“Un estómago vacío no
es un buen consejero político” (Albert
Einstein).
Estamos en tiempos en los que la
apariencia vale más que la realidad de las personas o las cosas. Nos parece aburrido
y falto de glamur que los diputados sean simplemente representantes ficticios
de esa masa anónima, difusa, incolora e insípida que se etiqueta como pueblo.
Cuesta trabajo entender que los elegidos no necesariamente lo fueron realmente
y que el hecho de aparecer en las boletas electorales pudo haber sido obra de
la necesidad de cubrir el expediente que se repite cada tres o seis años.
Ahora, por ejemplo, aparecerán mujeres
en el 50 por ciento de las candidaturas, lo hayan buscado, querido o se hayan
preparado y empeñado en ello o no. La decisión se da por decreto de la
gobernadora que, siendo mujer, parece no querer dejar dudas al respecto. Lo
anterior no quita que exista un sector femenino en los partidos cuyas
aspiraciones vayan en ese sentido, como tampoco lo hace con aquellas féminas
que llegaron a la política por mera casualidad, por parentescos, por afinidad
personal o por darle sentido a la petición recurrente de apoyos en dinero o en
especie que se hacen a quienes administran las clientelas de los partidos
políticos.
Los diputados en funciones no dejan de
estar preocupados por dar muestras de vida en el foro legislativo, más ahora
que por votación de ellos mismos, habrá reelecciones en Sonora, lo que les supone
un esfuerzo extraordinario por sacar la cabeza del trasero e impulsar
iniciativas, antes que la revisión escrupulosa de la legislación vigente y de
las posibilidades reales de su aplicación. En nuestro estado, así como en el
resto del país, es más fácil legislar de nuevo que aplicar la ley que ya
existe. La memoria es débil y conviene relanzar perogrulladas jurídicas antes
que perderse en la anodina rutina del cumplimiento de nuestros deberes
ciudadanos. El descubrimiento del agua tibia no existe hasta que alguien lo
lanza como iniciativa.
La misma dinámica del sistema económico
que precariza y deteriora el empleo, el salario y la seguridad social pone en
manos de la iniciativa privada actividades y funciones antes de competencia y
responsabilidad exclusiva del gobierno, como son los servicios de salud,
protección social y, desde luego, la educación y la protección a la infancia y
la familia.
Una madre que trabaja deja en manos de
terceros el cuidado de sus hijos y se incorpora a la masa asalariada o a la
muchedumbre de trabajadores “por cuenta propia” y sujetos a las eventualidades
de la demanda de ciertos servicios. Más de la mitad de los trabajadores carecen
de algún sistema de seguridad social y la informalidad resulta ser la
“solución” a las restricciones de la demanda de trabajos formales. A lo
anterior hay que añadir que los nuevos empleos se ofrecen sin garantía alguna
de recibir al final de la vida laboral las prestaciones que la ley, antes de la
reforma laboral, otorgaba a los trabajadores. Ahora se contrata mediante el
truco legalizado de las subcontrataciones, que dejan desprotegido al empleado,
sin antigüedad reconocida ni respaldo en caso de alguna necesidad.
En estas condiciones, se esperaría que
algún legislador con escrúpulos pudiera revisar el marco legal existente y
tratar de fortalecer el empleo y el ingreso, la salud y la seguridad social de
los trabajadores, las condiciones económicas y sociales de la familia y la
protección institucional de los menores de edad. Se supondría que una
iniciativa legal que favoreciera las condiciones de vida y de relación de las
familias pudiera impulsarse y así ganar espacios en la consideración de los
votantes, quienes al verse favorecidos decidirían el voto a favor de una
eventual reelección. Sin embargo, los señores poseedores de una curul descansan
a dos nalgas sin que su cerebro de muestras de vida inteligente.
Es ilustrativo de lo anterior la
iniciativa de la diputada priista Iris Sánchez, en el sentido de dar una
aportación económica, algo así como un sueldo o cosa parecida, “a los abuelos
que cuiden nietos y que no tengan remuneración de ningún tipo”, en apoyo a las
madres que trabajen sin cobertura de servicios de guardería.
Para empezar, la iniciativa cuestiona y
mercantiliza el apoyo familiar del cuidado de los nietos, que siendo voluntario
difícilmente podrá integrarse al catálogo de las ocupaciones asalariadas; las
relaciones familiares y la dinámica que se establece en los hogares son asuntos
de índole privado, regidos por la consanguinidad o la afinidad, lo que supone deberes
morales y acciones de tipo solidario y subsidiario, dependiendo del caso. Una
familia no es una unidad productiva en el sentido económico, ni mucho menos una
fábrica de futuros empleados o desempleados, sino un hecho sociológico portador
de valores, principios y tradiciones que suponen una identidad y un sentido de
pertenencia, histórica y socialmente determinado. Cobrar por el cuidado de un
familiar es, por lo menos, absurdo.
La iniciativa no toca el fondo del
problema que se expresa en la necesidad de la madre de abandonar a sus hijos
para trabajar, en un ejercicio dramático de indefensión y sobrevivencia; no
repara en el hecho de que cada empresa debiera obligarse a garantizar la
protección y el cuidado de los hijos de sus trabajadores durante la jornada
laboral; no toma en cuenta que las guarderías ofrecen servicios especializados
que cuidan la integridad física y mental de los menores a su cargo, por lo que
debiera ser una exigencia social y legal hacia el empleador. Parece ignorar que
la seguridad social sigue siendo una obligación del Estado.
La iniciativa no repara en el hecho de
que la precarización del empleo y el deterioro del salario encarece las
subsistencias y aumenta los costos de la vida familiar, lo que obliga a los
miembros de la familia a trabajar para sostener el cada vez más alto costo de
la vida. Asimismo, el manejo privado de las necesidades sociales lo único que
hace es recalcar la pérdida de los espacios públicos y las responsabilidades
colectivas. Afecta, en última instancia, la vida familiar y los valores que
trasmite.
¿Por qué no convertir en tarea
legislativa la defensa de la familia, la protección de cada ciudadano
sonorense, independientemente de su sexo, desde el nacimiento hasta la muerte?
¿Por qué no fomentar el empleo y el ingreso digno? ¿Por qué no garantizar que
la mujer, por ejemplo, pueda dedicarse a la familia o a trabajar, si ese es su
deseo, sin la presión económica de que a su marido no le alcanza el salario?
¿Cómo es posible que una diputada pretenda convertir en empleo lo que es una
decisión familiar? ¿Cómo ponerle precio a la solidaridad entre familiares? La
realidad es que el sistema económico no sólo precariza el empleo y el ingreso,
sino la idea de familia que tenemos.
Es lamentable que la legisladora Sánchez
caiga en el rollo facilón de ponerle parches al sistema depredador e inhumano
que soportamos, en vez de proponer alternativas válidas de solución. El Estado
debe responder a los requerimientos de la población, mediante acciones prontas
y efectivas de parte del gobierno. ¿O no hay gobierno?
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