos ganan en constancias
de acreditación, diplomas y reconocimientos intercambiables por moneda de curso
corriente, excepto la ciencia mexicana. La prostituta también tiene título de
doctor y se apresta a codearse con sus pares arizonenses porque “estamos
preparados para la cooperación e intercambio”.
En la frontera Sonora-Arizona se expande
una nube de incienso que auspicia la armonía de una relación entre tiburones y
sardinas, entre la capacidad productiva, de inversión y de avance tecnológico
frente a fuerza de trabajo barata, carne de maquiladora y de zona periférica,
porque en México se trabaja por el TLC en vez de hacerlo por el mejoramiento de
las capacidades productivas nacionales y locales: se pavimenta el camino a la
inversión extranjera ciega en vez de generar sinergias regionales en el noroeste
del país, y aprovechar los recursos de sierra, costa y valles nacionales.
Sonora se pone en sintonía con los
votantes frustrados de Hillary Clinton y hace de retaguardia oficiosa para
sacar adelante los procesos de integración económica y política impulsados por
los demócratas en el período pasado. La “mega-región” de la gobernadora
Pavlovich no es otra cosa que una respuesta apátrida frente a un mandatario que
es republicano y que nos ve como un peligro para su economía y seguridad. Es
claro que la camiseta demócrata se suda con más fervor que la republicana entre
los sonorenses que aspiran a ser tucsonenses honorarios.
Los despropósitos económicos y políticos
de los gobiernos apátridas del PRI y el PAN y sus patéticas réplicas en los
ayuntamientos, son la causa evidente del desastre municipal que padecemos. La
falta de oportunidades, el desempleo, los bajos salarios, la ausencia de
garantías laborales, los costos de las subsistencias populares, las alzas en
tarifas no pueden permitir hablar en serio de una relación con otro país cuya
costumbre ha sido, como es evidente desde 1848, aprovechar las debilidades de
nuestros gobernantes, amenazarlos, corromperlos y manipularlos para servirse de
nuestros recursos legal o ilegalmente.
La realidad hermosillense revela el
estado de descomposición provocado por el sistema económico y la corrupción
política: tenemos para el ciudadano de a pie una ciudad peligrosa, sórdida,
sucia y descuidada; una verdadera vergüenza para cualquiera que pueda llamar las
cosas por su nombre. ¿La solución a la descomposición social, al desempleo, a
la precariedad del salario, al alza de las tarifas, la va a dar la
“mega-región” con Arizona? Pues la experiencia indica que cada quien limpia su
trasero, lo demás es pura falsedad.
La jodidez a que hemos llegado viste al
joven de paria, cholo o de indigente que carece de escrúpulos porque ya no le
queda esperanza, tiene el cerebro quemado por la droga, alucina por el alcohol
que alimenta su odio frenético contra los que pueden comer todos los días,
objetiva su desesperación mediante las vías de hecho: sale armado a cortar por
lo sano sus frustraciones y, machete en mano, arranca lo que puede del otro,
del enemigo anónimo que tiene de lo que él carece. La noche es su refugio y la
calle su teatro de operaciones. El
machete resuelve la precariedad de sus recursos; la ciudad de falló y él toma
lo que puede, como puede.
Habiendo tanta desigualdad, ¿se puede
hablar de relaciones armónicas y productivas con el vecino extranjero? Pienso
que no, pero así es la política nacional y local: autista, sin empatía,
ausente, digna de echarla al sanitario y bajar la palanca.
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